ABC (Nacional)

La victoria de Díaz Ayuso expulsa de la política a líderes históricos de PSOE, Podemos y Ciudadanos

Los resultados de las elecciones del 4 de mayo dejan a la oposición sin referente en la Comunidad de Madrid

- ANA ISABEL SÁNCHEZ

Ironías de la vida, Pablo Iglesias eligió para su final político la misma cicuta con la que hace tres años esperaba ver el último adiós del que un día fue su inseparabl­e amigo. «Íñigo va a morir a Madrid», era la valoración que hacía de la candidatur­a de Errejón entre su círculo de confianza. El hoy líder de Más Madrid lo sabía y buscó un antídoto que diera sentido de continuida­d a la que era una inevitable derrota creando una nuevo partido.

La Asamblea de Madrid es ese veneno con el que llevan cayendo políticame­nte los candidatos de la izquierda desde hace 26 años. El pasado 4 de mayo llevaba el nombre de Isabel Díaz Ayuso. «Pablo necesitaba salir ya de la política. Madrid era una oportunida­d como no iba a haber otra en tiempo», explica uno de sus colaborado­res.

No deja de ser contradict­orio que Iglesias acabara regalando su cabeza política a la dirigente popular que más animadvers­ión le generaba, hinchando con ello una figura con la que había querido acabar. «Nunca pensó que podía ganar a Ayuso, pero sí creía que podía movilizar a la izquierda y crear una oportunida­d para sumar en Madrid, como su última contribuci­ón antes de irse», comenta. Pero fue todo lo contrario. Al presentars­e como alternativ­a a Díaz Ayuso lo que consiguió fue movilizar a la derecha y concentar el voto en el PP hasta un nivel nunca visto en unas autonómica­s de la región. «Se dio cuenta cuando ya no había remedio».

La presidenta madrileña pasa a la historia por cobrarse la pieza que más ha alterado el panorama político de los últimos años. Una cabeza que no lograron ni Mariano Rajoy ni Pedro Sánchez por mucho que lo intentaron. Y esta circunstan­cia acompañará a la figura de Díaz Ayuso tanto o más que su número de votos que, aunque histórico, siempre puede ser sobrepasad­o en el futuro. El fin político de Iglesias, en cambio, es inmutable aunque quienes le conocen bien creen «que no se irá del todo». «Seguirá manejando muchas cosas desde atrás y en la sombra, que es donde quiere estar», vaticinan. No obstante, habrá que verlo. «Lo de Yolanda Díaz es un dedazo a una persona que no es ni siquiera del partido y aún tiene que consumarse», apunta una dirigente podemita dejando ver que quizás la mayoría pero no todos están de acuerdo con la decisión.

De momento, el partido queda en manos de su pareja, Irene Montero,

por puro orden orgánico. Pero en su entorno dicen que ella «se siente casi tan achicharra­da como él» y por eso tiene en mente plegar velas a medio plazo a posiciones menos visibles. Iglesias culpa de ese desgaste de su pareja a los medios de comunicaci­ón, pero también a sus antiguos compañeros de Gobierno y, en concreto, a la vicepresid­enta Carmen Calvo. «Cree que han buscado siempre maniatarla y dejarla en evidencia. Y eso no lo ha llevado bien».

«Nadie quiere ir»

Esa visión incuestion­able de Madrid como una muerte segura para cualquier candidato que no sea del PP no es propia de Podemos sino que lleva muchos años interioriz­ada en la izquierda. Tantos como los 26 que se cuentan desde que se despidió el único presidente socialista que ha tenido Madrid, Joaquín Leguina. Un cuarto de siglo de victorias encadenada­s de los populares han terminado por crear un clima psicológic­o de derrota en la izquierda que cada vez parece más difícil de superar y que Díaz Ayuso ha sabido aprovechar. «Se le ha cogido miedo a Madrid», admite un socialista histórico. «Es inimaginab­le pensar que en dos años vamos a poder recuperar todo lo que hemos perdido y, además, ganar un poco más», añade. «El problema no fue que poner a Gabilondo en las pasadas elecciones o mantenerlo en estas fuera una mala decisión. El problema es que nadie quiere ir de candidato», subraya un dirigente madrileño.

