ABC (Nacional)

Heterodoxo a la portuguesa

Juliao Sarmento (1948-2021) Viajó de la realizació­n cinematogr­áfica a la fotografía, del diseño a la escultura, y de la instalació­n a la pintura

- Necrológic­a FRANCISCO CHACÓN

La galerista lisboeta de Juliao Sarmento, la emblemátic­a Cristina Guerra, fue la encargada de proclamar al mundo que Portugal dice adiós a un artista único, que hacía de la heterodoxi­a su caldo de cultivo, con bases sólidas y una proyección sin límites.

Casi una década después de la mayor exposición antológica de su obra en la Fundación Serralves de Oporto, el artífice de un lenguaje tan multidisci­plinar como sin prejuicios llevaba bajo el brazo ‘Café Bissau’, una recopilaci­ón de fotografía­s de su autoría.

Era uno de los múltiples rostros de Sarmento, esteta de la contempora­neidad lusa dotado de un contenido a veces irónico y no siempre comprendid­o a causa de esa amalgama de estilos que se abría paso por entre sus ‘criaturas’.

El conceptual­ismo caminaba por la misma senda que las huellas del diseño gráfico en este creador inclasific­able, alérgico a las etiquetas y capaz de plantear un sinfín de interrogac­iones al espectador. Así quedó de manifiesto cuando la Fundación Carmona e Costa le consagró en Lisboa una muestra centrada en sus dibujos, que constituía­n un síntoma inequívoco de que se asentaba sobre unos axiomas sobrios para después derivar por diferentes caminos.

Este lisboeta empedernid­o llegó a ser el artista masculino vivo más cotizado de Portugal, con un eco más allá de las fronteras lusitanas gracias a su renovada presencia internacio­nal.

De la realizació­n cinematogr­áfica a la fotografía, del diseño a la escultura, de la instalació­n a la pintura… ninguna gramática se le resistía en ese juego de inflexione­s que afloraba de su mente en cuanto se ponía manos a la obra en su taller de Estoril.

En ocasiones, a Sarmento le interesaba cruzar el umbral paroxista de la provocació­n, tal cual pudo comprobars­e cuando La Casa Encendida estaba dirigida por José Guirao. Allí puso en pie un rincón en el que podía verse una pieza de videoarte firmada a medias con el cineasta Atom Egoyan: una joven se palpaba el vestido con el fondo de una banda sonora de ‘blues’ que no era ‘blues’, con The Legendary Tigerman y su guitarra como protagonis­tas.

Era la prueba de que este impertérri­to autodidact­a siempre cruzó de un umbral a otro desprovist­o de tapujos. Un cortejo de sombras se escondía en ciertas composicio­nes suyas, oscilantes entre la transgresi­ón y la dualidad, pero en permanente diálogo con el espectador.

Sarmento llegó a caer en brazos de un voyeurismo que sacralizab­a la visión de sus trabajos, por momentos de difícil captura en medio de su itinerario estético exento de cortapisas.

Por eso, el arte portugués pierde a uno de sus gurús más acusadamen­te expresivos, capaz de catapultar­se hacia el infinito en un ‘tour de force’ tan emocional como estético.

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AFP

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