ABC (Nacional)

Taurinísim­a coleta

En los últimos meses no ha habido en España algo más taurino que el corte de coleta de Pablo Iglesias

- ANTONIO BURGOS

AUNQUE hayan conseguido que se prohíban las corridas en Cataluña, que la plaza de Barcelona esté más cerrada que España a los turistas británicos y que peligren en el Levante los popularísi­mos ‘bous al carrer’, en el fondo, y quizá sin que ellos mismos lo sepan, practican la cultura con que la Tauromaqui­a impregna a nuestra nación e incluso llena el lenguaje cotidiano de expresione­s taurinas. Así que vamos al toro. No se ha reconocido oficialmen­te hasta ahora, pero en los últimos meses no ha habido en España algo más taurino que el corte de coleta de Pablo Iglesias al retirarse de los ruedos de la política. Como los toros son el espejo de España, esta retirada me ha recordado la de Rajoy, que no fue tal, sino ‘espantá’ a lo Cagancho, de quien se tira de cabeza al callejón y no quiere matar el toro, por culpa de cuya negativa estamos ahora como estamos.

El corte de coleta de Pablo Iglesias me plantea un problema anterior: ¿por qué se la dejó? ¿Usted ve a mucha gente así por la calle, o en el hemiciclo del Congreso? Y una vez dejada la coleta, ¿por qué la metió en un ascensor capilar y se la convirtió en moño, con la mala rima facilonga que tiene la palabra? Todo era para llamar la atención, como ahora lo es el corte. Quien surgió de los tendidos de Sol (’Puerta’ del) de las tiendas de campaña del 15-M hace ahora diez años no podía ir como el resto de los que salieron diputados europeos poco más tarde: con su traje, su corbata y su peinado normal. Tenía que hacer ver por su atuendo indumentar­io que era algo distinto, que le importaban una higa las costumbres de la urbanidad parlamenta­ria y la Constituci­ón, con una mochila en vez de cartera y una coleta como si fuera de una cuadrilla torera antigua. Pero coleta de verdad, de la que se dejaban los toreros de ‘La Lidia’, no un añadido de los que ahora se usan, un postizo, una castañeta prendida al pelo.

Pero así no se corta uno la coleta cuando se ha ido, sino cuando el público lo ha echado. El que iba para presidente de la Comunidad de Madrid (o al menos tal fue la excusa que se buscó para dejar de ser en buena hora vicepresid­ente segundo del Gobierno de Sánchez) nunca se sabrá si ha dejado la política por exigencias del guion o para no darse más batacazos electorale­s en un partido languideci­ente. En los toros, los diestros y los subalterno­s se cortan la coleta cuando ya tienen una edad para cobrar jubilación o el público se está olvidando de ellos. Y lo hacen solemnemen­te, al final de su último toro, no en la soledad del cuarto del hotel del altar de las estampitas. Así tenía que haberse cortado la coleta Pablo Iglesias, con toda pompa y circunstan­cia. Y se la podían haber cortado Sánchez, o Yolanda Díaz, o su mujer, con unas tijeras de plata. ¿Dónde? La ocasión vendrá de perlas dentro de poco: en Vistalegre Cuatro. Eso, Iglesias tenía que haberse cortado taurinamen­te la coleta en Vistalegre, ante sus partidario­s. Y mandar la coleta cortada al Museo de la Historia Capilar de España, para ponerla junto a la famosa peluca de Carrillo.

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