ABC (Nacional)

Elecciones 4-M

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No hay nada más enigmático que la pura apariencia. Las cosas no son como parecen. Y ello es aplicable a Pablo Iglesias, un político poliédrico y contradict­orio, que suscita pasión y odio. Como un pecador que acude a la confesión, la gente que le detesta le necesita más que los que le aman porque genera un efecto catártico en sus adversario­s.

Pablo Iglesias es un ser complejo, movido por una atracción por el poder que choca con su espíritu antisistem­a. Para comprender­le, si ello es posible, hay que recurrir a la lógica de Heráclito cuando dice que somos lo que no somos. El sabio griego sentenció que el camino hacia arriba nos conduce hacia abajo.

Esto es lo que le ha sucedido a Iglesias: cuanto más se acercaba al poder, más se quemaba como una mariposa que juega con el fuego. Él mismo lo ha reconocido en una entrevista en el ‘Corriere della Sera’ en la que declara que ha sufrido un enorme desgaste y que no continuará al frente de Podemos. Fichar por Roures podría ser una salida.

El Iglesias que ha tensado esta campaña poco tiene que ver con el profesor universita­rio que decidió dar el salto a la política tras las movilizaci­ones de los indignados en mayo de 2011. «No somos marionetas en manos de políticos y banqueros. Queremos una democracia real», clamaban los concentrad­os en la Puerta del Sol. Tres años después. Iglesias y Monedero fundaban Podemos.

Nacía como un movimiento para la renovación de la política con un mensaje de regeneraci­onismo y participac­ión ciudadana. Muy poco queda de aquel espíritu fundaciona­l. No es causalidad que Podemos y Ciudadanos, las dos formacione­s que emergieron de la crisis de los partidos tradiciona­les, estén hoy sumidas en una profunda crisis.

El drama de Iglesias es el de los intelectua­les que se dedican a la política: es imposible ser coherente con las ideas cuando se gobierna. Gobernar es pactar, transigir, renunciar y eso lo lleva muy mal.

Por eso, se ha suicidado políticame­nte al concurrir a estas elecciones. Quería dejar la política y el fracaso es una de las vías más seguras. Madrid va a ser su tumba.

Pero quiere morir matando. Ha hecho una campaña que roza lo estrafalar­io con un guerracivi­lismo y un odio hacia la derecha que resultan impostados. Nadie puede decir en serio que el PP niega los trasplante­s de riñón a los pobres para favorecer a los ricos o que disfruta de la miseria en los barrios marginales. Eso es sencillame­nte demagogia.

El último episodio de esta campaña ha sido la detención de un empleado de su formación, acusado de agredir a los asistentes del mitin de Vox en Vallecas. Iglesias echó ayer balones

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