ABC (Nacional)

LA NOCHE IMPENETRAB­LE

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

n la noche del 15 al 16 de noviembre de 1980 Louis Althusser estranguló a Hélène Rytmann, su esposa y compañera desde hacía 30 años. Oigamos su relato: «Cansado por una noche impenetrab­le, me encontré a Hélène a los pies de mi cama, en bata, tendida delante de mí. Yo seguía dándole masajes en el cuello, con la sensación de que me dolían mucho los antebrazos. Después comprendí, no sé como, salvo por la inmovilida­d de sus ojos y su lengua entre los dientes, que estaba muerta».

El filósofo marxista, el ilustre e influyente pensador estructura­lista, fue internado en el hospital de Sainte Anne en París donde permaneció tres años. Nunca logró recordar lo que sucedió aquella madrugada. Tres psicólogos designados por el juez coincidier­on en que Althusser no mentía y que había matado a su mujer en un arrebato de locura. En 1983, la investigac­ión judicial concluyó que no era responsabl­e de sus actos pese a que Althusser asumió su responsabi­lidad y pidió que le juzgaran como un hombre que debía responder por su crimen.

Como él mismo cuenta en ‘El porvenir es largo’, conoció a Hélène en una tarde de diciembre de 1946 en casa de un amigo. Él tenía 28 años y ella había cumplido los 36. Era una militante del Partido Comunista de origen judío. Hélène se había jugado la vida en la Resistenci­a cuando introducía explosivos por la frontera suiza para luchar contra los nazis. Había trabajado de ayudante del cineasta Jean Renoir y era muy apreciada por líderes comunistas como Duclos.

ELas palabras de Althusser describen lo que pasó aquella tarde: «Imaginad aquel encuentro: dos seres en el colmo de la soledad y la desesperac­ión que por azar se encuentran cara a cara y que reconocen en cada uno de ellos la fraternida­d de la angustia y de un mismo sufrimient­o».

Tras su flechazo, Hélène invitó a Louis a una nueva cita. Ella se fijó en la chaqueta muy apretada del filósofo que resultaba ridícula. Él se dio cuenta de la extremada pobreza en la que vivía la mujer. Estaban sentados en un banco en la plaza de

Saint Sulpice y Althusser recordaba así aquel día:

«En el momento de despedirse se irguió y con la mano derecha acarició impercepti­blemente mis cabellos rubios, sin decir palabra. Me invadieron la repulsión y el terror. No podía soportar el olor de su piel, que me pareció obsceno».

Pasadas unas semanas y venciendo su repugnanci­a, Louis se acostó con Hélène. Era la primera vez que hacía el amor con una mujer: «Me atravesó el deseo. Hicimos el amor encima de la cama. Aquello era algo nuevo, sobrecoged­or y violento. Cuando ella se fue, se abrió un abismo de angustia en mí, que no se cerró jamás».

No hay ni la más mínima exageració­n en sus palabras porque Althusser había padecido desde su infancia crisis depresivas y ataques de esquizofre­nia. Él lo achacaba a su madre, un mujer fría que nunca expresaba sus sentimient­os, que evitaba el contacto físico y que se negó a atender a su esposo en el lecho de muerte.

Pocos meses después de entablar relación con Hélène, Louis fue internado en un hospital psiquiátri­co tras sufrir delirios y ataques de angustia. No reaccionab­a a ningún estímulo y fue sometido a más de 20 sesiones de electrocho­ques que él mismo calificó de «torturas insoportab­les».

Hélène se dio cuenta de que se hallaba embarazada mientras Louis estaba siendo tratado. No le dijo nada y se fue a Londres a abortar en un intento de no añadir más sufrimient­o a su situación. Se enteró tras salir del hospital y el gesto le emocionó. «De no ser por ella, yo hubiera seguido en la clínica toda mi vida», escribió en sus memorias.

Hasta la trágica muerte de su esposa, Althusser tuvo que ser internado casi todos los años en centros donde se sometía a curas de reposo y relajación. Vivía atormentad­o y tenía una necesidad compulsiva de relacionar­se con otras mujeres con las que rompía al poco tiempo de intimar. Estaba convencido de que era un farsante intelectua­l y que iba a ser desenmasca­rado por su imaginaria impostura.

La conducta de Hélène no era más equilibrad­a porque experiment­aba imprevisto­s ataques de ira cuando estaban cenando con invitados o Louis proponía algo que escapaba a su control. Todo indica que sufría celos enfermizos y que era una persona muy insegura, marcada también por una complicada relación con su madre y una infancia miserable.

«Estaba hastiado de esas terribles escenas de pareja. Se transforma­ba su cara en mármol o en papel y yo corría detrás de ella tras una atroz y lacerante angustia de que me dejara», escribió Althusser, que reconocía que no podía vivir con ella pero tampoco sin ella. «Era mi esposa, mi madre y mi padre», confesó.

Pese a convertirs­e en referencia del comunismo francés, Althusser fue un ferviente católico en su juventud, que peregrinó al Vaticano para ser recibido por Pío XII, que le recomendó que fuera un buen profesor. Murió en 1990 con la convicción de que había incumplido esa promesa y que había engañado al mundo.

I Sánchez representa el verbo culebroso hecho hombre, el ministro cosmonauta Pedro Duque ofrece laconismo de héroe a lo Sergio Leone. Apuntó hace meses que la vacuna española florecería justo ahora, en abril. Pero la fruta no está madura y desde entonces no se le escuchó. Comandante de un ministerio sin alforjas y casi sin presupuest­o, suele gastar traje holgado de ingravidez permanente, con lo cual parece flotar en el vacío sideral. En este banquete de bocazas el silencio se agradece, pero claro, aunque sólo sea para justificar el sueldo que acompaña el cargo, por fin soltó otra propina.

Acaba de regañar, un poquito y desde su voz trémula, a esos famosos tan cimarrones con la cosa pandémica. Pide «que tengan cuidado». Ya estamos con lo de siempre; esto es, los ciudadanos somos atonlodrad­os seres de luz permeados por la maligna influencia de los trompetero­s mensajes de esos díscolos famosetes. Por lo tanto, para evitar que nos ahoguemos en nuestra chorlita condición, sólo la autoridad recomendar­á lo que es bueno, malo, regulero, óptimo o pésimo. Nosotros, es triste, mostramos severa incapacida­d para percibir lo que nos conviene y lo que no. Algunos famosos sin duda segregan el peligro asimétrico del tigre, que dijo Borges, sin embargo muchas de estas celebridad­es conquistar­on su fama repartiend­o burradas. Y los que llegaron por sus méritos profesiona­les, añado, se han ganado el derecho a disparar estupidece­s porque les divierte provocar. ¿Qué gracia tiene ser famoso y actuar como un fraile o mantener espíritu austero? Triunfaba Charlie Sheen protagoniz­ando una exitosa teleserie y le ventilaron su afición hacia las fiestas de cocaína y actrices porno. Se lo reprocharo­n, pero lejos de amilanarse contestó: «Gano dos millones de dólares por episodio, ¿pretenden que me dedique a rezar?». A Pedro Duque no le recordarem­os por salidas de tono de este estilo, si acaso por su condición de estrella fugaz. Justo lo que ningún famoso permitiría. Que hablen de uno, aunque sea mal.

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