Vila Formosa La imagen de la muerte en Brasil
Es el mayor cementerio del mundo en estos momentos por la ola de fallecimientos que sacude a Sao Paulo
Una fotografía marca la división entre la vida y la muerte. De un lado, un popular barrio de clase media de Sao Paulo es separado por una pista y un muro del cementerio público Vila Formosa, el mayor camposanto de toda Iberoamérica, y que desde hace un año es también el destino de decenas de millares de víctimas del coronavirus. En los últimos meses, se vive el colapso total. La imagen del arquitecto y fotógrafo local Leonardo Finotti, captada con un dron, es una de una serie de imágenes que él y su esposa, la arquitecta, Michelle Jean de Castro, registran desde hace un año para concienciar de la dimensión de la tragedia que vive Brasil por una pandemia que ahora mismo lo sitúa como el epicentro del coronavirus en el planeta.
«Nuestras visitas al cementerio pasó a ser nuestro parámetro real de lo que de verdad estaba ocurriendo en Brasil, mientras un gobierno negacionista –el de Jair Bolsonaro– decía que no había pandemia», cuenta Finotti a ABC respecto a las fotos que un año después se han convertido en un proyecto bautizado ‘Necropoli[s]tics’, la combinación visual entre la muerte, la política y la vida urbana de la necrópolis paulista, además de un retrato fiel del crecimiento exponencial de fallecimientos por Covid-19 en Brasil, donde ya se han enterrado a más de 365.000 personas.
Las fotos aéreas dan una perspectiva de ese sufrimiento causado por la variante P1, que emergió el pasado mes de diciembre en la ciudad de Manaos –capital del estado de Amazonas, pero no fue identificada hasta enero como una nueva variante en Japón, en unos viajantes que volvían de aquella región del norte de Brasil–. Las imágenes del camposanto más grande de Iberoamérica también crean metáforas como la de las áreas que antaño eran fosas de tierra roja y ahora se van volviendo verdes conforme los días pasan y brota el césped. «Hay una desaparición constante de la muerte», anota Finotti sobre algo que su proyecto busca evitar: que la tragedia se olvide. «Es un proceso que no está ni siquiera en el fin, está en el medio», calcula el fotógrafo que ha encontrado en esas representaciones algunos aprendizajes sobre ese luto gigantesco.
Salto cuantitativo
Con 76 hectáreas, el cementerio de Vila Formosa es comparable en tamaño al madrileño bosque de Dehesa de la Villa, y desde hace un año es más que un reflejo de la muerte, es una evidencia de los errores del Gobierno de Bolsonaro con efectos dantescos en la mayor ciudad de Brasil, que ya enterró más de 25.000 personas en un año. Bolsonaro negó la pandemia, se opuso al cierre nacional, al confinamiento y, más tarde a las vacunas, que ahora llegan lentamente al país. La combinación de esa secuencia de equivocaciones, incluso con llamamientos internacionales a que rectifique, aceleró el número de muertes, con casi 63.000 óbitos solo durante el mes de marzo, el peor de toda la pandemia, y más de 12.000 fallecimientos más en lo que va de este mes de abril.
Un cementerio en colapso
A lo largo de un año, el cementerio de Vila Formosa no ha dado abasto, y así como los hospitales, que están a tope, ha estado a punto de colapsar en varios momentos.
Los sepultureros pasaron a usar equipos de protección (EPI) y uniformes blancos de plástico que les cubren completamente el cuerpo para intentar resguardarse de la contaminación al trasladar tantos cadáveres y ataú
des. El Ayuntamiento tuvo que contratar equipos de emergencia, comprar camiones frigoríficos, ampliar los horarios de los entierros hasta altas horas de la noche, cancelar los funerales y exhumar viejos cadáveres para dar espacio a la cantidad de nuevos cuerpos que llegan en ataúdes lacrados, agrupados en furgonetas escolares.
En el cementerio público, donde son enterrados por lo general los paulistas más pobres, los huesos exhumados, que llevan en tierra por lo menos tres años, son separados en bolsas de plástico con los nombres para que los parientes decidan qué destino quieren darles. Con la demanda de espacio, las bolsas de huesos se han apilado en contenedores.
Según el Sindicato de Servidores
Municipales de Sao Paulo, que ha cruzado los datos con los sepultureros, el número de hoyos abiertos en el camposanto pasó de 45 a 100 cada día durante el mes de marzo. La alcaldía de Sao Paulo, a su vez, ha anunciado que organiza una operación para abrir 600 fosas individuales diarias en 22 cementerios públicos, la mayor parte de ellas en Vila Formosa.
El Ayuntamiento, que sí está a favor del confinamiento domiciliario para intentar contener el virus –como el gobernador del Estado de Sao Paulo, Joao Doria– también está buscando acuerdos con crematorios privados para ampliar su capacidad y estudia la construcción de un cementerio vertical con capacidad para miles de lápidas, que deberá ser construido en tres meses, informó el secretario, Alexandre Modonezi.
Brasil está en guerra
«Bolsonaro todavía no ha conseguido ver que estamos en una guerra. La gente se está muriendo», afirma Modonezi, el sindicalista, que sigue de cerca la situación de las sepulturas. Según denuncia, el Gobierno está más preocupado por el parón de la economía que por las vidas perdidas y por eso Bolsonaro insiste en la necesidad de que la gente salga a trabajar, poniendo en peligro a los más pobres porque son los que no pueden teletrabajar y eso dispara el peligro de muerte. Para el dirigente, la situación crítica de Brasil es resultado de una política que ha desmantelado los servicios públicos, reduciendo recursos y recortando las inversiones en sectores clave como el de la sanidad.