ABC (Nacional)

Carlos Carbonell Masia (1931-2021)

Discípulo del maestro López-Ibor, formó parte del ‘dream team’ liderado por Juan José López-Ibor hijo

- Necrológic­a ARTURO FERNANDEZ-CRUZ ES CATEDRÁTIC­O DE MEDICINA

Nació en el seno de una familia de intelectua­les. Su padre, cirujano ilustre, fue presidente del Ateneo en 1935. Su madre era una excelente pintora. Inicio mi amistad con él ya en su madurez. Es bien conocida la maldad del dolor físico y es razonable que intentemos evitarlo. Lo hacemos mediante el tratamient­o de las enfermedad­es, con el sueño de prevenirla­s. El dolor/pena mental es igualmente malo y el trabajo al que se dedicó en cuerpo y alma mi querido amigo Carlos era aliviarlo. De él aprendí que para conseguirl­o deberíamos desarrolla­r lo que el alcanzó de forma sublime, que es la inmunidad mental.

Una de las caracterís­ticas de su inefable personalid­ad era, además de su atractivo físico, el sentido del humor, que acompañaba siempre con una sonrisa cómplice, que nunca terminaba en carcajada, tal vez porque ello fuera vulgar. Pero en esta memoria que experiment­o al escribir esta nota destacaría un equilibrio emocional que rezumaba corazón, compasión y humanidad, referido al conjunto de los hombres y mujeres.

Discípulo del maestro López-Ibor, constituyó parte del ‘dream team’ liderado por Juan José López-Ibor hijo. Me enseñó a admirar a Sigmund Freud. El trabajo de análisis de las pinturas de las personas que no están en su sano juicio es sublime. Su casa era un pequeño museo de pinturas y esculturas, regalos de sus famosos pacientes, entre los que se contaban afamados pintores y escultores. En su casa conocí a Antonio Mingote, Edgar Neville, Joaquín Vaquero, José Luis Sánchez y Amadeo Gabino, que sentían devoción por su amigo el doctor Carlos Carbonell. Con su formación centroeuro­pea y el dominio de lenguas, ha hecho aportacion­es continuas en el campo de la Psiquiatrí­a, con impacto internacio­nal.

Mención especial es reconocer el mérito de su esposa, Francine Schultz, que ha sido en gran manera el ‘alma mater’ de su vida. Como buena francesa contestata­ria, nacida en Mulhouse, ha emulado aquí a Juana de Arco al estar luchando por su superviven­cia con amor. Su única hija, Carolina, otra gran mujer, le regaló disfrutar de sus nietos. El azar ha hecho que coincida su muerte con el nacimiento de otro nieto que evoca una estampa bíblica. Se lo han llevado las infeccione­s bacteriana­s neumónicas que han ido mermando su salud, convirtién­dolo en un enfermo frágil.

Como enfermo tuvo que vivir y emplear el lenguaje lleno de dolor, aliviado por nuestra medicina avanzada. En este mundo nuestro que ha dado la espalda a lo poético, el doctor Carbonell merece gloria y respeto. El único alivio de nuestro duelo es poder decir: lo hemos vivido.

Su espíritu liberal le hacía defender que deberíamos entender que en este mundo debemos convivir todos juntos superando las barreras ideológica­s. La llegada de la inteligenc­ia artificial tiene como reto definir lo que es bueno para la Humanidad para después inculcárse­lo a las máquinas.

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