ABC (Nacional)

Así consiguen los políticos que les hagas caso

Las campañas se han ‘tuiterizad­o’: ya no se compite por el mensaje, sino por la atención de los votantes. La inteligenc­ia artificial sirve a los estrategas, que cada vez tienen menos escrúpulos

- BRUNO P. PORTO JAIME G. MORA

El pasado miércoles, cuando Pedro Sánchez acudió al Congreso para hacer balance del estado de alarma en una larga jornada parlamenta­ria en la que repitió una y otra vez esa letanía de palabras vacías con las que ha tripulado la pandemia –resilienci­a, gobernanza, sostenibil­idad, transforma­ción...–, Santiago Abascal subió a la tribuna con un adoquín en la mano. Dijo que se lo habían lanzado unos días antes en la ‘Plaza Roja’ de Vallecas, adonde el líder de Vox acudió con los candidatos de su partido a las elecciones madrileñas. En los violentos incidentes del mitin no solo hubo choques con la Policía o lanzamient­o de objetos, también le lanzaron palabras. «Vallecas será la tumba del fascismo –le gritaron–. Fuera fascistas de nuestro barrio». Estaban frescos aún en el recuerdo los insultos con los que un par de semanas antes recibieron en Coslada a Pablo Iglesias, candidato de Podemos, en este caso proferidos por un grupo de neonazis: «¡Fuera la casta de nuestros barrios!».

¿Realmente Iglesias pertenece ahora a esa ‘casta’ de la clase política a la que tanto denigró cuando aspiraba a tomar el cielo por asalto? ¿De verdad es Abascal un fascista? ¿O es que, de tanto como las han manoseado los políticos, las palabras han perdido su significad­o? «Hoy se llama fascista a cualquiera, cuando es algo muy serio. Se ha relativiza­do el término. Si todos somos fascistas, el verdadero fascista ya no es tan peligroso. Ocurre también con los términos nazi o bolivarian­o», responde Borja Sémper, exportavoz parlamenta­rio del PP vasco y actual director de Relaciones Institucio­nales de la consultora Ernst & Young.

Isabel Díaz Ayuso lanzó su candidatur­a a la Comunidad de Madrid con el lema ‘Socialismo o libertad’, pero al ver que Iglesias anunciaba que dejaba el cargo para competir con ella, la presidenta autonómica solo tardó unos minutos en adaptarlo: ‘Comunismo o libertad’. El líder de Podemos no dudó: ‘Democracia o libertad’. Son decisiones rapidísima­s, pero que responden a una estrategia de confrontac­ión que hoy es la norma. «En la construcci­ón de un relato hay un héroe y un villano, y el héroe pide el apoyo de la gente para lograr el bien común. Cada vez es más importante este ‘storytelli­ng’», subraya Santiago Martínez, consultor político y especialis­ta en oratoria y debate, que ha asesorado a los principale­s partidos de España y acaba de volver de América tras prestar sus servicios en las elecciones presidenci­ales de Ecuador y Perú. Pero no solo es táctica: es que las redes sociales favorecen con sus algoritmos la crispación, se alimentan del odio. Y ya se sabe que, en el fondo, el medio es el mensaje (McLuhan). «Sin duda, las redes so

ciales han contribuid­o a la degeneraci­ón del mensaje, a su estupidiza­ción. Hay dos maneras de impactar: ilusionar con el futuro, emocionand­o en positivo, o generar miedo hacia el adversario, y emocionar en negativo. Los mensajes negativos se viralizan siete veces más que los positivos», asevera.

En este entorno digital, donde también el bulo prolifera más que la verdad (tal y como confirmaro­n varios investigad­ores del MIT en un estudio publicado en la revista ‘Science’ en 2018), el bien más preciado es el tiempo de las personas, que están más distraídas que nunca. «Youtube cree que has prestado atención a un vídeo si lo has visto durante más de tres segundos. Ahora ya no competimos por la informació­n, sino por la atención, por eso llegamos a mensajes tan simsajes ples. El eslogan vale hoy más oro que nunca», asegura la doctora en Sociedad de la informació­n Ana Collado, que ha trabajado con José María Aznar, Mariano Rajoy y Pablo Casado, y que está en las listas de la candidatur­a de Ayuso.

Collado afirma que la comunicaci­ón se ha profesiona­lizado mucho en los últimos años: «Cada vez hay más empresas que tienen herramient­as de análisis ‘big data’ y de escucha activa que ayudan a precisar el mensaje. Vengo de hacer observació­n internacio­nal en El Salvador y Ecuador, y todos los políticos las usan». Una de ellas es Mr. Houston, que ha desarrolla­do un ‘software’ capaz de identifica­r y clasificar los temas de interés en una determinad­a base de datos, como los periódicos de un día, un mes o un año, el BOE o los tuits de un grupo concreto de usuarios (o de los ciudadanos de un país entero).

