ABC (Nacional)

El Risitas y el arte de hacer reír

Gracias a la Hermandad de la Santa Caridad, su cuerpo ha sido incinerado en Sevilla

- ANTONIO ALBERT

MADRID

Juan Joya (65 años), ‘El Risitas’, era un animal televisivo con un instinto natural para la comedia. Verle reír era un espectácul­o hipnótico y contagioso: si él se reía, todos se reían. Pero sabía cuándo se reían de él y cuándo con él: ante los primeros se ponía serio, con una mirada que se tornaba oscura; a los segundos, por el contrario, les regalaba su carcajada interminab­le.

Cuando Jesús Quintero me llamó para crear y dirigir ‘Paz en el Tierra’, en Canal Sur, lo primero que me propuse fue convertir a El Risitas en colaborado­r fijo. La química con Paz Padilla era total: Juan se sentaba, se tomaba su cubata, empezaban a charlar y aquello funcionaba como un tiro.

Sus anécdotas eran puro delirio. Y su forma de contarlas, única.

Lo primero que hacía al llegar al Teatro Quintero, en la calle Cuna, era pedir su cheque de 500 euros. Si por alguna razón no estaba a tiempo, su cara era la de un niño sin juguetes la noche de Reyes. Con el cheque en la mano volvían sus ganas de divertirse. En vista del éxito, le convertí en reportero junto a Sheila González: fue a ver la nieve, voló en globo, viajó en limusina por la Gran Vía… Incluso se coló en los Goya, donde arrasó en la alfombra roja: Concha Velasco fue a saludarle, Maribel Verdú se desternill­aba cuando le decía: «¡Qué guapa eres, Maribel Verde!». El público le aplaudía más que a los nominados. Porque a El Risitas todo el mundo le quería. Y todos los veranos, de junio a septiembre, peregrinab­a al chiringuit­o Oliver, en Punta Umbría, donde le daban alojamient­o y comida como un rey a cambio de contar chistes a los parroquian­os con un megáfono. No había nada en el mundo que le gustara más que le invitaran a tomar algo.

Al Risitas lo quería todo el mundo

Animal televisivo Si no cobraba el cheque de 500 euros al llegar al teatro, no tenía ganas de divertirse

Su vecina Nina le cuidaba como si fuera su road manager: se encargaba de que llegara a tiempo a las grabacione­s, le cuidaba. El Risitas no hablaba de sus hermanos ni de sus amores, aunque le encantaba echar piropos a las bellezas a las que desearía «violear». Que nadie se asuste, era su forma de hablar: de hecho, las mujeres le imponían mucho respeto. Que se lo digan a Sheila, su pareja artística, a la que llevaba de paseo por el polígono San Pablo tratándola como a una reina.

Lástima que sus cenizas no sean esparcidas para provocar la risa del mismísimo polvo del Rocío.

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