ABC (Nacional)

La vieja molienda

EL BAR DE MOU

- POR IGNACIO RUIZ QUINTANO

Mientras el Madrid de Zidane prepara el café de la vieja molienda para el doblete («cuando la tarde languidece / renacen las sombras, / y en su quietud los cafetales / vuelven a sentir / esa triste canción de amor / de la vieja molienda / que en el letargo de la noche / parece gemir»), el Barcelona de Koeman se consuela en Sevilla con otra Copa del Rey.

Dos opciones tenían los culés para consolarse de la filosofía tiquitaque­sca que les hizo perder el Clásico: leer a Boecio o ganar al Athletic de Marcelino, y optaron por lo segundo: cuatro por cero y con Unai Simón de portero. Portero del Athletic y del Combinado Autonómico de Luis Enrique, que estaba mirando, y que vería cómo a ese hombre, que parece un Pedro Sánchez de los porteros, le rematan desde el área pequeña y que no se tira, sino que se estira (menos, en cualquier caso, que el portero de un futbolín), que no es lo mismo. También está ese gol de Messi que los gansos capitolino­s nos venden como si fuera la repetición del gol de Maradona a Inglaterra en el Mundial de México, gol, por cierto, que no «practica» ni en el Champions ni con Argentina. Pero ese gol cae como una bendición sobre el Madrid, pues obliga a Laporta a renovar al alza a un futbolista que sólo le sirve para andarse por las ramas del fútbol doméstico.

Además ese gol viene a demostrar la teoría de mis amigos taiwaneses (profesores españoles en Taipéi) según la cual Messi ha hecho su carrera en un microclima, el español, donde la hegemonía cultural del fútbol la impone su club, que determina que a Messi hay que abrirle pasillo camino del gol como guinda al muermo del tuya-mía y el pase atrás, un ‘invento’ de José Manuel Benito Entrialgo, Pin, y de José Luis López Panizo (en el Athletic, precisamen­te)

–El ‘pase atrás’ que en versión taurina es la ‘pata patrás de los toreros modernos –aclara un compatriot­a ‘taiwanés’ para quien el fútbol actual es «una verdadera m…», que sólo mantuvo su interés «mientras Mourinho se enfrentó con todo al Boddhisatt­va de Sampedor».

El gol de Messi al Athletic (caricatura del gol de Maradona a Inglaterra) nos hizo ver a todos la importanci­a de la entrada de Casemiro a Milner el otro día en Liverpool (que es la misma entrada de Sergio Ramos a Balotelli en la final de la Eurocopa con Italia). Se llama intimidaci­ón (y no hablamos, dicho sea para adultos con CI medio, de la practicada por Goicoechea a Maradona y a Schuster, sino de la de Casemiro a Milner), que constituía en el fútbol antiguo el factor determinan­te de jugar de local o jugar de visitante. La diferencia entre la entrada de Casemiro y las entradas de Goicoechea es la que hay entre las hamburgues­as de buey Angus (¡la nobleza de Casemiro!) y las hamburgues­as vegetales, su nuevo negocio, que promueven los Gates, Bill y Melinda, los de la tienda de ordenadore­s más que ver la cara de pasmados que se les ha quedado a los dos después de consumirla­s, que es la cara que se nos quedó a los espectador­es viendo las acciones del central vizcaíno, y vizcaíno como del Quijote. La idea de los Gates es forrarse con la venta de hamburgues­as de alfalfa para eliminar del planeta a las vacas, responsabl­es con sus cuescos de los escapes de metano que producen los agujeros en la capa de ozono que hará que las olas de la playa de la Concha laman la cima del monte Igüeldo. Para digerir la alfalfa, la vaca necesita de unas bacterias que provocan el gas asesino, cosa que los hombres no, lo que nos hace indicados para el pasto. Con el dinero que manejan los Gates, no tardaremos en ver en las camisetas de los futbolista­s los anuncios de la carne vegetal que tiene a Melinda con cara de estar chupando limones.

La sensación que dio el Athletic ante el Barcelona fue la de un equipo mal alimentado, como si Raúl García hubiera almorzado hamburgues­as de berros en lugar de un chuletón en el asador de Zizur. ¡Ni un mal gesto! ¡Ni una triste entrada! ¿Que a Messi le hace ilusión intentar el gol de Maradona? ¡Marcelino, disponga la jugada! Y Marcelino, señorín de camisa blanca planchada y honrada, la dispuso. Se quitó la camisa y la echó al suelo a lo beatle para que Messi no se mojara sus lindos pies. Lo demás lo ponen los medios, que es decir las veletas. Miren al Madrid: todas las viudas de Keylor que convirtier­on en un calvario la entrada del mejor portero del mundo, Courtois, en el equipo (al revés que en Jerusalén, en Madrid pasamos del «¡Crucifícal­o, crucifícal­o!» al «¡Hosanna, hosanna!») se reúnen ahora para descubrirn­os lo bueno que es este De Gaulle belga que conduce un Rolls Royce (ese coche pide chofer) para ir a Valdebebas a pegarse barrigazos.

En Zidane los taiwaneses ven a un hombre que al fin, forzado por las lesiones, prepara los partidos con pizarra, y eso, unido a la baraka, lo deja sin adversario­s.

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