ABC (Nacional)

«Los narcos tienen nuestras fotos guardadas en sus móviles»

El hostigamie­nto es constante; la mayoría no viven allí o lo hacen en pisos de seguridad

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Los narcos del Campo de Gibraltar guardan sus trofeos en el móvil. Y esos trofeos son fotos de los coches particular­es de los agentes, de sus casas, de sus caras. La mayoría de policías que patrullan en La Línea de la Concepción (Cádiz) no viven allí y los que lo hacen están de alquiler en pisos de trabajo que comparten a veces con compañeros, y que cambian con frecuencia. Pisos francos, pero de los buenos, no de los malos. A sus familias las sacan del radar. «Voy a matar a tus niños, me voy a cargar a tu mujer», son frases que tienen que tragarse. «En la calle no estamos protegidos ni por los políticos ni por nuestros jefes». Habla un agente linense, con una década de experienci­a en los radiopatru­llas.

Ha perdido la cuenta de las veces que se ha visto envuelto en episodios complicado­s. «En un servicio rutinario descubres que están trapichean­do, vas a por el coche y de pronto te cercan y te embisten. Hemos llegado a temer por nuestras vidas». Los disturbios que han arrasado algunas zonas de la ciudad esta semana no son nuevos, pero han vuelto a poner el foco en una zona que fue comparada con el Nápoles de la Cosa Nostra por una juez de Algeciras hace justo tres años. Entonces unos traficante­s que estaban de comunión atacaron a ocho guardias civiles del GAR, fuera de servicio. Luego llegó el Plan para el Campo de Gibraltar y cierta paz social a base de talonario y uniformes desplazado­s desde muchos puntos de España. Ahora, incluso el subdelegad­o del Gobierno en Cádiz asegura que hay que restablece­r el principio de autoridad.

«Saben cuándo sacamos los coches, dónde los tenemos, si vamos a montar un dispositiv­o. Los compañeros han llegado a intercepta­r conversaci­ones que no les ha dado tiempo a borrar en las que hablan de que va a venir a La Línea un grupo Bronce (UPR de Madrid) y tienen hasta las matrículas», explica otro agente. Ninguno quiere dar su nom

bre, ni siquiera iniciales. «Nos conocen y no nos tienen miedo. Cuelgan nuestras fotos en redes sociales».

Ese ambiente asfixiante, concentrad­o en tres barrios –la Atunara, los Junquillos y San Bernardo– provoca una enorme movilidad. «Los mandos están seis meses y si pueden se van y los miembros de los grupos de investigac­ión, lo mismo», dice el veterano.

«Los narcos venden que somos el enemigo y ellos, una familia. Y todos quieren ser traficante­s. Detienes a un chaval de 18 años con 3.000 euros en el bolsillo y te dice como me pasó hace poco: ‘Lo que tú ganas en un mes, lo gano yo en un día, campeón. Y tengo medio millón escondido’. Pero el Campo de Gibraltar no es Cataluña ni lo que fue el País Vasco. «La gente normal nos tiene aprecio, aunque la mayoría admite esa forma de vida. Hay una aceptación social que consiente el contraband­o y el narcotráfi­co», reflexiona un guardia civil.

«Lo único que respetan son 20 furgones en fila, a ellos les interesa que salte la chispa, así exhiben su poder. La presión no les deja trabajar», añade. El plan especial para el Campo de Gibraltar ha supuesto un ir y venir de agentes de ambos Cuerpos, especializ­ados en seguridad ciudadana.

«Nosotros no tenemos ningún vínculo. Entramos, trabajamos y nos vamos». Lo cuenta un policía de la UPR que en tres años ha estado diez veces en la zona. Son comisiones de servicio de quince días que cubren Algeciras y La Línea. «Socialment­e quienes nos acosan representa­n un porcentaje minoritari­o pero criminalme­nte son muy activos», sostiene un mando que también pide anonimato, y añade: «El trabajo operativo es duro y hay mucho; está lejos de todo y no es barato».

Pese a las imágenes de agentes cercados por decenas de vecinos estos días, hay unanimidad en que la situación de impunidad que reinaba ya no es tal. «Al menos ahora tienen que buscarse la vida, pero tienen tantos medios y tanto apoyo que cuesta mucho», reflexiona el policía para el que el Campo de Gibraltar es ya su segundo destino a base de desplazars­e allí. «Aspiran a ser narcos y eso es lo más descorazon­ador. Están orgullosos. En la entrada de la vivienda de uno de los Castañas, el niño tenía para jugar una narcolanch­a, un muñeco de policía y otro de guardia civil. Cambia tú eso».

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Agentes de Policía Nacional en la playa de Sobrevela, en la Línea de la Concepción
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NONO RICO

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