Las fantasías más locas y los secretos íntimos de los fans
·Se publica en España ‘Starlust’, pionero ensayo de Fred Vermorel sobre la idolatría en el pop desde la perspectiva de los propios seguidores
Etimología «La palabra fan proviene de ‘fanaticus’, una secta griega conocida por sus orgías y la autocastración»
‘Madres Teresa’ del pop «Las ‘groupies’ no luchan contra los leprosos, lo hacen contra repugnancia y enfermedad»
«Cuando hago el amor con mi marido, imagino que es Barry Manilow. Siempre. Pero luego, cuando acabamos y me doy cuenta de que no es él, me pongo a llorar. Como solemos estar a oscuras, me las arreglo para que no se entere», relata Joanne, de 42 años. Su marido es representante comercial y tienen tres hijos. Y ella, un gran sentimiento de culpa. Con todo, las cosas estuvieron peor anteriormente porque su obsesión por el popular cantante de los 70 casi le lleva al suicidio. E incluso hay un giro final en esta triste historia: Joanne pasó de la frigidez a la gozadera gracias a Manilow. Durante años, la mujer era incapaz de disfrutar en el lecho con su esposo porque solo quería hacerlo con la estrella. Cuando descubrió el poder del fantaseo, su vida sexual mejoró notablemente (y su marido nunca dice que no). ¿Cómo se quedan? Pues en ‘Starlust’, el ensayo sobre los fans de Fred Vermorel, hay muchos más testimonios impactantes. Editorial Contra lo acaba de publicar en España.
Para Vermorel (1946), pionero en el estudio de las ‘celebrities’ y otrora agitador punk junto a su colega Malcolm McLaren (demiurgo de los Sex Pistols), los fans son especialmente interesantes porque promulgan el consumismo desde la máxima transparencia. «La palabra ‘fan’ proviene de ‘fanático’, que a su vez viene de ‘fanaticus’. Los fanaticus eran una secta de antiguos sacerdotes griegos notorios en el mundo antiguo por dos cosas: orgías salvajes y autocastración. Esta conjunción de exceso sexual con automutilación e impotencia parece una buena precursora de la situación del fan que encarna la versión moderna del deseo en las sociedades consumistas: o sea, el deseo de deseo, un bucle sin fin en el que el objeto del deseo es la ocasión para más deseo», escribió en 1994 en un artículo sobre las ‘groupies’, a las que considera las ‘Madre Teresa de la música pop’ («en lugar de enfrentarse a los leprosos y las cloacas de Delhi, estas hermanas afrontan otro tipo de repugnancia y enfermedad al acurrucarse, inhalar y cuidar de los falos de nuestras estrellas favoritas»).
En 1985, el investigador franco-británico publicó ‘Starlust’, obra con ambición de redignificar a los fans con un trabajo de cuatro años y más de 350 horas de entrevistas y 400 cartas privadas. Mezcla de psicoanálisis y sociología, se explora el ‘fandom’ desde el relato directo de sus más intensos miembros, adolescentes y también adultos, con una vida más bien gris: el fanatismo hacia la estrella les permite participar de un destino mayor (como los talibanes). Fantasías sexuales como las de Joanne, a todo detalle; relatos de peregrinaciones anuales a lugares de culto, misivas amenazantes a los ídolos, chantajes desesperados poniendo su vida como ya último cebo, experiencias denigrantes de ‘groupies’, exaltaciones místicas (David Bowie es Jesucristo, un extraterrestre, etcétera) o escritos elaborados por cerebros desquiciados y/o sumidos en la mayor de las penas. Todo antes de internet, claro, y de las redes sociales y ‘onlyfans’, o sea de nuestra época post-privacidad en donde «estamos implacablemente expuestos, rastreados y escudriñados». Viva el progreso.
