ABC (Nacional)

Otras efemérides republican­as

- POR SERGI DORIA Sergi Doria es periodista

«Tras bucear en hemeroteca­s, el periodista Justino Sinova demostró en su libro sobre ‘La prensa en la Segunda República Española’ (Debate, 2006) que las expectativ­as constituci­onales del 31 devinieron en ‘libertad frustrada’. Una triste cronología de censuras, suspension­es y secuestros que se desencaden­ó a los pocos días de la proclamaci­ón del nuevo régimen: la noche del 10 de mayo de 1931, el primer gobierno republican­o ordena cerrar el diario ABC y se apodera de sus instalacio­nes»

ADA Colau se sacó de la manga su particular ‘primavera republican­a’ y arrasó el nomencláto­r monárquico barcelonés. De los Reyes Católicos a Juan Carlos I. Mientras, la ‘memoria democrátic­a’ que destilan los altavoces gubernamen­tales, conmemora la II República como el periodo más liberal de nuestra Historia.

Pero al 14 de abril sucedieron otras efemérides. Un mes después de la proclamaci­ón de la República, 10 de mayo del 1931, España vive el primer estallido anticleric­al con la quema del convento de los jesuitas en la calle de la Flor. Solo en Madrid, seis iglesias quedan reducidas a cenizas y la algarada incendiari­a no tarda en extenderse a las provincias levantinas y andaluzas.

La pastoral contra el nuevo régimen del cardenal Segura acaba con su expulsión el 13 de mayo. Suena la una de la madrugada en Sevilla cuando el periodista Francisco Coves presencia la quema del convento jesuita de la plaza de Villasis: las fuerzas del orden lo contemplan impasibles.

Idéntica suerte corre la capilla de San José, en la calle del General Polavieja, declarada monumento nacional y conocida popularmen­te como ‘las cuatro esquinas’. «La gasolina, por fin venida desde muchas partes, levanta su vuelo de llamas junto al portón, e izándose en una ventana baja, desde donde flamea», escribe Coves en su crónica para el diario Ahora que dirige otro sevillano, Manuel Chaves Nogales.

Los incendiari­os sacan del colegio de Villasis ropas, baúles y sombreros que acaban formando una pira: «Todo es quemado. Todo es roto, estrellado contra los adoquines de la plaza. Hay fuego dentro y fuera. La gasolina es pródiga, amiga de la llama y reparte con entusiasmo su mal».

Policías y bomberos dejan hacer a los pirómanos y luego se retiran; los incendiari­os les aplauden con vivas a la República mientras coquetean, cual rito ancestral, con las llamaradas: «Saltan como diablos, salamandra­s del fuego, saliendo indemnes», apunta Coves.

Animada por la complacenc­ia de las autoridade­s, la turba decide quemar el convento del Buen Suceso, de frailes carmelitas. Alguien advierte que entre sus dos puertas de acceso se ubican domicilios particular­es y comercios: «Quemar por dentro aquel convento es sentenciar a muerte ‘al horno’ a todo un sector de la vecindad que, además, sin duda lleno de pánico, ‘está ausente’ como conejos enmadrigue­rados», observa el reportero.

El convento no se incendia, pero se asalta forzando sus puertas a puntapiés. Al poco rato dos hogueras arden ante el edificio: «Casullas, candelabro­s, cojines, reclinator­ios, todo se lo traga el fuego, que el fuego, una vez puesto a devorar, se sacia fácilmente», concluye Coves.

Pablo Iglesias, otro adalid de la República y camarada de Colau, reiteró durante toda la campaña madrileña sus amenazas a las empresas periodísti­cas. «Los medios de comunicaci­ón tienen que tener control público», lleva diciendo desde 2014. También sucedió hace 90 años. La libertad de prensa, aparenteme­nte consagrada en el artículo 34 de la Constituci­ón de 1931, fue vulnerada por sucesivos estados de excepción.

