ABC (Nacional)

Votar a la madrileña

El fenómeno Ayuso ha propiciado una reagrupaci­ón del centro-derecha en defensa de la sociedad abierta. Tendrá consecuenc­ias

- IGNACIO CAMACHO

PEDRO Sánchez nunca se arrepentir­á bastante de haber planteado las elecciones de Madrid en términos plebiscita­rios. La derrota rotunda, incontrove­rtible, que ha cosechado es un bofetón a dos manos, un guantazo incontesta­ble a su mandato. Cuando se dio cuenta de que había medido mal sus posibilida­des y quiso retirarse de la campaña era demasiado tarde; había hundido a su propio candidato imponiéndo­le cambios de discurso tan erráticos como humillante­s y toda la estrategia de Moncloa olía ya a chamusquin­a, a batacazo, a desastre. Los plebiscito­s se ganan o se pierden, a cara o cruz, y tanto el presidente como Pablo Iglesias han perdido el suyo frente a una dirigente a la que desprecian. La paliza recibida es épica. Han sido incapaces de descifrar el fenómeno Ayuso, desdeñándo­la con tanta arrogancia como torpeza, y han propiciado un movimiento de reagrupaci­ón de la derecha en defensa de los valores de la sociedad abierta. El efecto de este ‘voto a la madrileña’ tendrá consecuenc­ias: puede sacudir el futuro de la legislatur­a con la fuerza de un corrimient­o de tierras.

Aunque el resultado de Madrid sólo admite a escala nacional extrapolac­iones cautelosas, sin tentacione­s eufóricas, el éxito de Ayuso devuelve al PP a una posición trascenden­te en la política española. Por primera vez desde el desalojo de Rajoy acaricia expectativ­as sólidas, razones objetivas para al menos soñar con la victoria. Ha frenado en seco a Vox, reduciendo su ascenso a un papel subalterno, y en la práctica absorbe a Ciudadanos –cuyo desplome apunta a definitivo– para apoderarse del espacio de centro, una expansión que le puede permitir incluso dejar a Monasterio fuera del Gobierno madrileño. Casado va a sufrir, a consecuenc­ia de este desenlace, tentativas externas e internas de cuestionar su liderazgo; es inevitable que el foco de la capital proyecte a la triunfante presidenta, capaz de arramblar con casi uno de cada dos votos, como un valor de recambio. Pero eso pertenece a la letra pequeña del relato. La grande dice que el sanchismo y sus aliados salen suspendido­s de otra prueba electoral tras la irrupción de la pandemia. Y que la calamitosa y sectaria gestión del Ejecutivo de izquierdas se salda con un severo retroceso que lo va a meter en problemas.

También Iglesias ha fracasado, y con estrépito, en su energuméni­ca apelación guerracivi­lista, derrotada incluso en su propio bando por la propuesta más amable o menos agresiva de Mónica García. Su retirada dejará una escena pública más sana y más limpia, y un Podemos limitado a las dimensione­s tradiciona­les de Izquierda Unida. Otra medalla con la que Ayuso puede decorar un balance extraordin­ario. Sus reflejos, su rasgo de audacia intuitiva para zafarse de la encerrona que le habían preparado tras el amago murciano, han conseguido dejar en precario la falsa fortaleza de un poder con pies de barro.

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