Matar al padre
Son asintomáticos y, al fin de semana siguiente, están en plena forma
En mi lejana etapa estudiantil, un compañero –más ávido lector que yo– me pasó un libro de relatos de Ambrose Bierce. Abrí el libro al azar, y me encontré con estas diez palabras que contenía uno de los relatos: «No tuve más remedio que matar a mi padre». Me dejó deslumbrado. El parricidio hasta entonces era para mí un asunto de ambiciones dinásticas, argumento para tragedias griegas o, más recientemente, una de las muchas estanterías del subconsciente señalado por Freud. Pero, de repente, se trataba de algo que podía formar parte de la vida cotidiana –una elección, como señalar el lugar de vacaciones o romper con la pareja– y, además, ese imperativo le proporcionaba una especie de compromiso ineludible. Como diría un tertuliano contemporáneo: «mató a su padre, como no podía ser de otra manera». El descubrimiento de ‘El club de los parricidas’ me convirtió en un admirador de Bierce, cuyo enigmático final está a la altura de su obra y de su pintoresca vida.
Hoy, en este mes de mayo del siglo XXI, se podía formar en España un club de parricidas de jóvenes de ambos sexos, entre los dieciséis y los treinta y tantos años, y digo treinta y tantos porque ignoro dónde concluye la aduana que pone límite a la denominada edad juvenil. Estos jóvenes, concluida la alarma, salen de marcha nocturna, y bien en una casa particular, en un establecimiento autorizado o al aire libre, bajo la liturgia del botellón, en todos los casos incumplen la distancia social, la obligación de llevar la mascarilla, y gritan, se besan, se abrazan y se contagian del Covid19. No pasa nada, porque son asintomáticos y, al fin de semana siguiente, están en plena forma para repetir las reuniones. El único inconveniente es que como estos jóvenes viven en casa de sus padres, y conviven con ellos, les contagian. Y sus padres enferman, y algunos mueren.
No es una especulación particular, sino una observación de los médicos que siguen al pie de las camas de los hospitales. Técnicamente podría denominarse parricidio por imprudencia, pero es una manera de matar a los padres, que nunca se le ocurrió a Ambrose Bierce, y mira que se le ocurrían cosas.