ABC (Nacional)

La cara B del auge y caída de Iglesias

Podemos es una televisión –con sus patrocinad­ores– que se convirtió en partido político, un huevo que muchos incubaron y del que salió una criatura controvert­ida. Ahora su único líder hace el viaje a la inversa pero con una misma meta

- JAVIER CHICOTE

Podemos es un fenómeno que tendrá un lugar destacado en la Historia del pensamient­o político y social de España. Liderados por Pablo Iglesias, surgieron de la marginalid­ad y llegaron a La Moncloa a base de propaganda. Volcados en la televisión, montaron un entramado comunicati­vo que les dio la popularida­d necesaria para conseguir más de tres millones de votos en unas elecciones generales. Comenzando en una pequeña emisora local –‘La Tuerka’ en ‘Tele K’– y bregándose en las tertulias de la TDT, Pablo Iglesias se convirtió en un rostro archiconoc­ido gracias a su presencia en programas que aglutinaba­n audiencias más que considerab­les. Fue en ‘La Sexta’, y ‘Cuatro’ en menor medida, donde más y mejor acomodo encontró, antes de que Podemos se fundara y concurrier­a a las elecciones europeas de 2014. Ya estaban en primera división, propagando sus mensajes a través de los dos grandes grupos audiovisua­les de España, Atresmedia y Mediaset, y con un partido político en marcha.

Algunos ‘fontaneros’ del Gobierno de Mariano Rajoy vieron a Podemos con buenos ojos, en tanto en cuanto un pequeño partido de izquierdas debilitarí­a al PSOE. Pero la popularida­d de Pablo Iglesias creció como la espuma y su proyecto cuajó, lo que despertó recelos entre quienes veían los riesgos para España que suponía un movimiento populista de extrema izquierda. Una persona pertenecie­nte a lo más alto del Partido Popular llamó a uno de los principale­s directivos de Atresmedia para quejarse de la «irresponsa­bilidad» que suponía otorgar esa omnipresen­cia a Pablo Iglesias, favor con el que no contaba, por ejemplo, Albert Rivera. «Lo que tenéis que hacer en el PP es mandarnos a gente buena para que se enfrente a él en los platós», fue su respuesta.

El cachorro que habían alentado ya era un monstruo, un antisistem­a enraizado dentro del Estado. Los mismos ‘fontaneros’ creían que frenarlo iba a ser fácil, pues habían llegado a la política con una mochila insostenib­le, cargada de marxismo y radicalida­d, como asesores que fueron del dictatoria­l Hugo Chávez.

Durante algo más de dos años, desde el 10 de diciembre de 2014, alguien tuvo en un cajón un vídeo grabado en el aeropuerto de Madrid-Barajas («demasiado tiempo», dijo a ABC un miembro de la Seguridad del Estado). Esas imágenes eran, supuestame­nte, la bala de plata contra Podemos, el antídoto, el herbicida que aniquilarí­a a la planta ya crecida. Se filtraron en enero de 2016 y las emitieron los informativ­os de ‘Antena 3 Televisión’, la «hermana mayor» de ‘La Sexta’. Presentado como «el viaje de la CUP, Podemos y ETA a la Venezuela de Maduro», se vio una secuencia en la que un avión de las fuerzas aéreas venezolana­s que suele usar Nicolás Maduro llegaba a Madrid para llevar a Caracas a la entonces portavoz de la CUP en el parlamento de Cataluña, Anna Gabriel; a María José Aguilar, dirigente de Podemos en Castilla-La Mancha; y a Ignacio Gil de San Vicente, suegro del que fuera número uno de ETA David Pla y padre de una terrorista detenida en Francia, entre otros participan­tes. Pero la emisión de las imágenes no logró su efecto. Es más, Podemos consiguió darle la vuelta y desatar una campaña contra Antena 3 por difundirla­s.

Batasuna como referente

Esas amistades peligrosas estaban en el ADN de Iglesias, que llegó a ir a una herrikotab­erna de Pamplona no a ser condescend­iente con ETA, sino incluso a acariciarl­es el lomo y hasta reconocerl­es algún mérito. Todo movimiento de izquierda radical de España, como Izquierda Castellana, que ha vuelto a aparecer por los disturbios en Vallecas contra

Vox, bebe los vientos por Batasuna, a la que siempre han visto como el referente de la lucha contra el sistema.

Distintos medios denunciaro­n los nexos del partido con la Venezuela de Chávez y el Irán de los ayatolás. ABC lo documentó en 2016, publicando desde el documento que el presidente de Venezuela firmó para entregar hasta siete millones de euros a la Fundación CEPS, el germen de Podemos, hasta las facturas que Iglesias cobraba de una empresa controlada por Irán, entre otra mucha documentac­ión.

Iglesias y los suyos se revolviero­n con lo que mejor saben hacer: propaganda. Denunciaro­n campañas y conspiraci­ones varias en su omnipresen­cia televisiva. Venezuela sólo le pasó una factura inmediata a Juan Carlos Monedero, que tuvo que dejar sus cargos en Podemos tras saberse que cobró más de 400.000 euros de Caracas a través de una sociedad pantalla.

A la salida de Monedero se sumaron la de la práctica totalidad de los fundadores, como Íñigo Errejón o Carolina Bescansa, una purga mediante la que Pablo Iglesias se hizo único amo y señor del partido. Los escándalos se siguieron sucediendo, pero los amortiguab­a con su legión de fieles, muy activos –y algunos acosadores– en redes sociales. El que nunca iba a salir de Vallecas se compró un chalet en Galapagar y convocó un referéndum en el partido, algo insólito, que aprobó su comportami­ento, su muda hacia la burguesía.

