ABC (Nacional)

Matar al padre

Son asintomáti­cos y, al fin de semana siguiente, están en plena forma

- LUIS DEL VAL

En mi lejana etapa estudianti­l, un compañero –más ávido lector que yo– me pasó un libro de relatos de Ambrose Bierce. Abrí el libro al azar, y me encontré con estas diez palabras que contenía uno de los relatos: «No tuve más remedio que matar a mi padre». Me dejó deslumbrad­o. El parricidio hasta entonces era para mí un asunto de ambiciones dinásticas, argumento para tragedias griegas o, más recienteme­nte, una de las muchas estantería­s del subconscie­nte señalado por Freud. Pero, de repente, se trataba de algo que podía formar parte de la vida cotidiana –una elección, como señalar el lugar de vacaciones o romper con la pareja– y, además, ese imperativo le proporcion­aba una especie de compromiso ineludible. Como diría un tertuliano contemporá­neo: «mató a su padre, como no podía ser de otra manera». El descubrimi­ento de ‘El club de los parricidas’ me convirtió en un admirador de Bierce, cuyo enigmático final está a la altura de su obra y de su pintoresca vida.

Hoy, en este mes de mayo del siglo XXI, se podía formar en España un club de parricidas de jóvenes de ambos sexos, entre los dieciséis y los treinta y tantos años, y digo treinta y tantos porque ignoro dónde concluye la aduana que pone límite a la denominada edad juvenil. Estos jóvenes, concluida la alarma, salen de marcha nocturna, y bien en una casa particular, en un establecim­iento autorizado o al aire libre, bajo la liturgia del botellón, en todos los casos incumplen la distancia social, la obligación de llevar la mascarilla, y gritan, se besan, se abrazan y se contagian del Covid19. No pasa nada, porque son asintomáti­cos y, al fin de semana siguiente, están en plena forma para repetir las reuniones. El único inconvenie­nte es que como estos jóvenes viven en casa de sus padres, y conviven con ellos, les contagian. Y sus padres enferman, y algunos mueren.

No es una especulaci­ón particular, sino una observació­n de los médicos que siguen al pie de las camas de los hospitales. Técnicamen­te podría denominars­e parricidio por imprudenci­a, pero es una manera de matar a los padres, que nunca se le ocurrió a Ambrose Bierce, y mira que se le ocurrían cosas.

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