CONTRACRÓNICA Los hombres y mujeres del casco
Cientos de policías garantizan con su trabajo las elecciones. Pero su día a día está lleno de penalidades
Detrás de los uniformes azules, los cascos, las protecciones, los escudos, las defensas y las pistolas hay hombres y mujeres; agentes de la Unidad de Intervención de la Policía que estos días, por desgracia, son demasiado visibles en los actos electorales, especialmente de Vox y Podemos. Protegen el derecho constitucional de estos partidos a exponer sus ideas. Y para que lo puedan hacer en libertad a veces, demasiadas en esta tensa campaña, aguantan insultos, soportan las lluvias de piedras o reciben patadas traicioneras de radicales descerebrados, cuando no agresiones más graves.
No pocos de los ‘uiperos’ que están estos días en las calles de Madrid, hasta 300, tienen una penalidad añadida: residir fuera de la capital, en este caso en Valencia, Málaga y La Coruña. A la dureza del servicio, pues, se une el hecho de que sus condiciones de vida en esta ciudad son, por decirlo de forma suave, manifiestamente mejorables. Se quejan, claro; pero nadie parece escucharlos, quizá porque no permiten que esas circunstancias personales afecten a su trabajo.
Las dietas que reciben estos agentes están congeladas desde hace ya demasiados años. Tienen 48 euros para alojamiento, 14 para comer y otros tantos para cenar. En otras ciudades pueden tirar con ese dinero, pero en Madrid es mucho más difícil, porque aquí los precios son altos. «La primera solución es renunciar a una habitación individual, pero además hay que elegir con mucho cuidado el restaurante en el que te metes, porque como te descuides al final pierdes dinero», explica a ABC un oficial de Policía de Valencia con 19 años en las UIP.
A estos policías, además, su trabajo les obliga a mantener una buena forma física, no solo en beneficio de cada uno de ellos en particular, sino también por sus compañeros, cuya integridad física puede exponerse a más peligro en caso de que alguien del grupo flaquee. «En cuanto llegamos a una ciudad, lo primero que hacemos es buscar un gimnasio y una zona para correr. Por supuesto, lo primero lo pagamos de nuestro bolsillo».
El problema del alojamiento
Pueden surgir otros problemas añadidos. Por ejemplo, que al dueño del hotel no le guste alojar a policías. Se sabe ya que eso sucedió en Barcelona; lo que no se conocía es que en alguna ocasión, aunque en mucha menor medida, también ocurrió en Madrid. «Hay gente para la que somos un problema, un riesgo que no merece la pena asumir». Lo cuenta a ABC otro de los policías que han venido a reforzar la seguridad en este periodo electoral, éste procedente de La Coruña.
En esta etapa, además, hay un inconveniente añadido: muchos hoteles están cerrados por la crisis sanitaria, y la oferta de camas ha bajado mucho. «A veces nos tenemos que alojar a 20 kilómetros de Madrid», explica el agente gallego; «lo hemos hecho en un hotel de la sierra de Guadarrama, Alcalá de Henares y hasta en Seseña (Toledo)», remacha el policía valenciano. Eso sí; siempre, sea donde sea, todo el grupo lo hace junto, «porque si somos alertados no hay tiempo que perder. La respuesta debe ser de todos e inmediata».
Escepticismo político
Estos días el agente procedente de Valencia –por tanto, todo su grupo– se aloja en un céntrico hostal. «Es muy probable que llegue otro desde nuestra ciudad, pero mis compañeros no podrán alojarse en Madrid, porque no hay sitio para tantos. Los hemos ocupado ya», vaticina. Si están fuera del casco urbano, la incorporación al servicio se hace directamente desde allí; si no, hay que ir a las dependencias policiales de Moratalaz, donde las UIP tienen su base, «en taxi, autobús, Metro o lo que sea, siempre a cargo de nuestro bolsillo».
Con este panorama, y con su experiencia en muchas batallas, los dos policías ven con escepticismo el debate político de estos días en Madrid. «Con sinceridad; apenas hablamos de ello. Charlamos del servicio, de nuestras familias, pero apenas de política», relatan. Tampoco se malician con los discursos de los líderes, ni siquiera cuando justifican o alientan los disturbios protagonizados por los grupos radicales: «Somos profesionales, no entramos en ello, aunque desde luego no ayudan».
Y desde esa perspectiva que dan los años en primera línea y la distancia relativizan la crispación. No niegan que exista, pero tampoco la sienten a flor de piel; no, desde luego, después de servir en Barcelona en la semana de furia y odio tras la sentencia del ‘procés’, o más recientemente en las algaradas tras el ingreso en prisión del supuesto rapero Pablo Hasel.
La mayoría de hombres y mujeres de las UIP, en este caso los llegados desde fuera de Madrid para reforzar el dispositivo de seguridad montado por las elecciones, se marcharán el jueves. No pasará mucho tiempo hasta que tengan que volver a salir de casa para otra misión delicada. Vivirán las mismas penurias; serán invisibles para la mayoría; les odiarán, golpearán y vejarán otra vez porque visten uniforme y garantizan la paz ciudadana... Muy pocos les valorarán. Pero ellos seguirán allí, con su casco, su escudo, su defensa y su arma cumpliendo con su deber, como testigos privilegiados de una calle que demasiadas veces se vuelve hostil por intereses repulsivos.