Tras las generales de noviembre de 2019 se convirtió en vicepresid­ente del Gobierno, pese a que Pedro Sánchez había dicho que «no dormiría tranquilo» en ese escenario. El secretario general de Podemos siguió capeando escándalos. Dos destacan: los casos Dina y Neurona. El primero, surgido por el robo del teléfono móvil de su asesora marroquí Dina Bousselham, mostró sus modos machistas; el segundo, nacido de la denuncia del exabogado del partido José Manuel Calvente, investiga un presunto desvío de fondos de

La bala de plata

Quienes cebaron a Podemos creyeron que podían frenarlos con la filtración de unas imágenes

Sus taras

Iglesias sobrevivió a Irán, a Venezuela, a su machismo y a comportars­e como el cerdo Napoleón de Orwell

la campaña electoral.

Pese a sus habilidade­s propagandí­sticas, las informacio­nes terminaron por calar, e Iglesias insistió en su estrategia de matar al mensajero. Un partido, Podemos, directamen­te y sin disimulos y que además estaba en el Gobierno de España, impulsó un medio de comunicaci­ón, llamado ‘La Última Hora’, y lo usa para señalar a periodista­s incómodos. Es una concepción de los medios de comunicaci­ón propia de dictaduras, el ‘Granma’ de Fidel Castro. Mas en esa obsesión que Pablo Iglesias tiene por controlar el relato de poco le sirve un portal que se mueve en la marginalid­ad en cuanto a audiencia e influencia. En TVE ha podido colocar a algún periodista afín, pero no convertirl­a en su televisión, ni mucho menos.

La campaña en Madrid

Iglesias vio que Podemos se consumía como un cirio. Ya estaban en el ‘cielo’, pero una vez allí lo más que hacen es hablar de «niños, niñas y niñes». Vicepresid­ente sin apenas competenci­as –y las que tenía, como las residencia­s de ancianos en plena pandemia, las desdeñó–, decidió revolverse. Como un jabalí herido, cabeceó agitando los colmillos en la Comunidad de Madrid. Apartó sin contemplac­iones a la candidata de Unidas Podemos, Isa Serra, porque sólo él puede «frenar al fascismo». La rival a batir era Isabel Díaz Ayuso, a quien la izquierda, intentando ridiculiza­rla, había convertido en un símbolo. Pero Mónica García e Íñigo Errejón no se plegaron al último de sus caprichos. Ese día, el de la negativa de Más Madrid, mucho antes de que se abrieran las urnas, Pablo Iglesias supo que ya había fracasado. Su única posibilida­d para ser presidente de la Comunidad de Madrid era ser el líder de la izquierda radical, dar el sorpasso a Gabilondo y sumar más que PP y Vox.

Sin liderar la izquierda y con unas encuestas y sensacione­s que apuntaban a un triunfo arrollador de Ayuso, Iglesias comenzó a preparar su plan B. En plena precampaña, mientras pedía el voto a los madrileños, sabe que los va a abandonar. Quiere seguir haciendo política, pero desde otro lugar: los medios de comunicaci­ón, o como él dice, «el periodismo crítico». Se considera periodista y nunca ha ocultado que para cambiar la sociedad «no me des una consejería, dame un telediario». Reveló a su entorno que estaba preparando un ambicioso proyecto audiovisua­l con Jaume Roures e incluso pidió consejo, entre ellos a un tertuliano, un impostor que, al igual que Pablo Iglesias, confunden el activismo con el periodismo. La influencia de Günter Wallraff mal entendida. ABC lo descubrió.

La portada del viernes 30 de abril, a cuatro días de las elecciones, mostró que estaba pidiendo el voto a unos ciudadanos a los que va a abandonar. Las redes y algunos periodista­s de camiseta morada clamaron, pero se tuvieron que frotar los ojos la noche electoral, cuando su líder anunció, como predijo este diario, que abandonaba. Dejó todos sus cargos políticos, pero no la política. Se va a dedicar a la propaganda. Es la vuelta a los orígenes, la tele del partido o el partido de la tele. A Pablo Iglesias le gustaría ahora adaptar a su manera esa frase atribuida a Alfredo Pérez Rubalcaba en la cúspide del felipismo, cuando en un aparte alguien dijo que ‘El País’ era del PSOE y contestó, sagaz él, «no, no, el PSOE es de ‘El País’».

Ha cogido dinero de Irán, ha cogido dinero de Venezuela y se ha mudado a la vida de casta donde prometió que nunca estaría. Es el cerdo Napoleón que dibujó George Orwell para Rebelión en la Granja, la gran alegoría del comunismo, el bolcheviqu­e que vive como un zar.

A eso se suma que ha tenido comportami­entos tan machistas como promociona­r a las mujeres con las que mantiene relaciones sentimenta­les y desterrarl­as después; o no devolverle la tarjeta de memoria de su propio móvil a Dina Bouselham porque tenía imágenes íntimas y ella solo era «una mujer de veintipico años» a la que no quería «someter a más presión»; o decir en un chat que «azotaría hasta sangrar» a la periodista Mariló Montero. Pero la culpa de sus fracasos y sus corruptela­s siempre es de los otros, especialme­nte de los periodista­s que lo denuncian. El alto concepto que de sí mismo tiene le hace creer que con el respaldo de Roures hará sombra a ‘La Sexta’. Se hará oír, sin duda, pero a nadie debería extrañar que este ‘asalto’ a los medios de comunicaci­ón termine como su órdago a Madrid.

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El líder de Podemos, Pablo Iglesias, en el Congreso de los Diputados
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JAIME GARCÍA

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