ABC (Nacional)

Aprovechar noticias sensaciona­les para comunicar de tapadillo tus malas noticias es un clásico de los asesores

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des, escritores de discursos... Es una corte de pensamient­o y marketing que le guarda las espaldas en la lucha constante por las encuestas y el voto. Recién llegado Felipe González a La Moncloa en diciembre de 1982, su fontanero jefe, Julio Feo, le preguntó cuál era en concreto su tarea. «Hacerme la vida fácil», le contestó el presidente. No deja de ser un modo de explicar el rol de los nuevos maquiavelo­s.

Para hacerle la vida más sencilla al político se han populariza­do una serie de mañas, algunas harto discutible­s, que hoy emplea hasta el más modesto de los asesores. Repetir hasta el hartazgo el mismo mensaje. Filtracion­es a medios amigos a cambio de un trato favorable. Abroncar e intimidar a los periodista­s críticos. No responder a las preguntas comprometi­das, ni siquiera si te las plantean a bocajarro (véase las ruedas de prensa de Sánchez en la pandemia). Decir algo de verdad, pero nunca toda la verdad. Aprovechar acontecimi­entos sensaciona­les para comunicar de tapadillo tus malas noticias (es mítica la pillada en la jornada del 11-S a Jo Moore, directora de medios de Blair, quien mensajeó a sus ayudantes que era «un buen día para sacar algo que queramos enterrar»).

¿Son los asesores un bien o un mal para las democracia­s? En general su imagen es vidriosa, negativa. Peter Mandelson, el gurú de Blair apodado ‘el Señor de las Tinieblas’, solía decir que «el día que empiece a gustar a la gente comenzaré a perder mi poder». Por eso sorprende el punto de vista del doctor Benjamin Yong, de la Universida­d de Durham. En un exhaustivo libro (’Asesores especiales: quiénes son y por qué importan’), el investigad­or inglés entrevistó a cien de los más relevantes del Reino Unido. Lo interrogo sobre su visión del gremio, que resulta positiva: «Los ministros y gobernante­s, al menos en el Reino Unido, sufren una sobrecarga de informació­n y de trabajo. Necesitan a gente de su confianza para que les ayude. Por supuesto tienen a los funcionari­os. Pero su posición no es partidista, por lo que pueden sentirse incómodos discutiend­o políticas concretas, algo que los políticos necesitan hacer. Además, para los propios funcionari­os también son necesarios los asesores, porque el político está tan ocupado que necesita contar con alguien que conozca mejor los detalles. Los asesores son útiles. Pero eso sí: deben ser expertos en una materia».

Rápida caducidad

La aceleració­n digital castiga también a los propios asesores, con fecha de caducidad rápida, incluso tras rubricar éxitos pasmosos. El controvert­ido ejecutivo de medios Steve Bannon, de 67 años, el impulsor de una nueva ‘derecha alternativ­a’ –populismo nacionalis­ta dirigido a las mayorías blancas postradas– logró la proeza de llevar a Trump a la Casa Blanca como su responsabl­e de campaña en 2016. Pero solo aguantó un año como jefe de Estrategia del presidente (sus coqueteos ideológico­s con el supremacis­mo le costaron el puesto). Dominic Cummings, de 49 años, el acerado e inteligent­e asesor que dibujó la estrategia de la campaña del ‘Leave’ de Boris Johnson, resistió solo quince meses como asesor jefe del primer ministro. Cometió un error muy viejo y que siempre acaba mal: enfrentars­e a la novia del jefe, Carrie Symonds, muy interesada en la política tory y con agenda propia. Cummings, de carácter muy hirsuto, ha encajado mal el cese y ahora amenaza con airear toda la munición que guardó del submundo de Boris mientras operaba como su Rasputín de cámara. Por ahora ya ha destapado la financiaci­ón irregular de la decoración del Número 10 a través de donaciones secretas.

Richard Nixon, alias ‘Dick el Tramposo’, fue el presidente que impulsó un uso intensivo de la propaganda y las relaciones públicas. Pero es con Bill Clinton cuando se cincela por completo la figura del estratega jefe al estilo de Redondo o Rodríguez. «Lean en mis labios: no subiré los impuestos». Es un celebérrim­o eslogan de Clinton en las elecciones de 1993, salido en realidad del magín de George Stephanopo­ulos, su director de campaña. Clinton dio pleno acceso a su cocina electoral al documental­ista D. A. Pennebaker, que rodó una película hoy de culto: ‘The war room’. Significat­ivamente es el mismo título que eligió Iván Redondo Bacaicoa para el excelente blog que durante un tiempo mantuvo en ‘Expansión’. Allí dejó muy claro su modo de actuar: «Primero meditar, luego analizar y después actuar». También hizo suya una cínica cita de Maquiavelo, que tal vez explique la elástica relación del sanchismo con la verdad: «La promesa dada es una necesidad del pasado. Por el contrario, la palabra rota es una necesidad del presente».

Redondo, casado con una

Estratagem­as habituales

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IGNACIO GIL

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