Diez años después, el 15-M sigue buscando la obra maestra de los indignados
Los filósofos Ernesto Castro y Fernando Castro Flórez revisan el poso cultural del movimiento
MADRID
«¿Cuál es el gran cuadro o la gran novela de la Revolución Francesa diez años después? ¿Y de Mayo del 68? ¿Y de la Revolución Norteamericana?». Ernesto Castro (Madrid, 1990) lanza estas preguntas cuando se le plantea que, diez años después del 15-M, no hay ninguna gran obra que encarne el levantamiento de la juventud española que en forma de acampada reclamó otra manera de hacer política. «La cultura va a una velocidad distinta de la política», reflexiona el filósofo y ensayista, que acaba de publicar ‘Memorias y libelos del 15-M’ (Akal), una crónica íntima y crítica de sus años de indignación.
Pero sí, dice, la agitación política de esta última década bebe del 15-M igual que lo hace la cultura. Desde las artes plásticas hasta la música o la literatura. En el ámbito del arte son muchas las exposiciones que han intentado retratar el espíritu del 15-M, como la Bienal de Berlín o ‘Playgrounds’ en el Reina
Sofía. La propia acampada fue una exposición en sí misma. En la música es el trap el que debe su origen al 15-M: «Es lo opuesto a la acampada, con el lema de la bolsa o la vida, pero es la metamúsica de la crisis política y económica». ¿Y en la literatura? «‘Lectura fácil’, de Cristina Morales, sería impensable sin el 15-M».
Castro responde a través de una videoconferencia a la que también se ha conectado Fernando Castro Flórez (1964, Plasencia), filósofo y crítico de arte. ¿Los acontecimientos históricos se sedimentan en una obra genial?, se pregunta Castro Flórez. «Tiene mucho que ver con la idea de que la Guerra Civil se sintetiza en el ‘Guernica’, que es una invención a posteriori. De la Movida madrileña, el otro gran acontecimiento cultural ocurrido desde los ochenta, tampoco podríamos decir cuál es la obra que la defina». Hoy vemos el 15-M más como una meseta que como una cordillera, señala Castro Flórez: «No tenemos el Everest del 15-M, pero sí un montón de ramificaciones. El hecho de que sean prácticas más recónditas o menos genialoides les dota también de intensidad. La labor del analista cultural es detectar pequeños terremotos». Y hace diez años se activaron muchos.
Padre e hijo coinciden en un diálogo intergeneracional con más puntos en común que desencuentros: la primera consecuencia del movimiento fue su repercusión mediática. «Esas portadas son parte del magma simbólico del 15-M», reflexiona Fernando Castro. Ernesto lo lleva al terreno de las nuevas tecnologías: «Fue un movimiento transformador que tuvo lugar en el contexto del desarrollo de los medios de comunicación digitales, y por ese motivo su encarnación primera fueron un montón de páginas wikis, tuits y también arte efímero con su interés. Igual que en la Revolución Francesa se publicaban octavillas o periódicos. Los textos de Stendhal o Chateaubriand llegaron décadas después».
Hay muchos hilos de los que tirar para entender qué ha quedado de aquella explosión de optimismo juvenil. Ernesto Castro apunta al movimiento neorruralista, «la contra del carácter urbanita del 15-M». Se refiere a la reivindicación de lo rural que han propiciado obras como ‘La España vacía’, de Sergio del Molino, o ‘Panza de burro’, de Andrea Abreu. Otra consecuencia es la ola feminista: «Ha habido una transformación de arriba abajo. Si se compara la foto de la Generación Nocilla con la de la millennial, se ve que antes eran todos hombres y ahora todas son mujeres».
Cómic y ensayo
Y sin abandonar la literatura, la escritura del yo: «Uno de los grandes aciertos del 15-M fue que cada uno hablara en primera persona, sin ser portavoz de nadie. La autoficción es un género muy asequible para este tipo de reconstrucciones históricas», aborda Ernesto Castro. «Sí que hay algo victimista, casi un comportamiento llorica a lo Calimero –concede Fernando Castro–. A mí lo que me interesó mucho fueron los cómics, la cantidad de gente que hizo novela gráfica». El 15-M fue también un fenómeno que generó muchísimo ensayo. «Los profesores universitarios que estaban atornillados en sus butacas se hicieron indignados, igual que muchos profesores se hicieron posmodernos cuando llegó la posmodernidad. No es una herencia pequeña. A menudo suceden cosas que no tienen mayor trascendencia. Yo no quiero culturizar el 15M, pero sus consecuencias narrativas o filosóficas van a ser mucho más prolongados que las políticas –afirma Castro Flórez–. La capitalización política del 15-M ya sabemos dónde ha llegado».
En efecto, el décimo aniversario del 15-M coincide con el tijeretazo de Pablo Iglesias. ¿Supone su retirada de la política el fin de la concepción de la política como una serie de televisión? «Evidentemente, no», responde Ernesto Castro. «Ese tipo de esquema épico en sucesivas entregas –las elecciones– va a mantenerse. Tan peliculera es Ayuso como Iglesias». Curiosamente, el 15-M surgió cuando la edad de oro de las series declinaba. Todo lo que vino después encogió por acumulación. ¿Igual que la nueva política?
El diálogo político tiene más que ver con ‘reality show’ que con las series, apunta Fernando Castro. «Estar gobernado desde ‘Sálvame’ es muy chungo. Yo prefiero que me gobiernen pensando en ‘Los Soprano’, aunque esa concepción de que la política era una continuación de ‘Juego de tronos’ por otros medios era algo bastante naíf y disparatado». En realidad, apunta, la política de los últimos tiempos ha sido tertulianismo puro y duro: «El único que no era tertuliano es Pedro Sánchez. Este no recomienda series ni nada. Iglesias sí que ha interpretado muy bien el maquiavelismo político a través de series y películas. Su vida se podría titular: ‘El hombre que pudo reinar’. Pero sabía que el invierno llegaba…».
«15-M: Una década para la desilusión» [Pág. 18]