EL ‘CHAPAPOTE VILLAREJO’ SE ADENTRA EN LAS TRIPAS DEL IBEX
Los hilillos negros que amenazaban las costas de la reputación empresarial se han convertido en una marea negra que pringa a las grandes compañías y a sus primeros ejecutivos. Se lleva el ‘sálvese quien pueda’
A reputación es la puerta por donde los políticos intentan desalojar a los presidentes y directivos de las grandes compañías españolas, cotizadas a ser posible. Acción, reacción. Un ‘quítate tú, que ya pongo yo’. Y no por el negocio, ni por los resultados, sino por el eslabón débil de la cadena. Como decía, la reputación. Un hecho contrastado históricamente en este país. Desde uno y otro lado del arco parlamentario, hoy más colorido que nunca. Y los ‘malos’ lo saben, porque el negocio se puede tratar de blindar en un breve lapso de tiempo. Porque desde el momento en que un nombre aparece en una investigación judicial, especialmente si éste es conocido, se convierte en objeto de especulaciones y se expone a la ‘pena de telediario’, que ahora se complementa con la ‘pena de las redes sociales’, mucho más mordaz y cuyos efectos llegan más lejos. Y para arreglar la reputación siempre se llega tarde. Cuando uno detecta el problema ya no tiene cura. Por eso es importante hacer bien las cosas. Y exponerlas de forma abierta y clara después. Lo segundo sin lo primero es, sencillamente, imposible. Si algunos se aplicaran esta receta verían aliviados muchos de sus grandes problemas, porque lo que parece es que ya es o terminará siendo.
Y en estas que estos últimos días, tras semanas con el que «viene el lobo», llegó la tan runruneada, no por ello menos esperada y casi constatada, noticia: el ‘chapapote Villarejo’ se adentra aún más si cabe en las entrañas del Ibex 35 y alcanza a otros dos de sus primeros espadas: Antonio Brufau e Isidro Fainé. Algo que se veía venir, más que nada porque el propio interesado en conocer por qué había sido perjudicado por la alargada mancha negra del excomisario –hablo del expresidente de Sacyr Luis del Rivero, a través de su abogado, Jaime Campaner–, se lo reclamó allá por febrero al juez del caso, Manuel García Castellón, que se alineaba así, en cuestión de dos días, con la petición de la Fiscalía de imputar a ambos ejecutivos tras recordar además que los hechos serían constitutivos de delito de cohecho al tratarse Villarejo de un policía en activo en el momento en que acometió estos servicios desde el Grupo Cenyt. Y es que era cuestión de tiempo que Del Rivero, saltándose el protocolo de otras piezas, fuese a la línea de flotación del asunto apuntando directamente
La la cúpula de Repsol y
sin pasar por otros cargos medios, como pasara anteriormente, por ejemplo, con el expresidente de BBVA, Francisco González (FG). El caso es que al margen de las consecuencias de las pesquisas sobre sus personas, tanto a Brufau como a Fainé se les plantea también a partir de ahora otras afectaciones pero sobre sus labores profesionales. Porque restituir el honor tras una imputación, debida o indebida, es un daño difícil de reparar en compañías tan grandes. Y estas dos nuevas imputaciones podría implicar que se revise su idoneidad al frente uno de la primera petrolera española, y el otro –fuera ya de la presidencia de la entidad financiera catalana–, liderando aún la Fundación Caixa, presidiendo su brazo inversor –Criteria–, también la CECA,y sentado en la vicepresidencia del consejo de administración de Telefónica.
El caso Villarejo, con más piezas casi ya que empresas en el selectivo español, está poniendo a prueba la calidad reputacional de nuestras cotizadas, bajo las exigentes recomendaciones del código de buen gobierno de la CNMV que, ante este tipo de situaciones, dice que el consejo debe examinar el caso tan pronto como sea posible y decidir si debe o no adoptar alguna medida, como la apertura de una investigación interna, solicitar la dimisión del consejero o proponer su cese. Quizás venga bien recordar en este sentido la decisión de FG que, tras dejar la presidencia de BBVA en diciembre de 2018 y después de abrir una investigación interna en mayo de ese año sobre la contratación de Villarejo, renunció a la presidencia de honor del banco y de la Fundación en marzo de 2019 de forma temporal, por aquello de evitar, dijo, que se utilizase su persona para dañar a la entidad mientras concluyan las investigaciones en curso. Y así sigue.
Ahora, ojeando los reglamentos de Telefónica y Repsol –lo de la Fundación La Caixa es otro cantar, no cotiza per se, aunque no sé si desde Fráncfort alguién recomendará o debería recomendar algo– en principio ambos incluyen las recomendaciones de la CNMV, lo que les podría obligar a informar a los consejeros y, en el peor de los casos, a estos dimitir cuando se den situaciones que puedan perjudicar al crédito y reputación de la compañía, si bien hay que abrir la puerta a la prudencia hasta que el juez, al menos, escuche la declaración. Aunque desde la petrolera, por ejemplo, descartan ya que haya existido alguna conducta ilegal o contraria a su Código de Ética por contratar servicios de información.
Y es que el problema de la reputación de nuestras grandes compañías es como lo que sucede –con perdón– con los tontos: como no saben de quiénes pueden aprender nunca mejoran con el tiempo. Y así nos va. Estamos rodeados y bajo reputaciones corporativas que no es que no funcionen, sino que lo hacen como una tostadora vieja, que va a ratos y cuando menos te lo esperas te arrea un chispazo. Pues... me viene a la cabeza que igual este Gobierno está rumiando ya pastelear con el PNV un estado de alarma prorrogado para inmediatamente después de las elecciones del 4-M. «Hemos salido más fuertes y ahora vamos a liderar la recuperación de Europa», dice alguno. Ya saben: nadie está libre de decir estupideces. Lo malo es decirlas con énfasis. Cosas de la reputación, de la mala reputación.