ABC (Nacional)

El jefe policial israelí denuncia a los grupos ultranacio­nalistas

- M AYESTARAN JERUSALÉN

En el momento en el que se producen las mayores protestas de palestinos de Israel desde el segundo levantamie­nto del año 2000, el único que ha empleado la palabra ‘Intifada’ ha sido el jefe de la Policía de Israel para acusar al líder ultranacio­nalista sionista Itamar Ben Gvir de encender las llamas para una ‘intifada interna’ y alentar los choques entre judíos y árabes. Los seguidores de Ben Gvir y del resto de grupos que forman el partido Sionismo Religioso, que obtuvo seis escaños en las últimas elecciones, se han echado a las calles al grito de ‘muerte a los árabes’ y cada noche visitan ciudades mixtas del país como Lod, Acre, Yafa o Haifa. Desde entonces miembros de las dos comunidade­s han matado, apaleado, quemado negocios, coches, casas, sinagogas… y medios como Ynet llegaron a titular que «Israel está fuera de control». Hay un ciudadano árabe muerto, decenas de heridos y cientos de detenidos.

«Los colonos llevan años trabajando en estas ciudades para garantizar que el carácter judío es el dominante, están bien organizado­s, armados y tienen dinero, gracias al apoyo exterior. Su planteamie­nto aquí y en Cisjordani­a es el mismo: no hay sitio para quien no sea judío», lamenta Nadim Nashif, que sufre el terror en primera persona en Haifa y alerta del riesgo de «guerra civil porque en lugares como Yafa los radicales ya se han desplegado como milicias y lo peor de todo es que la Policía les protege, no hace nada para pararles». El alcalde de Lod, donde han matado a un vecino árabe, han quemado cinco sinagogas y se ha tenido que decretar el estado de emergencia, usa la misma expresión para definir la situación: guerra civil.

El desalojo de cuatro familias palestinas de Sheikh Jarrah, barrio del Este de Jerusalén, y los dos asaltos policiales a Al Aqsa en pleno ramadán encendiero­n los ánimos de los palestinos de Israel y comenzaron a movilizars­e. Además de la respuesta policial, se encontraro­n con la llegada de los ultranacio­nalistas y los choques no tardaron en estallar.

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