El primer filohelenismo español
«Hasta hace poco se ha desconocido al primer filohelenismo político español, el ligado al régimen constitucional de 1820 y coetáneo con la revolución griega. Genuino, político, revolucionario, liberal, entusiasta, fraternal, solidario y desligado de cualquier connotación religiosa, según ha puesto de manifiesto la investigadora Eva Latorre Broto en sus estudios sobre la repercusión de la Revolución Griega en la sociedad española del Trienio y el filohelenismo surgido en aquel momento en todo el ámbito hispánico»
COMO apuntó certeramente Edward Malefakis, la instauración de un régimen liberal en España en 1820 influyó en las revoluciones de Portugal e Italia, pero también en que se acelerasen los planes de insurrección en Grecia. Las noticias del triunfo de la revolución griega en 1821 fueron saludadas por el público en España con verdadero júbilo. Esa alegría popular refleja el ambiente político con el que se revivía en España el nuevo periodo constitucional, corto pero extremadamente intenso (el Trienio Liberal), en el que, tras el pronunciamiento de Riego, se obligó al Rey a jurar la Constitución de Cádiz.
La insurrección de Grecia se percibía como una manifestación de la lucha contra el absolutismo, como una nueva manifestación de las ansias de libertad de los pueblos del sur de Europa frente a la opresión absolutista que imperaba en el norte. Un grupo de liberales entre los que se encontraba un diputado español llegó a ofrecer un destacamento de varios centenares de combatientes italianos que habían encontrado refugio en la España liberal y el gobierno provisional griego envió a España a un hombre de su confianza (Andreas Luriotis) para concretar la ayuda.
Parecía que la revolución liberal había prendido y no era más que cuestión de tiempo que terminara imponiéndose por doquier. Pero no fue así. De hecho, esos movimientos liberales del sur de Europa fueron la excepción en una Europa dominada por las potencias tradicionales que, con Metternich a la cabeza, vigilaba celosamente el viejo orden acordado en el Congreso de Viena de 1815 y se inquietaba del peligroso desarrollo de los acontecimientos revolucionarios del sur de Europa.
Más consciente de la situación internacional, el Gobierno de Madrid, a diferencia del pueblo, procuró no provocar a la Santa Alianza, pero, como se sabe, Austria intervino en el Piamonte y Nápoles y, poco después, la misma España es invadida por los 100.000 hijos de San Luis, reinstaurándose el Estado absolutista de Fernando VII, quien seguidamente abolió la Constitución de Cádiz. La represión impuesta a continuación impidió cualquier manifestación cultural de carácter liberal y sofocó cruentamente los nuevos intentos de insurrección, abocando al exilio a una gran cantidad de intelectuales.
Esa evolución histórica determina que se puedan percibir hasta tres fases distintas en el filohelenismo español: la primera, política y popular, ligada al Trienio liberal que surge con las noticias de la independencia de Grecia pero que fue erradicado de España en 1823. La segunda fase, más singular y minoritaria, la del exilio que no pudo sobrevivir más que allí adonde emigraron los liberales españoles, en Londres, París o Iberoamérica. Finalmente, la tercera fase, la más conocida y estudiada, más similar al filohelenismo conservador cristiano europeo, que comienza con el retorno a España de los exiliados tras la muerte del Rey y su participación en el poder de manera intermitente a partir de 1833.
La razón por la que tradicionalmente se haya minusvalorado el filohelenismo español, por tardío, es que se le ha identificado exclusivamente con esa ‘tercera fase’, cuando algunos de los autores románticos españoles más relevantes (Martínez de la Rosa, Espronceda) regresan del exilio y publican sus obras filohelenas más conocidas, muchas bosquejadas en el extranjero e influidas por autores filohelenos europeos. Pero esas manifestaciones que ocurren a partir de 1833, momento en el que en el resto de Europa el filohelenismo había perdido fuerza una vez que la revolución griega se había apaciguado tras la entronización de un rey alemán, tienen mucho de nostalgia y poco del espíritu de genuino entusiasmo popular con el que se saludó desde España la independencia de Grecia.
Hasta hace poco se ha desconocido al primer filohelenismo político español, el ligado al régimen constitucional de 1820 y coetáneo con la revolución griega. Genuino, político, revolucionario, liberal, entusiasta, fraternal, solidario y desligado de cualquier connotación religiosa, según ha puesto de manifiesto la investigadora Eva Latorre Broto en sus estudios sobre la repercusión de la Revolución Griega en la sociedad española del Trienio y el filohelenismo surgido en aquel momento en todo el ámbito hispánico, pero cuyo florecimiento doméstico –sobre todo en la prensa escrita– apenas duró dos años, siendo cortado de raíz por el absolutismo.
La producción filohelénica del exilio tampoco se conoce bien, y la documentación sobre los españoles que combatieron en Grecia por sus ideales es también escasa. Sin embargo, muchos de ellos combatieron y hasta perdieron la vida en Grecia. Como señaló el historiador británico Eric Hobsbawn, «el filohelenismo como expresión de este patriotismo liberal cosmopolita sólo encontrará parangón mucho después en las Brigadas Internacionales que, aglutinando todo el espectro ideológico de la izquierda, acudieron en ayuda de la República Española durante la Guerra Civil de 1936-1939». Ciertamente ambos fueron movimientos ideológicos, políticos y militares muy singulares y en ambos casos esos generosos combatientes no fueron fácilmente reabsorbidos en sus países de origen. Muchos excombatientes filohelenos españoles al regresar a su patria ocultaron su experiencia militar en Grecia para facilitar su reinserción. De ahí la dificultad de los historiadores para establecer un completo catálogo. el más conocido de todos los combatientes españoles que lucharon en Grecia por sus ideales liberales fue José García de Villalta (Sevilla 1801Atenas 1846). A la muerte del Rey Fernando VII regresaría a España y, tras una fecunda carrera periodística y literaria, sería nombrado, en 1844, Encargado de Negocios en Atenas, donde desarrolló su labor diplomática hasta su muerte, ocurrida en la capital griega, en donde fue enterrado. Como ha documentado el embajador Ochoa Brun, el propio Rey Otón salió al balcón de palacio para contemplar su comitiva fúnebre, ordenando que su guardia, que no solía hacer honores a nadie, se formase y los rindiese a la Nación española.
Pese al progreso de la investigación histórica reciente, queda todavía mucho por estudiar sobre el filohelenismo español. El bicentenario de la independencia va a permitir la celebración de congresos de historiadores especialistas en España y en Grecia que sin duda permitirán un mejor conocimiento y comprensión.