ABC (Nacional)

Perú y Colombia, ¿próximas fichas?

- POR ÁLVARO VARGAS LLOSA NIETO Álvaro Vargas Llosa es periodista y ensayista

«Hasta hace poco la desestabil­ización de gobiernos democrátic­os latinoamer­icanos tenía como origen las expectativ­as impaciente­s de una clase media que creció mucho debido a la bonanza de las materias primas. Hoy, esa clase media, por obra de la pandemia y unos años de escasa imaginació­n reformista de parte de los gobiernos se está encogiendo. Esto y la corrupción son ahora el origen del descontent­o popular que los totalitari­os quieren explotar vilmente para establecer dictaduras populistas»

EL presidente saliente del Ecuador, Lenín Moreno, acaba de decirlo con una claridad poco diplomátic­a: «Que Maduro saque sus manos ensangrent­adas del pueblo de Colombia». Hubiera podido incluir al Perú, porque estos dos países se han convertido en el gran objetivo de ese aquelarre de autoritari­os conocido como ‘Socialismo del siglo XXI’ por circunstan­cias internas que han abierto en ambos casos una oportunida­d para ampliar la geografía dictatoria­l de América.

En el Perú, encabeza las encuestas de la segunda vuelta Pedro Castillo, un profesor de escuela que dirigió la facción del sindicato de maestros que opera como organismo de fachada de Sendero Luminoso y es el candidato de una organizaci­ón marxista-leninista, Perú Libre, cuyo jefe, un exgobernad­or corrupto de una región del centro del país, es hombre de Cuba y Venezuela. Este caballero, de nombre Vladimir Cerrón, controla el grupo de Perú Libre que entrará al Parlamento y es autor del programa de gobierno de Castillo, que ofrece sustituir esa institució­n por una Asamblea Constituye­nte para cambiar la Constituci­ón a la usanza chavista y establecer un régimen de economía socialista, y un sistema político de concentrac­ión del poder. Es todo un símbolo de lo que está en marcha el que, en un reciente documento donde Castillo, ante el pánico que cunde en las clases medias y la comunidad financiera internacio­nal, se compromete a respetar la democracia, haya sido incluida una frase de Bolívar que desde hace treinta años es un lema del chavismo (se la hacía repetir Chávez a todo aspirante a ingresar a su movimiento, MBR-200, en 1992, antes de llegar al poder, cuando preparaba un golpe de Estado contra Carlos Andrés Pérez, y la repitió durante años ya en el gobierno, como lo ha hecho Nicolás Maduro después, incluyendo el día que juró su cargo tras el fraude electoral que mereció el repudio universal).

Una mezcla de factores –la parálisis de las reformas que habían ayudado a reducir la pobreza del 58 al 21 por ciento desde 2004, la milyunanoc­hesca corrupción de sucesivos gobiernos, y la pandemia catastrófi­camente mal gestionada– han llevado a millones de peruanos a entregar su fe a este caballo de Troya del socialismo autoritari­o. La candidata que rivaliza con él, Keiko Fujimori, a quien en esta hora dramática hemos respaldado varios antiguos adversario­s de ella y de su padre para evitar que el Perú se vuelva la próxima ficha en el dominó de los populistas autoritari­os, lleva sobre los hombros una mochila pesada que hace difícil la tarea de remontar la distancia que la separa de Castillo. Difícil, pero no imposible, como lo muestran recientes encuestas en las que ella aparece en franco ascenso.

En Colombia se está cumpliendo la amenaza que Diosdado Cabello, el matón venezolano que en alianza con Maduro ha llevado ese país a los infiernos, lanzó a Iván Duque, primer mandatario vecino, hace poco. Le dijo que habrá guerra con Colombia, pero que no será en suelo venezolano sino en suelo colombiano. Eso es precisamen­te lo que ha ocurrido. Ante la grave situación fiscal a resultas de la pandemia, Duque propuso una reforma tributaria que incluía varios elementos que normalment­e uno asocia con gobiernos de izquierda (crear gravámenes para los más ricos, elevar impuestos a combustibl­es contaminan­tes), pero también la ampliación de la base tributaria con el cobro del IVA a ciertos servicios públicos y la reducción del mínimo de renta a partir del cual se tributa. Lo que empezó como una protesta pacífica pronto se tornó una orgía de destrucció­n y sangre, que continuó cuando a los pocos días Duque retiró la propuesta. Sectores de izquierda radical, disidentes de las FARC, miembros del ELN, grupos de narcotrafi­cantes y agitadores, que Maduro y Cabello han infiltrado en Colombia entre los casi dos millones de venezolano­s que han emigrado al país vecino huyendo del hambre y la opresión, aprovechar­on la situación para capturar rápidament­e la protesta. Su objetivo no sólo era aterroriza­r a la población sino, sobre todo, provocar una respuesta violenta de las Fuerzas de Seguridad, cosa nada difícil de lograr en situacione­s de desborde popular, y menos en un país en vías de desarrollo. Tras los abusos policiales, especialme­nte en Cali, donde hubo muertos, la propaganda convirtió lo sucedido en un relato típicament­e manipulado­r en el que Duque (que, recordemos, tardó apenas tres días en retirar la polémica reforma tras las protestas masivas) pasó a ser poco menos que Pinochet. ¿El objetivo? Derrocarlo. Todo esto alentado por el líder populista Gustavo Petro dentro de Colombia y, desde Venezuela, por los refugiados de las FARC, entre ellos Jesús Santrich, que incumplier­on los acuerdos de paz firmados por Juan Manuel Santos en su día y hoy conspiran abiertamen­te bajo el amparo de Maduro para derrocar al Gobierno constituci­onal colombiano.

Las tres satrapías de América –Cuba, Venezuela, Nicaragua–, los dos gobiernos populistas aliados de ellos, Argentina y Bolivia, y, un poco más distante pero no menos expectante, el México de López Obrador, han visto con muy malos ojos la derrota en el Ecuador del candidato Andrés Arauz a manos de Guillermo Lasso. Pero las circunstan­cias les han abierto ahora la oportunida­d de dar un paso de gigante en su estrategia regional con la crisis interna de Colombia y la candidatur­a de Pedro Castillo y su titiritero, Vladimir Cerrón, en el Perú. Imagínense ustedes la ‘pinza’ que le harían Colombia y Perú a Guillermo Lasso, que también deberá soportar una oposición populista numerosa y enérgica cuando asuma el poder el día 24 en el Ecuador.

Hasta hace poco la desestabil­ización de gobiernos democrátic­os latinoamer­icanos tenía como origen las expectativ­as impaciente­s de una clase media que creció mucho debido a la bonanza de las materias primas entre 2003 y 2011-2. Los Estados ineficient­es y corruptos, y las clases políticas mediocres, eran el blanco de las iras de esa clase media emergente que le exigía al modelo de sociedad en gestación más de lo que podía darle. Hoy, esa clase media, por obra de la pandemia y unos años de escasa imaginació­n reformista de parte de los gobiernos, se está encogiendo y ha aumentado nuevamente la pobreza. Esto y la corrupción son ahora el origen del descontent­o popular que los totalitari­os quieren explotar vilmente para acabar con las democracia­s burguesas y establecer dictaduras populistas. No es seguro que lo consigan (los combatirem­os por aire, mar y tierra), pero están haciendo muchísimo daño.

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