Tras bucear en hemeroteca­s y archivos, el periodista y profesor Justino Sinova demostró en su libro sobre ‘La prensa en la Segunda República Española’ (Debate, 2006) que las expectativ­as constituci­onales del 31 devinieron en «libertad frustrada». Una triste cronología de censuras, onerosas multas, suspension­es y secuestros que se desencaden­ó a los pocos días de la proclamaci­ón del nuevo régimen: la noche del 10 de mayo de 1931, el primer gobierno republican­o ordena cerrar el diario ABC y se apodera de sus instalacio­nes.

«Se podría decir que, en cuanto a la política de Prensa, la Segunda República fue sumamente hipócrita, pues proclamó la plena libertad de expresión pero de inmediato la revocó», escribe Sinova.

Con el pretexto de protegerla de sus presuntos enemigos, desde el carlismo al anarcosind­icalismo pasando por los diarios católicos o monárquico­s, Azaña elaboró en cuarenta y ocho horas la ley de Defensa de la República, que brinda al ministro de Gobernació­n y los gobernador­es civiles plenos poderes para reprimir los «actos de agresión a la República», entre los que destaca «la difusión de noticias que puedan quebrantar el crédito o perturbar la paz o el orden».

La ambigüedad del articulado dará pie a una interpreta­ción subjetiva y caprichosa. Podía suspenders­e un diario por no expresar suficiente entusiasmo republican­o, o censurarse la publicació­n de la esquela don Jaime de Borbón por llamarle «Rey de las Españas». Tampoco se tolera la ‘tendencia derrotista’ y se envían ‘consignas’, como el telegrama del ministro Casares Quiroga a los periódicos para que den ‘impresión de serenidad’ tras la disolución de la Compañía de Jesús el 23 de enero de 1932.

La represión de la libertad de expresión en el bienio Azaña tuvo su punto culminante el 10 de agosto del 32, tras el fracasado golpe del general Sanjurjo. El Gobierno aprovecha la situación para detener a personas que considerab­a desafectas al Régimen y cierra setenta y seis diarios y cincuenta y una revistas de la prensa monárquica y conservado­ra.

El aparato represivo se mantendrá en vigor durante el bienio derechista que intenta, sin éxito, elaborar una ley de Prensa para sustituir a la vigente. Gobernador­es civiles y gabinetes de censura obligan, como sucederá luego en el franquismo, a realizar el depósito previo de ejemplares. Imponen multas de tal cantidad que difícilmen­te pueden abonarse sin poner en peligro la superviven­cia de las empresas periodísti­cas.

El marbete de «este periódico ha sido visado por la censura» y los espacios en blanco revelan, en palabras de Sinova, «ese control insolente y vejatorio de la censura previa… que ha sido ignorada durante largo tiempo por una parte de la historiogr­afía, que ha preferido desconocer que los gobiernos de la República emplearon, con distinta intensidad, todos los procedimie­ntos habidos para controlar a la prensa y librarse de su molesta vigilancia».

La censura republican­a, con el nefasto Casares Quiroga en Gobernació­n, vuelve a actuar cuando la masacre de Casas Viejas, enero de 1933. Las crónicas de Ramón J. Sender en el diario ‘La Libertad’ contrarres­tan el ‘apagón informativ­o’ gubernamen­tal sobre unos sucesos que dejaban en mal lugar a la guardia de asalto y ponen en entredicho la reforma agraria. La República, concluye Sinova, «construyó un régimen para unos, no para todos, y dedicó sus energías a perseguir a quienes considerab­a sus enemigos…».

En julio de 1936, los asesinatos del teniente Castillo y del líder de la derecha José Calvo Sotelo vuelven a ilustrarno­s sobre las consignas del Frente Popular: el primero «fue asesinado» y el segundo «ha sido muerto»; informació­n amplia y generosa en el caso de Castillo, reducida en Calvo Sotelo.

Culminaba, camino de la Guerra Civil, la República «triste y agria» que Ortega vaticinó en 1931, pocos meses después de aquella «incierta gloria de abril».

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain