ABC (Nacional)

Fernando Trueba «Hay tantas películas de psicópatas que tenía que rodar la de un hombre bueno»

El director viajó hasta Colombia para filmar ‘El olvido que seremos’, la hagiografí­a de Héctor Abad Gómez, el primer filme de encargo en su carrera

- FERNANDO MUÑOZ MADRID

El despacho de Fernando Trueba es un caótico museo que solo encuentra lógica en su cabeza. Entre los cientos de libros y las docenas de imágenes en blanco y negro, Trueba es capaz de señalar sin girar la cabeza la ubicación exacta de viejas agendas, queridos libros o algunas de las fotografía­s de sus ídolos, de Georges Brassens al doctor Héctor Abad, la última incorporac­ión a este panteón particular. Una pequeña imagen, casi una estampa, que colocó ahí tras el rodaje de ‘El olvido que seremos’, un ‘biopic’ que estrena este viernes basado en el libro homónimo del hijo del popular doctor, un «hombre bueno» que llenó de luz la Colombia que los ‘narcos’ trataron de ennegrecer.

Trueba regresa a la gran pantalla tras el fracaso de ‘La reina de España’ y con la que es su primera película de encargo. Pero la aventura colombiana no le ha ido mal. El festival de Cannes seleccionó ‘El olvido que seremos’, que también clausuró el de San Sebastián. Además, ha recibido el aplauso más importante, el de la propia familia Abad, emocionada con este viaje por su memoria. Y si algo ha aprendido Trueba desde aquel discurso sobre su no patriotism­o es a no meterse en charcos. Cuando no le gusta por dónde va la respuesta, o teme un titular llamativo, guarda silencio, mira al horizonte y espera la siguiente pregunta.

—¿Qué le hizo aceptar este encargo?

—Normalment­e no es que no quieras hacer un encargo, lo que yo pensaba es que este no se podía hacer, que el libro era un material que no te permitía hacer una película, o que era un error intentarlo. Había muchos problemas: desde que es imposible rodar el paso del tiempo durante 25 años hasta el punto de vista de la moral, o de la mirada. Porque el libro está escrito desde los recuerdos del hijo, y yo no puedo hacer una película desde la verdad de los recuerdos. Y otra cosa: los libros buenos es mejor dejarlos tranquilos y no tocarlos. —¿Entonces?

—Hay un momento en el que me doy cuenta de que sí podría hacer cine con eso. Y, sobre todo, si no hago la película a lo mejor me arrepiento toda la vida. —¿Tanta presión se puso?

—Yo me quejo de que hay tantas películas de subnormale­s, de ‘serial killers’, de psicópatas..., y si tengo la oportunida­d de hacer una película de una buena persona, un ser humano estupendo, y no la hago, de qué me quejo… —¿Cómo se cuenta desde fuera esta carta de amor de un hijo a un padre? —Eso impone mucho respeto, porque es muy complicado fabricar ese trocito de vida. Hay miedos, pero como los que le tienes que tener a cualquier película que hagas. Una vez que empiezas, la dificultad es la película, conseguir que sea buena, dejarte llevar por ella. Yo considero que el director es como un médium, que la película se sirve de ti para existir. Fíjate que no creo en esoterismo ni nada de eso, pero sí que con la experienci­a he llegado a esa conclusión, que la película es la que te dice: «a ver, tú, hazme». —¿Alguna le ha dicho ‘hazme’ y se le ha quedado por el camino por falta de financiaci­ón? —Nunca. Eso no me ha pasado todavía. Podría pasar cualquier día, pero todavía no. Cuando me he puesto en marcha con una la hemos hecho. Cada vez es más difícil y hay menos espacio para la libertad, curiosamen­te, de hacer un proyecto.

—¿La libertad está en peligro? —Fíjate en la época del Hollywood clásico el trabajo que les costaba a los directores sacar adelante sus proyectos. Había gente tipo Hitchcock, Billy Wilder o Howard Hawks que supieron torear muy bien eso. Otros estaban muy metidos y tenían lo que les daban para hacer. Y luego otros, como John Ford, que también hacía un porcentaje de encargo gigantesco y de vez en cuando colaba un proyecto personal. Pero depende de que el autor pueda hacerse un hueco, ya sea en el sistema de estudios de Hollywood o en el sistema de hoy, de las plataforma­s.

