El descargo feliz de Valverde
▶ El uruguayo, callado desde su agresión a Baena, recibe el apoyo de la grada y responde con un partidazo
Era noche de fiesta en el Bernabéu, vestido de tiros largos para recibir de nuevo a la Champions. La niña de sus ojos, que cada vez que aparece por Chamartín vive el mismo cortejo. Recibimiento colosal al equipo en los aledaños, ambiente festivo en las gradas y apoyo incondicional a los jugadores. Entre ellos, el público blanco se acordó ayer especialmente de Valverde, envuelto en una tormenta inesperada que él mismo desató con un puñetazo a destiempo en el rostro de Baena el pasado domingo. Una acción que le persigue desde entonces y que lo hará mientras dure la investigación que ya está en manos de la Policía. El uruguayo, mudo desde hace siete días, habló ayer en el campo, arropado por sus compañeros y por la afición madridista.
Ya en el calentamiento se pudo ver cómo el centrocampista era el foco de atención. Carantoña de Carvajal; palmadita de Kroos. Su rostro, distendido, reflejaba a la vez cierta preocupación. Cosas del momento, quizá. Porque enfrente esperaba un Chelsea que parecía menos por sus últimos resultados, pero que escondía once diamantes en su once titular. De ahí la concentración del uruguayo, que apareció minutos después con un rictus similar en el túnel de vestuarios. Se saludaba Courtois con todo el mundo, como si hubiera salido del Chelsea anteayer y no hace cinco años. Arrumacos que desaparecieron cuando salieron al césped. Fue entonces, pasada la parafernalia de la Champions, cuando el Bernabéu se entregó a Valverde y Valverde al Bernabéu. Amor recíproco. Amor eterno.
Emocionante ovación
Fue un grito unánime de apoyo al uruguayo, al que le asomó una lagrimilla de esas que no terminan de salir, pero que están ahí. Una mano en el corazón y otra al cielo del estadio (que en nada será techo, avanzadísimas las obras, por cierto). Agradecimiento que sella una alianza de por vida, si no existía ya.
La polémica de la semana ya traía encorajinado a Valverde, al que la ovación le regaló otro corazón. Y eso, en un tipo que llega al minuto 90 silbando, es una barbaridad. Con Rodrygo en el once, ejerció de guardaespaldas para Kroos y Modric, que hacía tiempo que no vivían tan relajados. Demasiado confiados por momentos, con algún error de bulto que pudo costarle un disgusto al Madrid en el inicio. No falló Courtois, que pocas veces lo hace cuando el partido brilla como el de anoche.
Lampard, que pobló el centro del campo para torpedear la creación, no contó con la versión superlativa de Valverde, omnipresente en la recuperación. Preciso en el pase. Algo errático en el lanzamiento. Se entiende así a la perfección la jugada que protagonizó al cuarto de hora, con los blancos ya volcados en busca del gol. Robo por anticipación –el enésimo para él–, potencia para alcanzar la frontal y disparo desviado. Se hubiera caído el Bernabéu. La repitió cuando agonizaba la primera mitad, y esta vez midió mejor su lanzamiento. Tanto, que resultó sencillo para Kepa.
Con la mirilla desajustada, se centró en perseguir la pelota y atraerla como un imán. Efecto que se potencia en sus piernas a medida que avanza el reloj. Porque cuando la mayoría empieza a desfallecer, a él le sobran pulmones. Kilómetros que no le borraron la sonrisa al final del encuentro, liberado de la tensión acumulada. Feliz por haber acercado un pedazo de la Champions al Bernabéu.