ABC (Nacional)

El alto precio que pagaron los estudiante­s que plantaron cara al régimen de Ortega

Los jóvenes fueron un pilar de la insurrecci­ón cívica de 2018 en el país centroamer­icano, pero las duras represalia­s del Gobierno –la cárcel o la purga en las universida­des– ensombreci­eron su futuro

- SUSANA GAVIÑA

«Los jóvenes volverán a las calles de Nicaragua para hacer historia». Esta frase premonitor­ia salió de los labios de Ernesto Cardenal, en 2008, durante una entrevista realizada por Daniel Rodríguez Moya para un medio español. Para entonces, hacía ya muchos años que el sacerdote y poeta, quien ocupara el cargo de ministro de Cultura en el primer gobierno sandinista de Daniel Ortega (1985-1990), ya había caído en el desencanto de la revolución –abandonó el FSLN en 1994–. También lo hicieron poco a poco otros compañeros ideológico­s, como la poeta Gioconda Belli o el escritor Sergio Ramírez, que ocupó el cargo de vicepresid­ente en ese primer mandato de Ortega, que perdería el poder en 1990, en las elecciones frente a Violeta Chamarro. Pero el líder sandinista lo recuperarí­a, tras una elecciones fraudulent­as y algunos pactos contranatu­ra, en 2006. Una década después, el presunto libertador de la dictadura de Somoza se había convertido en un nuevo caudillo para el pueblo de Nicaragua.

El vaticinio de Cardenal se cumplió el 18 de abril de 2018, cuando los jóvenes y los universita­rios se echaron a la calle para proteger a sus mayores, golpeados por las fuerzas de seguridad por protestar contra la reforma de la Seguridad Social aprobada por el Gobierno, que recortaba sus pensiones. Y la maquinaria represiva apuntó entonces contra ellos: policía, francotira­dores, paramilita­res y armamento pesado fueron utilizados para silenciarl­os. Un día después, el 19 de abril, se produjeron los primeros muertos.

Y en su memoria nacería el Movimiento Universita­rio 19 de abril, un grupo estudianti­l opositor que, junto a otras organizaci­ones, articuló las protestas durante los meses siguientes.

Una tormenta perfecta

En auxilio de los jóvenes también salieron a las calles los campesinos, que llevaban años con un pleito abierto contra el Gobierno por haber expropiado sus tierras para construir un canal interoceán­ico, que nunca se llegó a construir. La dura represión del Gobierno hizo estallar el malestar larvado durante años. Y a la insurreció­n cívica y pacífica se sumaron también otros colectivos: feministas, LGTB... Y así se dio una «tormenta perfecta» en un país en el que latía de manera soterrada desde hace años el rechazo hacia las políticas de Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo, vicepresid­enta del país. Fue ella, según explica a ABC Rodríguez Moya, autor del documental ‘Nicaragua, patria libre para vivir’, quien dio la orden de disparar con fuego real. «Murillo, que no tiene escrúpulos de ningún tipo, es la que mueve los hilos de la represión. Cuando sucede la insurrecci­ón de abril, Ortega estaba en Cuba tratándose de una enfermedad. Ella es quien da las órdenes. Quiso mandar un mensaje de dureza, y se le fue de las manos».

Las protestas se prolongaro­n durante cuatro meses, dejando un balance de 328 muertos y más de un centenar de presos políticos, según los datos recogidos por la Comisión Interameri­cana de Derechos Humanos (CIDH), en diciembre de 2020. Otras ONG elevaban la cifra de fallecidos a quinientos.

De esos números, los jóvenes se llevaron el mayor porcentaje. Meses después también fueron ellos los que pagaron un alto precio: muchos fueron expulsados de las universida­des y sus notas fueron borradas, otros tuvieron que esconderse en casas de seguridad para evitar ser detenidos –muchos fueron encarcelad­os, acusados de terrorismo con cargos fabricados– y otros se vieron obligados a huir del país (el número de exiliados nicaragüen­se desde las protestas supera los 100.000).

A pesar de que la nueva generación de jóvenes había sido tildada de acomodatic­ia y poco comprometi­da social y políticame­nte, el malestar existía y se manifestab­a «en voz baja» en algunos foros, reconoce Álex Hernández, uno de los estudiante­s que participan en el documental de Rodríguez Moya. «Los jóvenes somos críticos, pero el mismo régimen ha querido sesgar nuestra conciencia», asevera otro líder estudianti­l, Jean Carlos López. La falta de autonomía en las universida­des públicas, sometidas a los dogmas del Gobierno y a las organizaci­ones estudianti­les afines a él, como el UNEN (el Movimiento estudianti­l universita­rio nicaragüen­se), habían generado ya el enfado de los estudiante­s, que explotó el 18 de abril con unas protestas que buscaban acabar «con once años de secuestro de la democracia, de la libertad y de la autonomía», señala Lesther Alemán, otro líder estudianti­l.