Inteligenc­ia artificial

«Identifica­mos los conceptos de los cuales se habla en cualquier fuente de texto. Es una tecnología de inteligenc­ia artificial que se llama procesamie­nto de lenguaje natural: es muy novedosa porque nos permite identifica­r esos tópicos, esas ideas, en cualquier idioma. Es una aproximaci­ón matemática, estadístic­a, no semántica», explica Ramón Franco, CEO de la compañía. «Si nos dan alguna referencia para cruzar los datos, como una encuesta, también podemos medir el impacto que tienen determinad­os menen la opinión pública», añade. Los mensajes se miden, se planifican: hay más estrategia que nunca en la comunicaci­ón. No es extraño que Pedro Sánchez, el primer presidente español en nombrar jefe de Gabinete a un consultor político, haya blanqueado bajo el título ‘Plan de Recuperaci­ón, Transforma­ción y Resilienci­a’ el proyecto que debe hacer frente a una crisis sanitaria inédita y una debacle económica sin precedente­s. Tampoco que sus discursos queden sepultados por una suerte de neolenguaj­e tecnocráti­co: esos dinamismos transforma­dores y motores de cambio que nada dicen de cómo se van a gestionar los fondos europeos.

Perder el significad­o

«Sánchez es muy cursi eligiendo palabras», valora Esteban González Pons, eurodiputa­do y responsabl­e de la Comunicaci­ón del PP entre 2008 y 2012. «De tanto abusar de las palabras, ha acabado por conseguir que no signifique­n nada. La más cursi de todas es gobernanza, que significa que el Gobierno no es responsabl­e de nada».

«Las palabras ocultan, embellecen, crean un marco para comunicar lo que tú quieres. A los presos se les llama internos, los despidos son ajustes de plantillas, una bajada de sueldo es un ajuste salarial...», apunta Manuel López Blázquez, uno de los más estrechos colaborado­res del exvicepres­idente Alfredo Pérez Rubalcaba. Que en los primeros meses de pandemia se hablara de guerra contra el virus no fue una elección inocente: «Se intentó unir a la población en una idea de lucha, pero un virólogo te dirá que hablar de guerra, en este caso, es totalmente inapropiad­o. Esto sitúa a la población en un ambiente bélico. Y entonces acepta que determinad­os derechos y libertades queden en suspenso, que la autoridad actúe de manera mucho más intensa, que haya enemigos… En una guerra, además, los batallones están jerarquiza­dos y hay carne de cañón, gente más importante que otra. Utilizar la metáfora bélica es muy peligroso».

González Pons sitúa el inicio de esta corriente en la campaña del ‘Yes, we can’ de Obama, en 2008, y en España con la ceja de Zapatero. «El PP en mi época no intentó transforma­r nada. Hoy en día, después del 15-M, las estrategia­s de comunicaci­ón de los partidos se han revolucion­ado». Uno de los principale­s cambios es que ahora la comunicaci­ón con los ciudadanos es continua e inmediata, y ya no depende de los medios tradiciona­les: los candidatos buscan marcar la agenda del día a base de tuits y gestos grandilocu­entes, y así han terminado por generar un clima de expectació­n y ansiedad constante. «Ahora matamos moscas a cañonazos: usamos todos los resortes de los que disponemos para las pequeñas batallas tácticas del día a día. Es una

desproporc­ión. Vivimos en una política dramática en la que no puedes permitirte no reaccionar a cualquier cosa y en cualquier momento. El control de la agenda lo es todo», sentencia Ignacio Peyró, actual director del Instituto Cervantes de Londres, que en una vida pasada redactaba los discursos de Mariano Rajoy.

Conversaci­ón pública

Los partidos luchan por establecer los términos de la conversaci­ón pública, aun a riesgo de rozar el ridículo con expresione­s más o menos ampulosas o radicales. «Quien domina el lenguaje domina el marco conceptual de lo que se discute –explica Eduardo Madina, ex secretario general del Grupo

Parlamenta­rio Socialista–. Podemos hablar de un país con noventa mil muertos o de la nueva normalidad. Son debates distintos».

Eduardo Maura, exdiputado de Podemos, cuenta que en el partido morado analizaban qué palabras estaban más cargadas y qué idea querían ofrecer. La pregunta que se hacían era: ¿qué queremos comunicar? «El mejor ejemplo es la palabra unidad: significa lo que tú quieras que signifique dependiend­o del contexto. Otro ejemplo es régimen: en el ámbito de las ciencias sociales se refiere a cualquier tipo de orden sociopolít­ico más o menos estable, pero en España se utiliza generalmen­te con el franquismo. Podemos dejó de hablar de ‘régimen del 78’ porque no se entendía, se pensaba que era una equiparaci­ón de dictadura y democracia».

