El legado de un escritor doliente: «Hice que tuviera fe en la vida»
Elvira González Fraga mantiene viva la memoria del autor desde la fundación
Son diez años sin él. Una década con la ausencia de Ernesto Sábato. El tiempo es así: pasa, pero lo importante queda. «Lo importante», afirma Elvira González Fraga, «es su legado». Hablamos de huellas en sus libros, en el modo de entender y sentir el mundo, en los caminos para intentar mejorarlo, en la obra de «un hombre sensible que significa ser vulnerable», resume. «Ernesto –recuerda– no tenía corteza y sufría en esa actitud heroica de luchar por lo que uno cree».
En tiempos de pandemia, de nombres nuevos como Covid-19, su compañera de treinta años podría imaginar a Sábato «sentado de brazos cruzados con lágrimas en los ojos». Lo vio así con «ochenta y pico años», cuando hablaban del hambre y la miseria de los niños. «Ernesto sentía el mundo como un cuerpo propio. Si ahora le preguntara: ¿Cómo estás? Me diría: ¡Con lo que está pasando en la India! ¿Cómo voy a estar, Elvirita?».
La historia de Ernesto Sábato es la historia de la Fundación que lleva su nombre y preside «Elvirita», como llamó siempre a la mujer que estuvo a su lado hasta el final, a la autora que se animó a publicar su primer libro (va por el tercero) cuando Sábato ya no estaba, cuando ya no la necesitaba para seguir, cuando dejó de hacer falta que le escribiera «los discursos que luego él revisaba y corregía». En y desde esta Fundación se suceden estos días homenajes, ciclos, cursos, películas, concursos de cuentos, foros, exposiciones y encuentros a diez años de la muerte de un escritor que fue pintor y pirómano de sus primeros lienzos, un físico y matemático que enterró horas y años de fórmulas y teorías porque eligió «no tomar decisiones fáciles y arriesgarlo todo cuando estaba convencido de que era necesario» asegura. Se puede decir de otro modo, pero eso «es ser valiente aunque tengas miedo, porque Ernesto tenía miedo».
«Los programas de viviendas de acogida a mujeres, el trabajo con los toxicómanos y los esfuerzos en la rehabilitación, la ayuda de Cáritas y de los docentes» son la cara social de la Fundación Sábato. La otra, la cultural, es
Ernesto Sábato, con gesto grave
la que rememora ‘Sobre héroes y tumbas’ en la Biblioteca Nacional, a 70 años de su publicación, la que arroja luz sobre ‘El túnel’ la que «organiza el ciclo de encuentros sobre Sábato» y Elvira recita los nombres de los participantes porque «estoy muy agradecida a todos». Y da tiempo a anotar a
Pilar Saramago, Carmen Riera, María Rosa Lojo, Fanny Rubio, César Antonio Molina, Fernando Rodríguez Lafuente, Juan Cruz, Bernardo Kuksberg y a la Universidad de Columbia o la Complutense, donde se pasará el escáner a las «emociones y pensamiento de un creador», otra definición que da Sábato. Elvira González Fraga, ‘Elvirita’ para el inventor de ‘Abaddón el exterminador’, insiste en la importancia de «fortalecer la cultura en todos los barrios» y en lugares abandonados de la mano de Dios y del hombre, como «el impenetrable en la provincia del Chaco (noroeste argentino) o en las villas miserias». Habla de la «plataforma escolar de la fundación donde los chicos conocen la obra de Sábato, del centro con las paredes empapeladas con facsímiles de Ernesto, de los concursos de cuentos o del documental que rueda Lucrecia Martel, sobre el asesinato de un activista en la provincia de Salta (norte)», pero sobresalen sus descripciones y la riqueza de sus recuerdos. «En 1945 Ernesto dijo que a ese ritmo construiríamos seres humanos sin lágrimas, seres humanos mecánicos donde los sentimientos no estuvieran en primer lugar. Y para él, eran lo primero».
Tecnología
La imagen de un Sábato tristón y depresivo es conocida, pero Elvira González Fraga la minimiza. «Pese a su aspecto depresivo –siempre se vestía igual– transmitía un sentido de la vida que alcanzaba a todos». Recuerda: «Íbamos mucho al cine y siempre llegábamos tarde porque la gente lo paraba, le quería tocar. Hasta que un día le dije: Ernesto, camina mirando para abajo». Fue el modo de no perderse el principio de la película.
¿Cómo escribe un escritor del siglo XX y XXI? «Era un poco antiguo. Le costó mucho aceptar la computadora. Ni siquiera le gustaba que no sonaran las teclas al golpearlas». Pero ella logró que descubriera el atroz encanto de la tecnología. «Le mostré cómo una frase suya se traducía al francés (lo hablaba perfectamente). Después le dije: y ahora, en chino. Su respuesta fue: ¿Qué es esto? Diabólico. Luego, ya le gusto».
El prólogo de la CONADEP, el libro de la Comisión Nacional para la Desaparición de Personas que escribió Sábato fue desplazado durante el kirchnerismo por una versión lejos de corresponderse con la realidad. «Yo –aclara– estuve con él cuando lo escribió. Originalmente no lo firmó. No quiso aunque yo le insistí. Luego lo pusieron, lo quitaron… Lo importante –reflexiona– es que haya quedado, que se conociera la verdad», en el Nunca Más, el libro que recoge, con nombres y apellidos, las atrocidades cometidas durante la dictadura argentina (1976-83).
«Mi influencia, si existió –reflexiona con modestia–, fue que tuviera fe en la vida». Sobre la otra fe, la religiosa, descubre: «Con el tiempo empezó a creer. Comulgó por primera vez conmigo en París, en la iglesia de SaintJulien-LePauvre».