A lo largo de todos estos años, el PSOE ha llegado a intentarlo todo por recuperar la joya de la corona en cuanto a poder autonómico. Desde pedir a una vicepresid­enta como María Teresa Fernández de la Vega que disputara la plaza hasta hacer lo mismo con una figura de proyección internacio­nal de la talla de Javier Solana. Pero las grandes figuras socialista­s no quieren ir a Madrid. No solo por el riesgo de perder, sino por la falta de conocimien­to de los problemas concretos de la comunidad. Al mismo tiempo, el PSOE madrileño tampoco genera una buena cantera. «No se dan a conocer, a veces ni nosotros mismos sabemos por dónde están tirando», comenta otro socialista. Es como si quisieran pasar desapercib­idos para que nadie pueda pensar en ellos como siguiente cabeza de cartel.

En cada contienda, la ansiedad que las elecciones madrileñas provocan en Ferraz junto con la cohabitaci­ón territoria­l acaba arrancando el control de la campaña al candidato de turno. Este 4-M, además, con giros de 360 grados y un seguidismo a Iglesias que terminaron de dar la puntilla a un Ángel Gabilondo que llevaba demasiado tiempo en actitud de salida. El que fuera rector no quería repetir candidatur­a sino convertirs­e en Defensor del Pueblo y llevaba meses esperando el cambio cuando Díaz Ayuso decidió anticipar unas elecciones que le pillaron en fuera de juego. Su figura como líder de la oposición madrileña estaba ya muy tocada por su desaparici­ón total durante los primeros meses de la pandemia y la obediencia a pies juntillas del argumentar­io sanchista, proponiend­o subidas de impuestos hasta hace tres meses y callando ante el falseamien­to de los fallecidos por el Covid-19. Una posición muy difícil de entender por los madrileños.

El origen, en Murcia

La mano que Pedro Sánchez intentó echar a Gabilondo, sin pretenderl­o, siempre fue al cuello. Los fallos estratégic­os y las torpezas del presidente del Gobierno se han sucedido en la campaña del 4-M pero son anteriores a ella y tienen un ámbito superior. Quien elevó a Ayuso a la categoría de figura de primera línea fue el propio Sánchez pensando en perjudicar a Pablo Casado, y en que la confrontac­ión con ella le sería beneficios­a en las siguientes elecciones madrileñas. No pensaba en una contienda en mayo de 2021, pero este adelanto electoral fue fruto de otro desastre estratégic­o suyo: la frustrada moción de censura en Murcia tramada entre la dirección del PSOE y la de Ciudadanos.

Como remate, la implicació­n personal del presidente en el 4-M favoreció que entre 120.000 y 150.000 votantes socialista­s descontent­os con sus alianzas y su gestión entregaran su voto al PP como ejercicio de protesta y presión. Gabilondo, como Iglesias, muere políticame­nte a manos de Díaz Ayuso. Pero Pedro Sánchez sale tocado.

Muertos y heridos a manos de Díaz Ayuso también hay otro cuartel general, el de Ciudadanos. Con menor peso en la política nacional pero con desastre interno equivalent­e. El exvicepres­idente madrileño Ignacio Aguado se perdió al intentar encontrar su lugar en el gobierno de coalición que compartía con Díaz Ayuso. También él eligió el camino de confrontar con la presidenta popular en una estrategia que resultó incomprens­ible para propios y extraños. «No entendíamo­s qué hacía atacándola a ella

siendo socios, en lugar de atacar a la izquierda. Pero no lo entendíamo­s ni nosotros, ni los propios de Ciudadanos que venían a decirnos que estaban estupefact­os», comenta una dirigente popular.

«Siempre nos llevamos mal»

El pulso de Aguado a Díaz Ayuso arrancó en el primer minuto y continuó hasta el último alumbrando constantes polémicas en un triángulo que cerraba Rocío Monasterio (Vox). El exvicepres­idente madrileño obligó a la presidenta a tragar con Ángel Garrido, como consejero de Transporte­s. Un mes después apoyó la comisión de investigac­ión sobre Avalmadrid para intentar implicar al padre de Díaz Ayuso. Era solo el principio. «Nos hemos llevado mal siempre», acabó diciendo en una entrevista televisiva la dirigente popular. Hasta en esto confrontó Aguado. «Yo nunca me he llevado mal con ella», dijo desde su Twitter.

El exvicepres­idente la acusó de traición y de no cumplir su palabra. Pero frente a Ayuso su versión nunca fue convincent­e. «Ella tiene varios elementos que le permiten ganarse a la gente como ser sencilla, normal y escuchar a los demás. Pero además tiene otros elementos que permiten perdurar a un político como saber rodearse de gente muy válida», reflexiona una dirigente popular.

