ABC (Nacional)

El ruido de la calle

- POR LUIS HERRERO

Los dioses ciegan a los que quieren perder. Loados sean los dioses. Gracias a ese código de conducta, los partidos políticos no han hallado el modo de implicar a los ciudadanos en la campaña más cainita de este siglo. Era tan evidente que unos y otros hablaban de dos Españas inexistent­es, la fascista y la comunista, que el respetable se desentendi­ó enseguida de la justa ideológica y se centró en lo que de verdad le interesaba. Daba igual cuál fuera la intensidad del vocerío.

Ya podía desgañitar­se Pablo Iglesias alertando de una inminente invasión de los nazis o emperrarse Rocío Monasterio en denunciar el peligro de una dictadura a la venezolana. Los madrileños pasaban de ese debate. Ambos discursos les sonaban a chino. La mayoría de los votantes tienen bastante claro que la España real no tiene mucho que ver con prediccion­es tan agoreras.

Podía tener cierto sentido que Unidas Podemos apostara por una estrategia de confrontac­ión a la desesperad­a porque no jugaba a ganar, sino a ser penúltimo, y para lograrlo necesitaba movilizar a su clientela más extremosa. Sin su ayuda corría el riesgo de acabar haciéndole compañía a Ciudadanos en el averno extraparla­mentario.

Tampoco era extraño del todo que Vox le siguiera el juego porque necesitaba diferencia­rse de la «derechita cobarde», poniendo de manifiesto que no le arredraban los ladridos podemitas. Ninguno de los dos tenía demasiados argumentos alternativ­os de los que echar mano. Uno se postulaba como insecticid­a ‘antifachas’ y el otro como fumigador ‘antiprogre­s’. Se les habían atragantad­o las encuestas y necesitaba­n llamar la atención haciendo alarde de testostero­na en ese duelo a garrotazos.

Lo que no tenía ningún sentido es que Ángel Gabilondo acabara tocando el violín en la orquesta dirigida por Iglesias. ¿Qué pintaba el PSOE en ese concierto de despropósi­tos? ¿De verdad creía que asociarse con el partido comunista para proteger nuestra democracia de una supuesta amenaza reaccionar­ia iba a tener premio en las urnas? ¿Sería creíble vender a Nicolás Maduro como defensor de las libertades civiles en Venezuela? ¿O a Miguel Díaz-Canel en Cuba? ¿O a Kim Jong-un en Corea del Norte? Nadie en su sano juicio promueve la ayuda del zorro para cuidar de las gallinas. A alguien que yo me sé se le ha ido la pinza en la sala de mapas de La Moncloa. Si de lo que se trata es de dar a elegir entre Podemos y Vox al compañero de viaje que más compromete la calidad democrátic­a en España, los podemitas ganan el concurso por goleada.

Pero es que, encima, no se trata de eso. La batalla de fondo de las elecciones del próximo martes 4 de mayo no tiene el perfil ideológico que ha proyectado la campaña. Esa cuestión quedó dirimida cuando se produjo el trasvase masivo de los votantes de Ciudadanos, y el 40 por ciento de los de Vox, a la orilla del Partido Popular. Las encuestas fijaron enseguida la distribuci­ón porcentual de los votantes no abstencion­istas: 55-45 a favor de la derecha.

A partir de ahí, las posibles variacione­s quedaban a expensas de lo que fueran a hacer el 4 de mayo el millón y medio de electores que se abstuviero­n hace dos años. Entre ellos, muchos de los que viven en Madrid del comercio y la hostelería. Para esas 600.000 familias, como ha recordado el sociólogo Narciso Michavila, el cartel que moverá el voto no será el de izquierda o derecha, sino el de abierto o cerrado.

Por eso ganará Isabel Díaz Ayuso. En una contienda donde unos y otros, actores y espectador­es, se han movido en longitudes de onda tan distintas, ella ha sido la única que ha sabido conectar con las verdaderas inquietude­s de los votantes decisivos. Si algo ha quedado claro en esta campaña es que la política grandilocu­ente no sirve de mucho cuando se desentiend­e del ruido de la calle. La mayoría cautelosa (el ‘copyright’ es de Iván Redondo) no está en la pelea de rojos contra azules, sino en la idea de sobrevivir a la crisis que la pandemia del Covid-19 ha puesto sobre nuestras cabezas. Pincho de tortilla y caña a que el martes que viene marca un antes y un después en la política española.

Un comercio textil en cierre por liquidació­n

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J. M. SERRANO

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