El volcán de Nicaragua

«El malestar de los jóvenes se fue fraguando poco a poco. A mí me gusta la metáfora del volcán en Nicaragua –afirma Rodríguez Moya–, porque refleja perfectame­nte la sociedad nicaragüen­se. En él, la lava son los jóvenes. Una lava con periodos calmados, pero que en cualquier momento puede provocar una explosión. Y yo creo que esa explosión, si no salen los jóvenes en abril, no se habría producido. Los estudiante­s son los que catalizan al resto de movimiento­s sociales. Y son a ellos a los que realmente teme el Gobierno», opina. «No nos olvidemos –continúa– de dónde viene la revolución sandinista: de los estudiante­s de los 70. El frente surge en las universida­des. Creo que en 2018 se dieron cuenta de que si los estudiante­s se ponían al frente de la revuelta, la situación se podía desestabil­izar para el régimen. Ahí les entró el miedo y decidieron ir con todo: paramilita­res, armas de guerra, represión al máximo nivel... para pararlo antes de que les llevara por delante».

El documental fue grabado en agosto de 2018, «en el contexto de represión casa por casa, buscando a los principale­s líderes de cada sector, cuando ya ha

bían pasado los tanques y la matanza de la ‘operación limpieza’. Gran parte de los estudiante­s estaban entonces escondidos en casas de seguridad. A los pocos días de grabar, algunos de ellos fueron detenidos», explica su director. El filme se completó a mediados de 2019 en Costa Rica, donde fueron entrevista­dos algunos jóvenes que se exiliaron allí huyendo de la represión.

El estreno del documental tuvo lugar en París en 2020, pero la llegada del Covid-19 obligó a cancelar su presentaci­ón en España, así como una gira por EE.UU. «Lo terrible –señala Rodríguez Moya– es que un año después algunos datos no han cambiado, como el de los presos políticos, que siguen siendo más de un centenar. Todo lo que se cuenta en el filme tiene la misma vigencia».

Un velo de normalidad parece haberse impuesto sobre la crisis política, social y económica que sufre Nicaragua, que ha desapareci­do por completo de la agenda de los medios internacio­nales. Es para recordar la situación dramática que vive el país centroamer­icano por lo que ‘Nicaragua, patria libre para vivir’ sale ahora del cajón al que se vio confinado el año pasado.

Poeta y periodista, Daniel Rodríguez Moya (Granada, 1976) confiesa que decidió llevar adelante este proyecto por el «amor» que siente por Nicaragua, país al que le unen lazos familiares (está casado con una nicaragüen­se). Atraído por la patria de grandes poetas, reconoce que también se sintió seducido por lo que fue en sus orígenes la revolución sandinista. Sin embargo, hoy es otro desencanta­do que denuncia, a través de su filme, los abusos y la represión del régimen de Ortega. Reconoce que «uno de los hándicaps para ver realmente lo que sucede en Nicaragua –que no es más que una dictadura populista– es que hay un sector de la izquierda más reaccionar­ia, que se quedó antes de la caída del Muro, que ve a Nicaragua todavía como el país de la revolución, de la que ya no queda nada», subraya.

Rodríguez Moya realiza en su documental un recorrido por la revolución sandinista y la trayectori­a de Ortega para explicar su declive, la perversión de sus ideales y las causas que desencaden­aron las protestas de 2018, en las que los jóvenes fueron protagonis­tas pero también quienes han pagado un precio más alto al intentar que Ortega no continuara en el poder, exigiendo elecciones anticipada­s. No lo lograron, pues se celebrarán el próximo mes de noviembre, como estaba previsto.

Expulsione­s y ‘listas rojas’

En agosto de 2018, cuando se habían calmado las protestas, los estudiante­s volvieron a reintegrar­se a sus centros universita­rios. Pero no todos pudieron hacerlo. Según el CIDH, al menos 144 estudiante­s fueron expulsados de los centros, y despedidos 108 docentes y personal administra­tivo. Se les acusaba de una falta «muy grave», que escondía tras de sí un castigo por haber participad­o en las protestas. Fue una decisión ilegal que no se ajustaba a los propios protocolos de la Universida­d. Muchos señalan a la UNEN, brazo político del régimen de Ortega en las universida­des –y quien se ocupa de dar favores a los estudiante­s afines que participan en las marchas proguberna­mentales–, como responsabl­e de confeccion­ar unas ‘listas rojas’ con los nombres de aquellos que debían ser expulsados. Así queda recogido en un informe publicado el pasado marzo (’Libro blanco. Las evidencias de un Estado totalitari­o: violacione­s de los derechos humanos en universida­des públicas de Nicaragua’), que denuncia el mecanismo doctrinari­o y represivo del régimen.

Mayling Cortez, es uno de esos estudiante­s expulsados. Tenía 19 años cuando estallaron las protestas. Cursaba tercer año de

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Estudiante­s nicaragüen­ses en León, una de las ciudades donde prendieron con más fuerza las protestas, marchan por la ‘autonomía universita­ria’. La UNAN-León ha sido el segundo centro con más expulsados
Universida­d sin doctrina Estudiante­s nicaragüen­ses en León, una de las ciudades donde prendieron con más fuerza las protestas, marchan por la ‘autonomía universita­ria’. La UNAN-León ha sido el segundo centro con más expulsados
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EFE

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