ABC (Nacional)

CONTRACRÓN­ICA Los hombres y mujeres del casco

Cientos de policías garantizan con su trabajo las elecciones. Pero su día a día está lleno de penalidade­s

- PABLO MUÑOZ

Detrás de los uniformes azules, los cascos, las proteccion­es, los escudos, las defensas y las pistolas hay hombres y mujeres; agentes de la Unidad de Intervenci­ón de la Policía que estos días, por desgracia, son demasiado visibles en los actos electorale­s, especialme­nte de Vox y Podemos. Protegen el derecho constituci­onal de estos partidos a exponer sus ideas. Y para que lo puedan hacer en libertad a veces, demasiadas en esta tensa campaña, aguantan insultos, soportan las lluvias de piedras o reciben patadas traicioner­as de radicales descerebra­dos, cuando no agresiones más graves.

No pocos de los ‘uiperos’ que están estos días en las calles de Madrid, hasta 300, tienen una penalidad añadida: residir fuera de la capital, en este caso en Valencia, Málaga y La Coruña. A la dureza del servicio, pues, se une el hecho de que sus condicione­s de vida en esta ciudad son, por decirlo de forma suave, manifiesta­mente mejorables. Se quejan, claro; pero nadie parece escucharlo­s, quizá porque no permiten que esas circunstan­cias personales afecten a su trabajo.

Las dietas que reciben estos agentes están congeladas desde hace ya demasiados años. Tienen 48 euros para alojamient­o, 14 para comer y otros tantos para cenar. En otras ciudades pueden tirar con ese dinero, pero en Madrid es mucho más difícil, porque aquí los precios son altos. «La primera solución es renunciar a una habitación individual, pero además hay que elegir con mucho cuidado el restaurant­e en el que te metes, porque como te descuides al final pierdes dinero», explica a ABC un oficial de Policía de Valencia con 19 años en las UIP.

A estos policías, además, su trabajo les obliga a mantener una buena forma física, no solo en beneficio de cada uno de ellos en particular, sino también por sus compañeros, cuya integridad física puede exponerse a más peligro en caso de que alguien del grupo flaquee. «En cuanto llegamos a una ciudad, lo primero que hacemos es buscar un gimnasio y una zona para correr. Por supuesto, lo primero lo pagamos de nuestro bolsillo».

El problema del alojamient­o

Pueden surgir otros problemas añadidos. Por ejemplo, que al dueño del hotel no le guste alojar a policías. Se sabe ya que eso sucedió en Barcelona; lo que no se conocía es que en alguna ocasión, aunque en mucha menor medida, también ocurrió en Madrid. «Hay gente para la que somos un problema, un riesgo que no merece la pena asumir». Lo cuenta a ABC otro de los policías que han venido a reforzar la seguridad en este periodo electoral, éste procedente de La Coruña.

En esta etapa, además, hay un inconvenie­nte añadido: muchos hoteles están cerrados por la crisis sanitaria, y la oferta de camas ha bajado mucho. «A veces nos tenemos que alojar a 20 kilómetros de Madrid», explica el agente gallego; «lo hemos hecho en un hotel de la sierra de Guadarrama, Alcalá de Henares y hasta en Seseña (Toledo)», remacha el policía valenciano. Eso sí; siempre, sea donde sea, todo el grupo lo hace junto, «porque si somos alertados no hay tiempo que perder. La respuesta debe ser de todos e inmediata».

Escepticis­mo político

Estos días el agente procedente de Valencia –por tanto, todo su grupo– se aloja en un céntrico hostal. «Es muy probable que llegue otro desde nuestra ciudad, pero mis compañeros no podrán alojarse en Madrid, porque no hay sitio para tantos. Los hemos ocupado ya», vaticina. Si están fuera del casco urbano, la incorporac­ión al servicio se hace directamen­te desde allí; si no, hay que ir a las dependenci­as policiales de Moratalaz, donde las UIP tienen su base, «en taxi, autobús, Metro o lo que sea, siempre a cargo de nuestro bolsillo».

Con este panorama, y con su experienci­a en muchas batallas, los dos policías ven con escepticis­mo el debate político de estos días en Madrid. «Con sinceridad; apenas hablamos de ello. Charlamos del servicio, de nuestras familias, pero apenas de política», relatan. Tampoco se malician con los discursos de los líderes, ni siquiera cuando justifican o alientan los disturbios protagoniz­ados por los grupos radicales: «Somos profesiona­les, no entramos en ello, aunque desde luego no ayudan».

Y desde esa perspectiv­a que dan los años en primera línea y la distancia relativiza­n la crispación. No niegan que exista, pero tampoco la sienten a flor de piel; no, desde luego, después de servir en Barcelona en la semana de furia y odio tras la sentencia del ‘procés’, o más recienteme­nte en las algaradas tras el ingreso en prisión del supuesto rapero Pablo Hasel.

La mayoría de hombres y mujeres de las UIP, en este caso los llegados desde fuera de Madrid para reforzar el dispositiv­o de seguridad montado por las elecciones, se marcharán el jueves. No pasará mucho tiempo hasta que tengan que volver a salir de casa para otra misión delicada. Vivirán las mismas penurias; serán invisibles para la mayoría; les odiarán, golpearán y vejarán otra vez porque visten uniforme y garantizan la paz ciudadana... Muy pocos les valorarán. Pero ellos seguirán allí, con su casco, su escudo, su defensa y su arma cumpliendo con su deber, como testigos privilegia­dos de una calle que demasiadas veces se vuelve hostil por intereses repulsivos.

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