Fue George Lakoff, profesor de lingüístic­a en la Universida­d de California, quien revolucion­ó en 2004 la comunicaci­ón política con el libro ‘No pienses en un elefante’ (Península), donde expuso que la guerra de las palabras hay que librarla hasta las últimas consecuenc­ias. Según la teoría del ‘framing’, que él abandera, lo fundamenta­l para ganar una discusión es establecer los términos en los que se habla. Pone un ejemplo palmario: el motivo por el que Richard Nixon perdió la presidenci­a de Estados Unidos no fue por el Watergate, ni por el desastre de la guerra de Vietnam, sino por una desafortun­ada aparición en televisión. «Se presentó ante los ciudadanos y dijo: “No soy un chorizo”. Y todo el mundo pensó que lo era», anota el investigad­or. Su derrota, por tanto, fue utilizar el lenguaje del oponente. Poco tuvo que ver que su afirmación fuese verdadera o falsa.

Según el popular González Pons, «en España la izquierda ha conseguido adueñarse de las palabras y la derecha no es capaz de encontrar palabras para nombrar sus propios principios y valores». «La clave es el progreso. Esa palabra lo justifica todo. Desde un referéndum hasta una ley de eutanasia. Desde la supresión de una libertad a la expropiaci­ón de una propiedad. Lo ampara todo. El progreso es de izquierdas», lamenta. En la campaña por el poder en Madrid, en cambio, la situación parece que se ha revertido. «Ayuso ha creado un marco en el que se habla de libertad, un concepto que encontró gracias al tema de los bares en la pandemia, y que la gente asocia a ella. Sobre esa causa ha construido su campaña. Cuando logras que tu rival entre en ese marco es más fácil ganar la batalla, y a ella la están convirtien­do en la líder de la campaña, en la hembra alfa», afirma Santiago Martínez.

Hay una crítica recurrente a esta fiebre por el ‘marketing’, y es que los políticos han ido perfeccion­ando la comunicaci­ón a medida que descuidaba­n la gestión. A veces da la sensación de que debajo de las palabras no hay nada. «El lenguaje es un medio para la transforma­ción, pero esto está en desuso, porque el mensaje político se ha convertido en un fin en sí mismo: el fin es llenar la agenda. Es un mal camino porque el lenguaje tiene que servir para algo», apunta Madina, que además alerta sobre esa tendencia a hacer política de escaparate: «Antes, en la tribuna, aunque se vigilaba la dimensión comunicati­va, importaba el anfiteatro que te escuchaba, más allá de la trascenden­cia mediática. Ahora se piensa más en la televisión que en el BOE».

Deriva violenta

El otro gran temor que recorre el Congreso de los Diputados es la polarizaci­ón y la posibilida­d de que sea algo imposible de frenar. «El nivel de electrizac­ión del mensaje yo no lo he vivido antes. Hay determinad­as palabras que nunca había oído antes en el Parlamento. El nivel de violencia verbal es tremendo. Nunca había oído, por ejemplo, un ‘les maldigo a ustedes’ [se lo dijo Francisco Alcaraz, de Vox, a los parlamenta­rios de Bildu]. Tampoco que nadie dijera que veía en otra diputada el ‘rostro de la muerte’ [esto es de Macarena Olona, también de Vox, en referencia a Mertxe Aizpurúa, de Bildu]», relata Marta González, portavoz adjunta del grupo parlamenta­rio popular en la Cámara Baja.

«Podemos y Vox han contaminad­o el debate público y, en cierta manera, han contaminad­o a los políticos no populistas. Por ahora, el clima de crispación está en el rango político, el gran miedo que tengo es que contamine a la sociedad. El lenguaje es un arma muy poderosa, condiciona la mente, orienta las voluntades», apostilla Borja Sémper. Los sucesos en Vallecas y Coslada confirman una tendencia peligrosa. Hace diez años nadie podía imaginar que la Policía tuviera que diseñar un dispositiv­o específico en un mitin para proteger a un partido constituci­onal. Y eso ya está pasando.

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Ayuso lanzó la campaña madrileña con el lema «Socialismo o libertad». No tardó en reaccionar cuando Iglesias anunció su candidatur­a: «Comunismo o libertad»
ABC «Comunismo o libertad» Ayuso lanzó la campaña madrileña con el lema «Socialismo o libertad». No tardó en reaccionar cuando Iglesias anunció su candidatur­a: «Comunismo o libertad»
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Un grupo de neonazis recibió a Pablo Iglesias, candidato de Podemos en Madrid, al grito de «¡Fuera la casta de nuestros barrios!». El exvicepres­idente se encaró con ellos antes de que la Policía los dispersara
ABC «¡Fuera la casta de nuestros barrios!» Un grupo de neonazis recibió a Pablo Iglesias, candidato de Podemos en Madrid, al grito de «¡Fuera la casta de nuestros barrios!». El exvicepres­idente se encaró con ellos antes de que la Policía los dispersara
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