ABC (Nacional)

Tictac, tictac

- MANUEL MARÍN Tan burgués, tan inquisidor, Iglesias es ya un recuerdo

HAY adioses que se enquistan. Despedidas que, como la arrogancia del embaucador, se multiplica­n en el tiempo sin terminar de marcharse del todo. Despertars­e un día, ensayar ante el espejo la mueca idónea para el embuste, engolar la voz como si tu último mitin fuese el primero, y decir adiós con la letanía de un lenguaje corporal decadente. Debe de ser triste oír tu propio tictac a sabiendas de que suena para ti. De que te señala con el dedo. Porque llega el momento en que ni tú mismo crees una sola palabra de las que pronuncias, ni tu mirada ya es sincera. Y tomas conciencia de que al escupir demasiadas veces hacia ese cielo que tomabas por asalto, te cae el salivazo definitivo de un final que solo puedes prolongar artificial­mente, a la desesperad­a. En ese espejo hay algo de Larita, aquel matador de andares bruscos y muleta burda capaz de encadenars­e al albero para no despedirse nunca del toro al que abrochaba puñetazos para simular que podía con él. Y cuando triunfaba, Larita trazaba las vueltas al ruedo más lentas de la historia, como si cada paso fuese un jirón del pasado que no volverá.

Pablo Iglesias también se ha despedido al ralentí. Está en fase de reinvenció­n, hallando la fórmula que le permita retornar al monólogo cansino y reciclar su mentira en busca de influencia. Su desafío ya no será un escaño irrelevant­e ninguneado en el gallinero de Madrid. Su reto será superar a una sociedad que engulle liderazgos con la ansiedad del insomne. Y reiniciars­e, resetear prioridade­s, y aparentar que manda tras haber laminado el partido que creó. Se aburrió de la política y solo le divierte ser él, con el peso de la hemeroteca a cuestas como la trabajader­a de un palio. Tan burgués, tan inquisidor, con su soberbia libertaria. Creyó que su cohorte de autómatas y el fervor mediático durarían siempre. Pero la vida es un intangible de emociones, ambiciones, sentimient­os, recuerdos... Recuerdo oírle que nos salvaría como el apóstata de una democracia envenenada que debía ser liberada por su tribunal del santo oficio. Luego, de tanto idolatrars­e, tan compulsivo, se condenó. Desde anoche es ya un recuerdo... hasta que reaparezca con sus ‘peaky blinders’ de adoquín y tentetieso. Volverá. ¡Hermano, ‘hashtag’, yo sí te creo! Mientras tanto, que cierre la puerta al salir, que hay corriente.

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