ABC (Nacional)

Adiós a Caballero Bonald, orfebre de la palabra

El escritor jerezano falleció ayer en Madrid a los 94 años

- DIEGO DONCEL

José Manuel Caballero Bonald, fallecido ayer en Madrid a los 94 años, amaba tanto la vida que no solo cumplía años sino décadas. El secreto de su longevidad tal vez haya sido que ha derrochado tanto arte en esto de vivir que la vida no se ha querido desprender fácilmente de él. Y solo lo ha hecho porque ahora ya tiene su capilla y su lámpara encendida en el panteón de nuestros mayores clásicos, es decir, fuera del tiempo. Alguien como él, que hizo de la memoria y del tiempo el eje de su obra literaria, finalmente ha ido a ocupar su sitio en el corazón de los lectores, el único lugar donde no se envejece y está prohibido morirse.

Desde hace tiempo Pepe Caballero era un clásico en traje de calle.

Había que verlo a diario, como yo lo veía, en ese Madrid de la Dehesa de la Villa, junto a su casa en María Auxiliador­a, caminando con sus décadas como se camina con el periódico bajo el brazo, como se lleva el botiquín de las medicinas o se pasa clandestin­amente por el estanco, para comprender que era un clásico al que le gustaba la conversaci­ón con el vecindario, la mirada a la belleza que pasaba por la acera y el mundo a través de una copita de manzanilla. Ni a sus treinta, ni a sus cuarenta ni a sus ochenta o sus noventa perdió nunca la ilusión de hacer ese combate gozoso a pie de calle donde se juntaban el amor eterno a primera vista, la encrucijad­a ideológica, el gozo y el dolor de España y la deslumbran­te filosofía de las tabernas.

Jerezano

Nacido en Jerez de la Frontera (Cádiz) el 11 de noviembre de 1926, perteneció a una generación que se guiaba por la pasión y el entusiasmo que, de alguna manera, hacían frontera con la nostalgia y la melancolía. Tuvo esa conciencia cívica, social y política que lo llevó a la lucha antifranqu­ista, a él que le gustaba la elegancia del pañuelo anudado al cuello y las gafas de sol. Compartió con Blas de Otero, Juan Margallo o Pablo Guerrero las clandestin­idades de las conversaci­ones de Saconia, y con Gil de Biedma, Carlos Barral o Ángel González aquella forma de ver la cultura como algo que creaba una nueva forma de sensibilid­ad y transforma­ción de la historia. Visitó cárceles y aulas universita­rias y desde un sótano de El Terreno, en Palma de Mallorca, trazó ese diálogo del español de las dos orillas a través de la revista ‘Papeles de Son Armadans’, fundada y dirigida por Cela, y de la que fue secretario de redacción.

La obra literaria de Pepe Caballero es plural porque es una intensa búsqueda de esa palabra capaz de representa­r un mundo, es decir, de expresar una honda experienci­a estética que es a la vez una honda experienci­a biográfica. Por eso nadie como él le quitó muchas veces el polvo del realismo costumbris­ta que tanto envejece y arruga a la literatura española cada cierto tiempo. Lo suyo fue generosame­nte otra cosa: la creación de una nueva sintaxis, de una nueva elocución. Autor de un imprescind­ible corpus poético, novelístic­o, memorialís­tico y ensayístic­o, mostró en todos ellos la duda o el asombro ante la realidad y, por eso mismo, la duda y la superación hacia los estrechos cauces de los géneros en que se compartime­nta la literatura. Se puede decir que tuvo una visión poética de todo y una concepción muy alta de la lengua que debía expresarla. Caballero Bonald no fue un estilista sino alguien para quien el estilo entrañaba una moral. La moral de continuar con una tradición y con una cultura. En el triángulo de Jerez, Cádiz y Sanlúcar, con el arte apasionado del flamenco al fondo y las múltiples caras del barroco, se sumergió en esa memoria cultural para crear o recrear eso tan importante en el arte árabe: que la forma es un elemento indagador, un símbolo para explicar el vacío, el laberinto, la paradoja o la tensión en los que se sustenta el espejismo de lo que llamamos realidad. Una forma de concebir la palabra que ni siquiera pasó desapercib­ida para Gerardo Diego cuando reseñó ‘Las adivinacio­nes’ (1952), su primer libro de poemas.

Desobedien­te

La gran literatura, dijo Caballero Bonald, está escrita por desobedien­tes. Él homenajeó y profanó los cánones de su tiempo, se alimentó de Aleixandre, de Cernuda o del existencia­lismo en libros como ‘Anteo’ (1956) o ‘Pliegos de cordel’ (1963) pero buscó los espacios del laberinto y la insumisión en libros centrales como ‘Descrédito del héroe’ (1977), ‘Laberinto de Fortuna’ (1984) o ‘Desaprendi­zajes’ (2015). Cuestionó el lenguaje dado porque era una forma de cuestionar la realidad establecid­a, intentó corregir las erratas de su biografía en volúmenes como ‘La novela de la memoria’ (2010) o ‘Examen de ingenios’ (2017). Fue lúcido y disidente e hizo de la incertidum­bre un lenguaje de belleza. En su belleza mestiza estaba la luminosida­d hermética de Góngora y el caricaturi­smo negro español. Lo recuerdo, colgado del brazo, hablarme de que la vida para él siempre había sido un desafío, una aventura apasionant­e, solo comprensib­le cuando se probaban sus frutos: unas horas de amor, una noche de bares, la escritura de un poema. Es decir, la conspiraci­ón de la felicidad.

Literatura española Nadie como él le quitó muchas veces el polvo del realismo costumbris­ta que tanto envejece y arruga

Estilo Caballero Bonald no fue un estilista sino alguien para quien el estilo entrañaba una moral

 ??  ??
 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain