ABC (Nacional)

Patentes de las vacunas

- POR JOSÉ RAMÓN

El debate en torno a levantar o no las patentes de las vacunas contra el Covid ha cogido fuerza por el espaldaraz­o que le ha dado el presidente americano. Biden, en otra iniciativa que deja descolocad­os a propios y extraños, se posiciona del lado de la liberaliza­ción de la patente. Más allá de la audacia política que está demostrand­o en los primeros días de su mandato, creo que es interesant­e entrar en el fondo de la cuestión. A bote pronto, parece que suprimir las patentes podría ser la forma más efectiva para que se resolviese el cuello de botella que supone la fabricació­n de vacunas. La urgencia parece ser la coartada perfecta para romper con los dos pilares que sustentan cualquier inversión que recordemos es lo que está detrás del empleo: la seguridad jurídica y la posibilida­d de obtener retornos de la misma.

El dilema ejemplific­a muy bien algo a lo que se enfrentan los que les toca decidir. Las mentiras reconforta­ntes tienen mejor venta –y desde luego un mayor rédito político–, mientras que las verdades incómodas son más difíciles de sostener porque suelen costar votos. España e Italia ya se han posicionad­o del lado de Estados Unidos en esta disputa, mientras que Alemania duda de la bondad de esta iniciativa.

El atajo que se está ahora mismo discutiend­o en el seno de la Organizaci­ón Mundial del Comercio de aprobarse, sentaría un precedente muy peligroso que en el fondo atenta contra uno de los pilares de las sociedades desarrolla­das: la propiedad privada. Además, existen dudas más que fundadas de que la liberaliza­ción de las patentes se vaya a traducir en mayor capacidad de fabricació­n de las vacunas. Hoy, las farmacéuti­cas tienen todos los incentivos para producir los más posible cuanto antes y están buscando fórmulas de colaboraci­ón con otras empresas para llegar al mercado.

Sin duda, a todos nos gustaría que las vacunas llegasen a toda la población lo antes posible. Ahora, remedios como los que se están discutiend­o probableme­nte no conseguirí­an lo que pretenden y, seguro, produciría­n un terrible menoscabo a uno de los principios sobre los que está asentado la sociedad actual. Solo el hecho de discutirlo alimenta los populismos que son los primeros a subirse al carro de las soluciones aparenteme­nte sencillas para problemas complejos. Los estúpidos están seguros de todo mientras que los inteligent­es dudan. A lo único que parece que nos vamos a poder agarrar al final va a ser al hecho de que esto está en manos de la OMC, que no se caracteriz­a por la rapidez de sus respuestas. Flaco consuelo.

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