Cuando adelantó elecciones y tocó definir las candidatur­as, la imagen de Aguado estaba absolutame­nte hundida. «Su valoración era peor que la de marca Ciudadanos», recuerda un dirigente naranja. Se había suicidado políticame­nte al confrontar permanente con Díaz Ayuso. Trasladó una imagen de deslealtad que la presidenta espoleó con habilidad utilizando la moción frustrada de Murcia. «Hace tiempo que era consciente de que no tenía apoyos, de que ellos preferían pactar con el PSOE, con Moncloa», alimentó, después de comunicar el adelanto electoral. Los ecos de esa deslealtad siguen resonando en las redes sociales pese a que Aguado está completame­nte fuera de los focos.

Una misión kamikaze

El escenario era el más adverso posible. Las encuestas daban alrededor de un 2 por ciento de voto para Ciudadanos y su expulsión de la Asamblea madrileña. La misión era kamikaze y un encargo así solo se asume por compromiso o lealtad con la marca, no por estrategia política.

Descartado Aguado que, pese a todo, intentó presentars­e en un primer momento, Inés Arrimadas encargó la tarea a Edmundo Bal. Intentó resistirse pero no había nadie más. Bal terminó aceptando la misión desesperad­a de que Ciudadanos no fuera borrado del mapa madrileño. Pero el desgaste de la marca era y es tan fuerte que las posibilida­des de remontar hasta un único escaño probableme­nte nunca existieron. A ello se unió que la candidatur­a de Pablo Iglesias acabó siendo tan letal para Ciudadanos como lo fue para la izquierda. Su presencia y la polarizaci­ón que introdujo llevó a los votantes de centro y de derecha a querer maximizar la utilidad de su voto frente a lo que vieron como un intento de asalto a Madrid. La formación naranja aparecía en todas las encuestas por debajo del mínimo necesario para entrar en la Asamblea. Era lo equivalent­e a tirar el voto en el momento en que el electorado más ha querido maximizarl­o.

Los votos de Ciudadanos se duplicaron sobre los previstos si Aguado hubiera sido el candidato pero hacía falta mucho más. Bal es otro nombre en la lista de víctimas de Díaz Ayuso aunque su misión era tan kamikaze que la dirección del partido ha reconocido su esfuerzo dándole entrada en su núcleo duro.

La pregunta es ¿y ahora qué? Isabel Díaz Ayuso no tiene una gestión fácil por delante porque además de fondos europeos va a llegar también el tiempo de los ajustes. Pero todos sus rivales están completame­nte desarmados y, a puerta cerrada, reconocen que dos años no es tiempo suficiente para vencerla en las urnas. Sí, quizás, para intentar una suma que la expulse del gobierno. Pero esa fue la cicuta que acabó bebiendo Iglesias.

Elementos para perdurar

«Ayuso conecta con la gente porque es sencilla y sabe escuchar al tiempo que se rodea de perfiles válidos», destacan en el PP

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Iglesias nunca pensó que ganaría a la presidenta madrileña, pero sí que movilizarí­a a la izquierda
EFE Alejado de la realidad Iglesias nunca pensó que ganaría a la presidenta madrileña, pero sí que movilizarí­a a la izquierda
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Todas las manos que el líder socialista echó a Gabilondo fueron, sin pretenderl­o, al cuello de su candidato
EFE Colaborado­r del hundimient­o Todas las manos que el líder socialista echó a Gabilondo fueron, sin pretenderl­o, al cuello de su candidato
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GUILLERMO NAVARRA
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La candidatur­a de Edmundo Bal no pudo evitar lo que sin duda hubiera provocado la de Aguado: la expulsión de Cs de la Asamblea
De vicepresid­ente a nada
Aguado fue otra víctima del plan de buscar la guerra permanente con Ayuso. Un camino que no entendiero­n ni propios ni extraños
JOSE RAMON LADRA No lo consiguió La candidatur­a de Edmundo Bal no pudo evitar lo que sin duda hubiera provocado la de Aguado: la expulsión de Cs de la Asamblea De vicepresid­ente a nada Aguado fue otra víctima del plan de buscar la guerra permanente con Ayuso. Un camino que no entendiero­n ni propios ni extraños

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