Relación violenta
De hecho, Vermorel apunta que
«la relación entre un fan y la estrella entraña un tipo de violencia», y leyendo algunas cartas se percibe esa caja de Pandora emocional reventada e impredecible: «Como dijo el sociólogo francés Edgar Morin: todo Dios está hecho para ser comido. Es decir, destruido. Una ambivalencia aguda (amor / odio) parece ser intrínseca a la (no) relación entre fans y estrellas: te haces muy conocido y estás presente de una manera completa en mi vida, sin embargo, me niegas el acceso y no me reconoces. Esta negación de la reciprocidad conlleva una tensión e incluso ira. En
la mayoría, esto permanece en el ámbito interno, pero a veces se convierte en una agresión real: acecho, amenazas, el tuiteo obsesivo, etcétera».
Boy George, Marc Bolan, David Bowie, Barry Manilow, Nick Heyward, Bay City Rollers, The Police, Pete Townshend o Robert Plant son algunas de las figuras a las que van dirigidos los mensajes recopilados por el autor, y en donde queda constancia de la poderosa imaginación que mana de su apasionamiento cercano al fervor religioso. «Por esto dediqué tanto tiempo a documentar sus fantasías y actividades. No puedo decir que los fans sean diferentes a cualquier otra persona, son seres humanos normales temporalmente elevados a la creatividad debido a su intensa devoción. Para algunos profanos, les pueden parecer transgresores, fuera de lugar o desproporcionados», reconoce Vermorel. Es más, el ensayo está vertebrado por una común incomprensión con la que conviven los ‘die-hard’ fans en su entorno, aparte de orar a sus diversos mesías y que casi nunca les contesten o den aviso de recibo.
Aquí llegaríamos al meollo del conflicto. Por un lado, la superestrella incita los deseos y pasiones de los fans. Y, por otro, se aisla de las consecuencias de su acción estimulante. O sea, ¿cómo quieren que un fan de Adam Ant reaccione ante Adam Ant en la portada de ‘Sounds’ con una mirada lasciva y la cremallera entreabierta?, se pregunta el ensayista. «Cuando las estrellas se ofrecen generosamente como objetos de consumo, no debe extrañarnos que haya fans que se lo tomen al pie de la letra. Como hizo Mark Chapman. Al fin y al cabo, una forma muy lógica de ‘consumir’ a alguien es eliminarlo», escribe en el epílogo. En su lógica, el asesinato de John Lennon «no sería una anomalía sino la culminación de un fenómeno cultural inherente al ‘show business’». En este punto, le cuento a Vermorel que varios políticos españoles han recibido cartas con balas: «Ahora el precio de ser una celebridad es la abnegación a tener su esfera privada: cada fragmento del alma, del cuerpo y de la mente de una estrella está disponible para el marketing y la proyección de su personaje. Los políticos y otras figuras públicas deben tener cuidado de no ingresar en este campo jugando a ser ‘celebrities’. Pueden estar creando unas expectativas peligrosas si son frustradas o negadas».
Lidiar con la adulación
Entonces, ¿un artista debería rebajar su personalidad o no quejarse, al menos? «Los artistas adoptan diversas estrategias para lidiar con la adulación. Eminem, por ejemplo, escribió ‘Stan’ como catarsis. Taylor Swift ha convertido a su comunidad fan en un elemento de marketing y trata de controlar su emocionalidad. Pero la mayoría de los artistas se esconden o tratan de evitar los problemas creados por la intensidad de sus seguidores, simplemente toman el dinero y corren», cuenta el escritor, que considera que «a la industria solo le preocupa generar ingresos a través de clics, en donde cada vez opera más la economía de la atención. El suicidio o asesinato de una estrella o su angustia solo aumenta la tasa de clics».
Vermorel, que también ha sido biógrafo de Gary Numan o Kate Bush, cierra con esta cita: «El pop es una máquina de frustración». O como ejemplifica la desdichada Mónica, del club de fans de Barry Manilow: «¡Oh, amiga! ¿Por qué sufrimos tanto? No es justo que nos hayan dado esta capacidad de amar a alguien hasta este punto y no pueda hacerse realidad?».