ABC (Nacional)

De lo eterno se ocupa el Rey

·El Barcelona, muy superior, se proclama campeón de Copa en Sevilla después de abusar de un triste Athletic con una goleada en la segunda parte

- SALVADOR SOSTRES

España es unos vascos que se piensan que son ingleses y que se hacen llamar Athletic Club, y unos catalanes que dicen que dicen que son más que un club y que apenas les alcanza el dinero para pagar a la ‘minyona’. España es que estos dos equipos odien España, y sus aficiones piten al himno y al Rey, cuando su trofeo por excelencia es el que Su Majestad entrega.

El Barça empezó mandando, fluido, y el Athletic era incapaz de contenerlo. El Barça venía del naufragio contra el Madrid y los de Marcelino de la decepción de haber perdido contra la Real la final de la Copa del año pasado. Monólogo culé, resistenci­a leonina.

España es que los hinchas que más la niegan vibren con las competicio­nes más españolas y que el Real Madrid sea el rey de la Champions. Si no fuera que el Rey acude a ver sus finales, ¿quién haría caso a los independen­tistas vascos y catalanes? Es demencial lo que yo he escuchado cantar en las gradas de Anoeta –como antes en Atocha– en favor incluso de ETA. Durante el secuestro de Julio Iglesias Zamora se llegó a corear: «Las armas no son gratis/Julio paga ya». Y tan felices que estuvieron hace unos días cuando Felipe VI les hizo entrega de su ansiado trofeo. ¿Qué otra cosa han ganado en tantos, tantos años? No gritaron «¡Viva el Rey!», porque son unos hipócritas, pero es tan obvio que lo son, que más que grima da ternura. España camisa blanca de su esperanza.

Koeman veía desde la banda cómo sus jugadores tocaban y tocaban, generaban peligro, encerraban al rival en su área, pero también cómo el equipo, en su conjunto, era demasiado vulnerable en las contras y las jugadas a balón parado. Marcelino, hiperactiv­o en la banda, no conseguía que sus hombre encontrara­n el ritmo del partido.

Los que se preguntan para qué sirve un Rey, en noches como la de ayer tuvieron la respuesta: para dar consuelo a los inadaptado­s que todo lo odian porque no han aprendido a quererse a sí mismos ni saben lo que les hace felices. Don Felipe volvió a hacer de canguro de los exaltados, con catalanes y vascos convocados a la que va a ser su única final de la temporada mientras el Madrid superó el miércoles al Liverpool y todo el mundo piensa que volverá a ganar la Champions.

El Barça había perdido hasta ayer todas las finales que había disputado en Sevilla. La más dolorosa, la de la Copa de Europa contra el Steaua en 1986. La menos importante, la de enero de la Supercopa. Y en el Villamarín, la final de Copa de 2018 frente al Valencia.

Otro trofeo

El Barça, con un Messi estelar, lleva 31 Copas y amarga a un Athletic que pierde dos finales en 14 días

España no es lo que diga Florentino Pérez, ni los empresario­s del Ibex, ni los jueces del Supremo, ni siquiera el Gobierno al que PNV y Esquerra, por supuesto, sostienen y apoyan. España es lo que dicen ‘abertzales’ y ‘maulets’, arropados por la alta figura de su magnífico monarca.

El control del Barcelona poco a poco se fue volviendo intrascend­ente. Insistente, con una posesión escandalos­a del 87 por ciento, pero sin crear un peligro cierto. Sobrevivía el Athletic con un notable esfuerzo físico, sin saber muy bien qué hacer, como anestesiad­o por el juego del contrario, pero sin sufrir en exceso por el marcador, que no se movía ni parecía estar realmente cerca de hacerlo.

En ‘Catalunya Ràdio’, a la Copa la llamaban «la Copa del Bilbao y del Barça» para evitar la mención a Su Majestad; y mientras sonó el himno nacional pusieron anuncios, pero ahí estaban sus periodista­s, en Sevilla, emocionado­s ante el primer y probableme­nte último título que ganará el Barça. Tan pueblerino, tan aldeano fue este recurso, como la amarilla camiseta del Barça, luciendo la ‘senyera’ como para hacerse los héroes de una gesta inexistent­e. «El mundo nos mira», decían Puigdemont y Junqueras. Lo más mundial que puede ocurrir esta temporada en España es que el Madrid se haga con la decimocuar­ta.

El Barça interpreta­ba muy bien el juego con balón, a través de De Jong y de Messi, y hallaba amplitud en los laterales. Forzaba una circulació­n tan rápida que parecía que jugaba con un jugador más. El Athletic ganaba tiempo en cada interrupci­ón para darse un respiro: sus jugadores empezaban a notar el cansancio y sólo era el minuto 20.

El Estado opresor, la democracia de baja calidad, la España centralist­a que no entiende la diversidad, celebraba en La Cartuja la final del torneo de su Rey, que se disputaban los dos equipos que menos españoles dicen sentirse, y que han abanderado las más grandilocu­entes y groseras protestas contra la propia existencia de España, de sus institucio­nes y de su Constituci­ón. Eran unas imágenes que sin duda estaban viendo algunos de los europarlam­entarios que cada día asisten a las quejas de Puigdemont en Estrasburg­o, asegurando que España es una tribu fascista que aporrea a los que osan discrepar.

El Athletic tuvo durante la primera media hora cuatro minutos de posesión y perdió ocho minutos con las interrupci­ones. Era un dato tan tremendo como clarificad­or de lo que ocurría en el terreno de juego. Koeman, llorón, demasiado llorón para un equipo que aspira a ganar al modo de Cruyff, le pedía a Munuera que tomara nota del tiempo perdido para la añadidura. Tras la portería que defendía Unai Simón había una pancarta del Athletic que decía: «Unique in the world». ¿Único de qué?, me preguntó mi hija.

Griezmann, fiel a su tradición y a mis artículos, fallaba todo lo que tocaba. Busquets falló también lo que no se puede fallar, aunque fue mérito, o más bien milagro, de Unai Simón. Marcelino quitó a un extremo, Berenguer, y añadió a otro medio, Vesga, para llegar vivo al final y buscar el gol en una contra. Era bastante alucinante que el Barça no estuviera ganando, y de calle, la final, pero este club, y Cataluña en general, suelen olvidar que el poder no es hacerlo bonito sino ganar. Pero en el 60 el Barça rompió su fatalidad con Sevilla, se afirmó una vez más como el rey de la Copa y Griezmann finalmente hizo algo por su equipo. De Jong sentenció de cabeza y Messi marcó el tercero y el cuarto. Laporta sonrió en el palco.

El Barcelona, con 31 Copas, amplió su liderazgo en el trofeo más español. El segundo en el palmarés continúa siendo el Athletic Club, con 23. Esto es España, con vascos y catalanes que pitan o no pitan, pero siempre con el Rey. Euforia en Barcelona, con gritos y petardos en las terrazas. Los locutores más independen­tistas, eufóricos cuando Felipe VI entregó la Copa a Messi. Como tiene que ser. Mientras la turba se excita con las emociones, que unas veces son éstas y otras veces son otras, de lo eterno se ocupa el Rey.

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Los jugadores del Barcelona felicitan a Griezmann, que abrió el marcador en la final de La Cartuja
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