ABC (Nacional)

«He saldado una deuda con los policías que me han ayudado»

La periodista de ABC relata en un nuevo libro la evolución de la investigac­ión criminal en España

- PABLO MUÑOZ

Pocas cosas puede haber más difíciles para un periodista que entrevista­r a alguien de su familia. Cruz Morcillo lo es, desde que hace 24 años puso por primera vez el pie en la Redacción de ABC de la calle Juan Ignacio Luca de Tena. Como becaria del máster, su destino iba a ser la sección de Cultura pero una feliz carambola la llevó a la de Sucesos. Es posible que el periódico perdiera una buena redactora del mundo de la creación; lo que es seguro es que ganó una periodista magnífica en un ámbito, el de la crónica negra, donde es muy difícil alcanzar la excelencia.

Cruz, mi hermana (permítasem­e la licencia de llamarla así), publica un libro, ‘Departamen­to de Homicidios’, de la editorial Libros del K.O., que formalment­e relata la evolución de la investigac­ión de los asesinatos en a través de cuatro de sus protagonis­tas más destacados –dos policías, la inspectora jefe Carmen Pastor y el comisario Esmeraldo Rapino, y dos guardias civiles, el capitán Jesús Rubio y el guardia Joaquín Palacios, historia viva en esta especialid­ad–, que cuentan, como nunca hasta ahora, sus principale­s casos. Pero la obra también es la historia personal de Cruz; de sus emociones y reflexione­s después de tantos años de estar en primera línea ante el sufrimient­o humano, la crueldad extrema, la angustia y a veces, por qué no, también la felicidad... Los sucesos,

Dos comidas, una idea

La primera pregunta es por qué este libro, y para encontrar la respuesta hay que remontarse «a una comida de despedida de un guardia civil en la Comandanci­a de Madrid. A los postres, el capitán Rubio me dijo una frase que se me quedó grabada: «Cuando nosotros desaparezc­amos lo hará la vieja investigac­ión de homicidios... Ahora parece que si no hay ADN, no hay nada». Pero poco después, en otro almuerzo, esta vez con la inspectora jefa Carmen Pastor, insistió en la misma idea. A eso se le unía una deuda pendiente, la de rendir homenaje a tantos y tantos policías y guardias civiles que nos han echado una mano en momentos muy delicados». Sin esperar nada a cambio, solo por confianza. Muchas veces para evitar que incurriéra­mos en errores, lo que ya es mucho; otras, para aportar ese dato que es lo que diferencia una buena crónica de Sucesos. Pero siempre sin ganar nada por esa ayuda. «He saldado la deuda».

«Las dos parejas protagonis­tas no mantenían una relación estrecha, pero tanto los policías, por su parte, como los guardias civiles, por la suya, habían trabajado juntos y eran muy amigos. Eso sí, los cuatro coincidier­on en una época, y siempre se respetaron. Lo primero fue presentarl­es un guión de diez puntos; es de ahí de donde tiro. Luego, les pedí que me hablaran de sus dos casos preferidos, aunque también de los fracasos y errores, que por supuesto los hubo. Eso sí, había una línea roja, impuesta por ellos, y que me pareció correcta: ninguno de sus compañeros podía quedar en evidencia».

Hablar con cuatro investigad­ores de este nivel es siempre una delicia; hacerlo, como lo ha hecho Cruz, largo y tendido, sin la presión del reloj o del cierre y con todos los casos ya prescritos, un privilegio. Porque es entonces cuando se ve, y así se trasluce en el libro, su categoría humana. Para ser policía de Homicidios –también periodista de Sucesos– lo primero que hay que ser es buena gente. «Lo más bonito era juntarlos y dejar que hablaran entre ellos... Entonces es cuando surgían las anécdotas, esos detalles en apariencia nimios pero que son los que tú y yo siempre buscamos porque dan otra visión de la investigac­ión».

Las víctimas

«Nuestro trabajo ha modelado nuestra forma de ser, y a quien no le ocurra eso no puede hacerlo bien. Sin empatía no seríamos capaces de comprender qué sucede a nuestro alrededor. Es inevitable que nos identifiqu­emos con las víctimas, que nos conmovamos, hasta que a veces lloremos con ellas... Recuerda cuando me llamó el marido de una mujer asesinada en Santander, Natividad Garayo. Era agosto, estaba de vacaciones y habíamos publicado un reportaje sobre ese crimen, cometido hacía años y aún no resuelto. Nuestra idea era ayudar a reimpulsar la investigac­ión, y ese hombre, en cambio, me dijo una frase que jamás olvidaré: «Gracias por haber enseñado a mis hijos cómo murió su madre».

El episodio, claro, se relata en el libro, porque con cada nueva historia se reproduce el temor a añadir más

Años en primera línea

«Nuestro trabajo ha modelado nuestra forma de ser. Es inevitable que nos identifiqu­emos con las víctimas, que nos conmovamos, hasta que a veces lloremos con ellas»

sufrimient­o al sufrimient­o de las víctimas. ¿Cómo no te va a cambiar la perspectiv­a, por mucho que al final la persona herida mostrara una comprensió­n sin límite, que siempre agradecere­mos? «Los errores son muy dolorosos; muchas veces, como te pasa a ti, estás toda una noche sin dormir a ver qué va a pasar al día siguiente con esa informació­n comprometi­da por la que tanto has luchado».

Volvamos al libro. «Todo está basado en las conversaci­ones con los cuatro investigad­ores. Tuve un problema: para ellos sus casos más importante­s no eran necesariam­ente los más conocidos, y con todos los años que han pasado me costó acceder a documentac­ión sobre alguno de ellos. Las hemeroteca­s, en especial la de ABC, son una joya. Pero es que a veces lo que encontraba era un simple breve».

«Había otra cosa importante: no se trataba tanto de contar una investigac­ión, sino de cómo la vivieron; los momentos de tensión, cómo se enfrentaba­n a la familia de la víctima, las presiones, la personalid­ad del criminal, sus intuicione­s»... En el libro se muestra la vida de unos investigad­ores que, como tantos otros, no sabían qué era mirar un reloj, ni entendían de fiestas familiares o compromiso­s sociales si el trabajo los reclamaba.

«Tres de ellos están jubilados, y el cuarto se dedica a otros menesteres menos agitados... Pues bien, todos volverían a trabajar sin dudarlo si supieran que con ellos se resolvían los casos que les quedaron pendientes, espinas que aún tienen clavadas. No por ellos, sino por las familias, que aún sufren por la falta de respuestas y a las que siempre tienen presente».

Pero además de la tragedia, la investigac­ión de Homicidios da para anécdotas descacharr­antes. Un ejemplo: «Rapino, para admitir a un policía en Homicidios, les ponía una prueba: hasta el mediodía tenían que asisir a autopsias, y nada más acabar se los llevaba a comer, solían ponerles sangre encebollad­a o gallinejas... Si aguantaban, aptos; si no, fuera. El capitán Rubio echaba a quien preguntara por el horario». Cruz hace una confesión: «Cuando deje de hacer esta informació­n dejaré de ser periodista. Creo que los de Sucesos aprendimos de nuestros mayores –alusión hirente, en mi caso, dicho sea de paso– somos de otra pasta. Ni mejores, ni peores que el resto; solo distintos». El lector de ‘Departamen­to de Homicidios’ sabrá apreciarlo.

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GUILLERMO NAVARRO Cruz Morcillo, autora de ‘Departamen­to de Homicidios’
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