—¿Y dónde queda la figura del productor independie­nte si vivimos en el sistema de las plataforma­s? —Eso sí que ha desapareci­do. El productor independie­nte ya no existe, yo no lo conozco, porque están todos trabajando para las plataforma­s.

—Fue con ese tipo de productor cuando el cine de autor se reconcilió con el gran público... ¿Qué hueco tiene ese cine ahora, con el futuro que se le plantea a las salas?

—Ahora está todo muy homogeneiz­ado: hay un tipo de comedia, un tipo de thriller, las infantiles, alguna de estudio... En el cine siempre se han hecho remakes, franquicia­s, pero ahora es demasiado ya. Y eso demuestra la poca imaginació­n de los que deciden qué películas se hacen. Tienen tanto miedo a decidir mal que prefieren apostar por ‘Spiderman 16’ que por algo nuevo y diferente.

—¿Vivimos la dictadura del algoritmo?

—Pues probableme­nte, sí. Pero claro, los independie­ntes siempre son necesarios, surgen debajo de las piedras, son como un tipo de planta que aunque la quieran extirpar acaba saliendo.

—Pero eso es una mala hierba, ¿no?

—Es una mala hierba en el buen sentido. Georges Brassens cantaba eso de «yo soy una mala hierba». (Se ríe) —Al mismo tiempo, ¿es más fácil hacer cine ahora que antes?

—Sí, claro. Ahora puede hacer cine cualquiera. Cuando empecé, hacer una película era un sueño imposible. Hoy día, cualquiera que quiera la puede hacer. Otra cosa es hacer una película con actores famosos o con 100 millones de dólares. Imagínate ahora los de la nueva ola si hubieran tenido estas facilidade­s. —Pero igual hoy a Godard no le hubiera podido ver nadie porque no le hubieran distribuid­o...

—A Godard le da igual, las películas que hace las hace para entretener­se, no piensa en nadie. Godard ya desde los años 60 pasó a hacer un cine digamos sin pú

"Originalid­ad «Los que deciden qué películas se hacen tienen tanto miedo que prefieren ‘Spiderman 16’ a algo nuevo»

blico, un cine de espaldas a la industria. En el 68 corta, le entra una especie de tripi político absurdo, porque era un tío que ni era tan político ni era tan de izquierdas ni nada, pero como quería ser «lo más» se va a rodar películas a Palestina sin saber lo que están diciendo los palestinos a los que está rodando. Es muy ‘heavy’, lo piensas y dices: «Dios mío, ¡pero qué mundo hemos vivido!» Eran todos maoístas y no sabían lo que pasaba en

China, que ya hay que ser gilipollas; pero gente incluso muy inteligent­e, ya no te digo Godard, que no le considero inteligent­e: filósofos y gente con una cabeza buena de repente estaban fascinados por Jomeini, y se iba Foucault a Irán a ver a Jomeini. Y los otros muy maoístas mientras en China mataban a profesores a patadas en las calles... Qué delirio. Eso sí era lo de que el sueño de la razón produce monstruos.

—No es de Godard, por lo que veo...

—Hay directores que te transmitía­n la cosa de hacer cine y de que podías hacerlo, como Truffaut o Woody Allen, que cuando apareció con ‘Annie Hall’ fue clave para mi generación, como ya lo eran Rohmer o Alain Tanner.

—¿Ahora se considera maestro?

—No. En absoluto, pero no por modestia ni humildad… nunca he pertenecid­o a grupos, capillas, movimiento­s o movidas. He ido muy por libre, eso sí, teniendo montones de amigos en la profesión. Desafío a cualquiera que tenga más amigos directores que yo.

—¿Cómo fue la aventura de rodar en Colombia?

—Renoir decía que tenía más que ver un director francés con uno americano que con un taxista francés. Hablaba de las fronteras verticales y las fronteras horizontal­es. Las verticales eran falsas, las ponen para que nos peguemos unos con otros y otros ganen dinero, pero las reales son las verticales, que son las sociales. Para mí, trabajar en Colombia es como trabajar aquí, porque son profesiona­les.

—¿Encontró el realismo mágico?

—No sé si hay más realismo mágico en España o allí. Nunca he sido del realismo mágico, soy más del surrealism­o, del humor, de lo berlanguia­no. En España sí hay componente­s de realismo mágico en muchas zonas.

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Mayo del 68

«Eran todos maoístas y no sabían lo que pasaba en China, que ya hay que ser gilipollas»

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ERNESTO AGUDO Fernando Trueba posa en el jardín de su casa madrileña
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