Veraneo en familia para niños y adolescentes de acogida
► El programa ‘Vacaciones en familia’ responde a un deseo solidario de ofrecer a un menor una experiencia estival en un entorno hogareño
Ni el coronavirus puede con las ganas de las familias de acoger a un menor protegido durante las vacaciones. De hecho, y pese a la pandemia, las solicitudes se acumulan sobre la mesa de Carmen Yeves, coordinadora técnica de la unidad de Acogimiento Familiar de la Comunidad de Madrid y responsable de la selección de las personas que abrirán sus hogares a estos niños el próximo verano. «Lo único que el Covid sí ha cambiado es que las charlas formativas que eran presenciales ahora se realizan en formato online, algunas entrevistas se hacen incluso por WhatsApp y todo el papeleo se lleva a cabo de forma telemática», reconoce Carmen Yeves.
Temporal
El objetivo del programa ‘Vacaciones en familia’, explica, «consiste en ofrecer un ambiente de convivencia familiar de seguridad y afecto a los niños y adolescentes que residen en un centro y no pueden pasar las vacaciones con su familia de origen». Lo que sí hay que remarcar, prosigue la coordinadora de este servicio, es que se trata de algo temporal, pues se realiza durante el periodo de vacaciones estivales que elija la familia, que puede ir desde los 15 días a los dos meses. «Debemos tener en cuenta que es un programa de unos días y que no hay mayores expectativas que disfrutar de las vacaciones, que no es poco». Y que, por supuesto, es voluntario y no retribuido. «No es remunerado y debe responder a un deseo solidario y desinteresado de ofrecer al niño una experiencia vacacional en un entorno familiar», remarca.
Una experiencia diferente
Por tanto, el tipo de familias participantes que se busca «es muy abierto, ni siquiera hace falta que tengan hijos propios, eso nos da lo mismo». Lo que sí se pide, matiza, «es que puedan ofrecer al niño o adolescente una experiencia familiar diferente a lo que supone vivir en una residencia, y que para ello dispongan de un entorno relacional amplio, tanto de adultos como de menores con los que puedan realizar actividades propias de la edad del niño que se les asigna, que suele coincidir con la que ellos solicitan. También que disfruten de un entorno espacial, si no diferente, sí variado». Para eso, prosigue, «pedimos conocer el planteamiento inicial de verano que nos permita en un momento dado orientar a los participantes y poder decírselo también a los chavales asignados».
«Se buscan familias con criterios educativos adecuados y flexibles, es decir, sentido común»
Los niños participantes en esta iniciativa no presentan dificultades de comportamiento ni de adaptacion
Flexibilidad
Otra de las características de las familias participantes es que tengan criterios educativos adecuados y flexibles. «Es decir, sentido común. Pero además se les recuerda que los niños necesitan límites. No es una cuestión de tener un invitado de piedra al que hay que tratar a cuerpo de rey. Hay familias que me preguntan si les pueden comprar cosas. Sí, las mismas que consideras adecuado
comprar a tu propio hijo: un helado en el paseo marítimo, una camiseta en un puesto de la calle… Pero no una tablet, ni un móvil. Los niños de las residencias tienen todo lo material que necesitan, lo que buscamos es una experiencia familiar. ¿Que hoy teníamos programado comer paella en la terraza de casa, pero nos invita un amigo a hacer una excursión? Pues improvisamos».
Oportunidad de oro
Esa naturalidad o esa espontaneidad, aclara la coordinadora de la unidad de Acogimiento Familiar, «en la residencia no ocurre porque está todo muy medido y calibrado, que es lo que, por otra parte, tiene que ser para que los menores adquieran seguridad. Por eso lo que buscamos con este programa es que vivan esa fluidez de las cosas, tanto en las relaciones humanas como en lo que hacemos o dejamos de hacer. Es una oportunidad de oro para que aprendan que a veces no pasa nada porque no se cumplan a rajatabla los calendarios establecidos y que en las familias hay otro tipo de contención: hay cariño, respeto, atención y límites, pero donde lo cotidiano es libre. Y esa experiencia es fundamental para ellos».
La edad de los participantes va desde los 6 a los 18 años, y la media está comprendida entre los 10 y los 12. «Muchas personas piensan –reflexiona Yeves– que todos los menores de residencias tienen que salir. No, es solo si quieren o pueden, que es una cosa muy distinta. Hay niños que no están en disposición o disponibilidad de salir con otras familias porque no se lo permiten a ellos mismos y esto no es un programa que se imponga. Todo el mundo tiene que participar de una forma consentida», aclara.
Si hay hijos biológicos
También los hijos propios de la familia que acoge en verano tienen que querer participar. «Que le hagan un hueco a ese niño que invitamos es la única forma de que esta experiencia de verano sea un éxito. Hay que tener en cuenta que las familias son libres de presentar la solicitud, de acudir a las charlas informativas que realizamos y de decir si siguen adelante o no, pero a los hijos les viene dado. Es importantísimo contar con ellos porque es el periodo estival de toda la familia, y somos muy conscientes de que solo se tienen vacaciones una vez al año. Aunque también es verdad que la mayor parte de las familias lo hablan previamente entre ellos y todos están muy contentos», concluye.