El ruido de la calle
Los dioses ciegan a los que quieren perder. Loados sean los dioses. Gracias a ese código de conducta, los partidos políticos no han hallado el modo de implicar a los ciudadanos en la campaña más cainita de este siglo. Era tan evidente que unos y otros hablaban de dos Españas inexistentes, la fascista y la comunista, que el respetable se desentendió enseguida de la justa ideológica y se centró en lo que de verdad le interesaba. Daba igual cuál fuera la intensidad del vocerío.
Ya podía desgañitarse Pablo Iglesias alertando de una inminente invasión de los nazis o emperrarse Rocío Monasterio en denunciar el peligro de una dictadura a la venezolana. Los madrileños pasaban de ese debate. Ambos discursos les sonaban a chino. La mayoría de los votantes tienen bastante claro que la España real no tiene mucho que ver con predicciones tan agoreras.
Podía tener cierto sentido que Unidas Podemos apostara por una estrategia de confrontación a la desesperada porque no jugaba a ganar, sino a ser penúltimo, y para lograrlo necesitaba movilizar a su clientela más extremosa. Sin su ayuda corría el riesgo de acabar haciéndole compañía a Ciudadanos en el averno extraparlamentario.
Tampoco era extraño del todo que Vox le siguiera el juego porque necesitaba diferenciarse de la «derechita cobarde», poniendo de manifiesto que no le arredraban los ladridos podemitas. Ninguno de los dos tenía demasiados argumentos alternativos de los que echar mano. Uno se postulaba como insecticida ‘antifachas’ y el otro como fumigador ‘antiprogres’. Se les habían atragantado las encuestas y necesitaban llamar la atención haciendo alarde de testosterona en ese duelo a garrotazos.
Lo que no tenía ningún sentido es que Ángel Gabilondo acabara tocando el violín en la orquesta dirigida por Iglesias. ¿Qué pintaba el PSOE en ese concierto de despropósitos? ¿De verdad creía que asociarse con el partido comunista para proteger nuestra democracia de una supuesta amenaza reaccionaria iba a tener premio en las urnas? ¿Sería creíble vender a Nicolás Maduro como defensor de las libertades civiles en Venezuela? ¿O a Miguel Díaz-Canel en Cuba? ¿O a Kim Jong-un en Corea del Norte? Nadie en su sano juicio promueve la ayuda del zorro para cuidar de las gallinas. A alguien que yo me sé se le ha ido la pinza en la sala de mapas de La Moncloa. Si de lo que se trata es de dar a elegir entre Podemos y Vox al compañero de viaje que más compromete la calidad democrática en España, los podemitas ganan el concurso por goleada.
Pero es que, encima, no se trata de eso. La batalla de fondo de las elecciones del próximo martes 4 de mayo no tiene el perfil ideológico que ha proyectado la campaña. Esa cuestión quedó dirimida cuando se produjo el trasvase masivo de los votantes de Ciudadanos, y el 40 por ciento de los de Vox, a la orilla del Partido Popular. Las encuestas fijaron enseguida la distribución porcentual de los votantes no abstencionistas: 55-45 a favor de la derecha.
A partir de ahí, las posibles variaciones quedaban a expensas de lo que fueran a hacer el 4 de mayo el millón y medio de electores que se abstuvieron hace dos años. Entre ellos, muchos de los que viven en Madrid del comercio y la hostelería. Para esas 600.000 familias, como ha recordado el sociólogo Narciso Michavila, el cartel que moverá el voto no será el de izquierda o derecha, sino el de abierto o cerrado.
Por eso ganará Isabel Díaz Ayuso. En una contienda donde unos y otros, actores y espectadores, se han movido en longitudes de onda tan distintas, ella ha sido la única que ha sabido conectar con las verdaderas inquietudes de los votantes decisivos. Si algo ha quedado claro en esta campaña es que la política grandilocuente no sirve de mucho cuando se desentiende del ruido de la calle. La mayoría cautelosa (el ‘copyright’ es de Iván Redondo) no está en la pelea de rojos contra azules, sino en la idea de sobrevivir a la crisis que la pandemia del Covid-19 ha puesto sobre nuestras cabezas. Pincho de tortilla y caña a que el martes que viene marca un antes y un después en la política española.
Un comercio textil en cierre por liquidación