Pan, vino y friquis
Abascal es Vox como Rivera fue Ciudadanos. La nueva política se confundió desde que estaba en mantillas con el personalismo de sus artífices. Y, hasta en algún caso, desarrolló una mutación caudillista en la que el líder incluso se provee de una compañera con trazas de heredera, como hizo Ceaucescu.
Hoy, Rivera es historia y el paracaidista Iglesias está en vías de serlo. Queda Abascal, quien, paradójicamente, tiene su fortaleza en un raro desapego por la política que le lleva a desechar los filtros. Parece siempre de paso. Por eso huye de las etiquetas y no elude ninguna cuestión. El director de ABC dio buena cuenta ayer de esa peculiaridad con una batería de preguntas dirigidas a llamar al pan, pan y al vino, vino. Y a que de ello quedara constancia. Y constancia quedó.
Abascal emplea con naturalidad expresiones como «asalto comunista» e «identidad nacional», para a continuación censurar sin ambages la deriva federalista de la UE, a la que concibe a la antigua usanza: como una entidad instrumental que no exige la cesión de soberanía de sus países miembros.
Todo un alarde de esa pretendida falta de complejos con venta asegurada en Orcasitas o Chamberí.
Integrado, porque no le queda otro remedio, en el grupo europeo de los conservadores y reformistas junto a perlas como Orbán, definió como una querencia de friquis (para entendernos, una pulsión propia de politólogos y periodistas) lo de poner apellidos a los partidos. Prefiere no encasillarse, como los actores con ínfulas. Vox es «español». Nada más. Y nada menos.
Resulta inevitable contraponer este presunto desdén por adjetivarse con la obsesión algo esquizoide de Ciudadanos en encontrar su identidad ideológica mientras, como el amor, los votos escapaban a través de la ventana. Cuando Rivera llegó al convencimiento de que convertirse en vicepresidente no era nada comparado con ser presidente inscribió a su criatura en el grupo de los liberales europeos. En esos días, ABC entrevistó al principal representante de esa corriente, quien rogó a nuestro redactor que se abstuviera de preguntar por el partido naranja: no sabía qué decir.
El envés de Abascal hay que buscarlo en el postureo equidistante que se hace pasar por lo que no es, más que en la amenaza de ese «asalto comunista» con que trata de agitar a sus correligionarios y a quien quiera creerle. Concernido por inquietudes ‘patrióticas’ y no tanto por las de índole moral que igualmente integran el ideario de Vox, Abascal –al pan, pan y al vino, vino– tomó desde la primera posta las riendas de la campaña madrileña: él es Vox. Como Rivera fue Ciudadanos.