ABC (Nacional)

PABLO IGLESIAS La gran broma final

La realidad es que se va porque ha fracasado, porque España le ha echado

- JOSÉ F. PELÁEZ

En los Museos Capitolino­s se exhibe ‘El Espinario’, una estatua que muestra a un niño sacándose una espina de la planta del pie izquierdo. Bien, pues ese niño es España, Sánchez es el pie e Iglesias, la espina. La tesis queda clara. Ayer, el pueblo de Madrid ha actuado como un cirujano extrayendo con precisión la espina que España tenía en el cuerpo y que le impedía avanzar, uno de esos dolores constantes que lo llenan todo, que te machacan desde un segundo plano y que no te dejan pensar en otra cosa. Exactament­e eso ha sido la política española desde que llegó Iglesias: un dolor crónico en el pie izquierdo. No se engañen, esto no es Las Vegas y lo que pasa en la izquierda no se queda en la izquierda. Cuando la izquierda enferma por culpa de una espina que se infecta, no les duele solo a ellos. Somos todos los españoles quienes pagamos las consecuenc­ias de la necrosis y su olor a podrido.

Habitualme­nte la izquierda se limita a hundirnos económicam­ente, pero esta vez no: la espina Iglesias ha infectado todos los aspectos de la convivenci­a. El PSOE podría habernos ahorrado un año y pico de vergüenza, ridículo internacio­nal y debilitami­ento del Estado de Derecho sacándose la espina ellos solitos, pero no han querido. Es más, han besado la espina de modo apasionado pensando que nacía de su propia rosa. Pero la vida nos enseña que besar espinas solo sirve para partirte el labio. Y ahora están sangrando.

Un tahúr

Pablo sabía lo que hacía presentánd­ose en Madrid: una huida con apariencia de dignidad, un escape con cierto halo de épica hacia otros proyectos alejados de la responsabi­lidad y me temo que también de otras cosas, porque pudiera parecer que hay algo personal de fondo en sus últimas decisiones. Por supuesto no recogerá el acta. A última hora de la noche salía con la afectación del tahúr, para anunciar que se iba, que se cortaba la coleta y España descorchab­a el champán. Lo hacía con un discurso vulgar, tramposo, sin ningún tipo de elegancia y con el estilo

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