ABC (Nacional)

La alambrada

Somos David pero preferimos sentirnos palestinos

- SALVADOR SOSTRES

Una vez más no somos capaces de comprender que el Estado de Israel es la última frontera del mundo. Todos somos David y sus aviones y sus tanques son la Civilizaci­ón y con ellos avanza y no retrocede la libertad. Una vez más, cuando el pueblo de Dios, que es el pueblo de la vida, está siendo atacado, le negamos desde Europa el derecho de defenderse, que es el derecho de existir. Nunca dejamos de encender hornos, siempre nos pareció cara la libertad, la tentación de apaciguar el mal, de convivir con él, de decir que es diversidad. Y sólo Churchill –«un aventurero que la guerra convirtió en estadista», Valentí Puig– desafió nuestra dejadez y nuestra pereza y se lanzó a la casi segura muerte de no cesar hasta erradicarl­o. «Si hoy alguien nos pidiera sangre, sudor y lágrimas –Valentí ‘again’– quizá las piernas nos temblaban demasiado». Y nos tiemblan demasiado en la infame equidistan­cia, en la criminaliz­ación de Israel por ser judía y de los judíos por vivir en el imposible equilibrio del hilo directo con Dios. Somos David pero preferimos sentirnos palestinos y nos cuesta menos identifica­rnos con el asesino de baja estofa, con el terrorista disfrazado de desheredad­o, que con la exigencia de defender al Hombre con todos los atributos, la verdad presente y heredada de su Ejército que es nuestro ejército y el gran dique de contención contra la barbarie. No deseamos ni provocamos la confrontac­ión con el Mal, pero medimos nuestra humanidad cuando esta confrontac­ión llega. La guerra que estos días estamos librando es contra una banda terrorista que no tiene otra misión que la de borrar a Israel del mapa. Cada ataque a los judíos y a su Estado contiene los que vinieron antes. Cada odio se alimenta de las persecucio­nes de todos los siglos. Nunca dejó de tensarse la alambrada de Auschwitz y ni ante los clamorosos atentados que Israel ha sufrido en estas semanas, el mundo libre que gracias a Israel pervive ha sido capaz de mostrar ninguna piedad, ningún reconocimi­ento, ninguna ternura. Una mezcla de indiferenc­ia, cinismo y crueldad continúa siendo nuestra misma vieja respuesta desde que los perseguido­res fuimos nosotros. Y aún nos acompaña aquel atroz fantasma.

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