MÓNICA GARCÍA Don de García
Ha sacado Mónica García una prosa, desde la espontaneidad, y un respeto desde el empeño. Se ahínca en ella el tópico de que la normalidad es una prosperidad, sobre todo dentro de una campaña donde voló el pregón de arponeros y la emboscada de embuste. A fuerza de insistirse de ciudadana «normal», ha edificado Mónica una candidata de anomalía, pero anomalía benéfica, por sentida y directa, ahí en lo alto de un panorama donde la política tiene parentesco con la verbena y la mentira es el ajuar del oficio.
Ha sido la triunfadora de estos días, porque Ayuso ya había ganado antes de empezar. Arrancó negándose de novia de Pablo Iglesias para la lista de unidad de la izquierda, y ha acabado tuteando en parroquia a Gabilondo, un doble mérito que dice que Mónica es verdad. No está en su credo el disimulo, al menos todavía. Obviamente, le conciernen los insomnios del proletario y los males del barrio, pero lo cuenta sin birlibirloque, bajo toda urgencia, y sin ningún adorno.
Es verdad que suele llevar prisa en hablar de lo que importa, con lo que su lema de campaña ha resultado una convicción, y no una ocurrencia. El gentío la ha detectado enseguida, y los analistas explican el efecto Mónica, que no es sino la salud de quien propone, porque conoce el paño. Lleva casi doscientas páginas de programa, donde se incluyen imposibles exotismos, y algún dislate, pero lleva programa. Se agradece que haya venido hablando con el apellido en pie, García, que es como decir que el sentido común le ocupa el ‘deneí’, y el mitin. Afinó Manuela Carmena cuando diagnosticó que Mónica practica la política como responsabilidad, y no como profesión. Ha cuajado una izquierda más nítida, orillando, por un lado, lo punki de Iglesias, y, por el otro, lo episcopal de Gabilondo. De pronto, la titularon revelación, pero es una candidata con pasado de brega, y ahora es un nombre de solvencia. Mientras el García le asome resuelto, y clamoroso, como le asoma la médico, o la madre, o la vecina, ahí tiene su don. Ha logrado de la normalidad una diferencia. Y del apellido una voz propia, una obstinación de cabal, una promesa de alternativa.
Mónica García