SIN RASTRO DE RAMÓN Y ROSARIO TRAS ABANDONAR A SUS TRES HIJOS
Un chófer dejó a los niños en una estación de tren en Barcelona hace 40 años. El mayor hablaba francés y algo de español. Decía que vivían en París, pero ninguno recordaba el nombre de sus padres. Nadie los reclamó. Ya conocen a parte de su familia pero aún no saben qué ocurrió con sus progenitores
Era mayo de 1973 y la Policía seguía la pista de unos cacos que habían perpetrado decenas de golpes entre Andalucía y Portugal. Entre ellos, la sustracción de 700.000 pesetas en joyas. Los sorprendieron cuando robaban en un piso de Granada y uno de los detenidos fue Ramón Martos, que entonces tenía 25 años.
Medio siglo después y a 900 kilómetros de distancia, Elvira despliega sobre la mesa de su salón la página de ABC que recoge la información. También fotos de su infancia: sus dos hermanos ante la puerta de un Jaguar verde, jugando en un columpio, o la de ella en un carrito, aún con pocos meses, en una terraza desde la que se divisa una playa. Para poder verlas ha tenido que esperar casi 40 años. También para saber que Ramón Martos es su padre biológico. Hasta hace poco, la única instantánea que tenía de su niñez era la que le hicieron tras ingresar en un centro de acogida de Barcelona cuando, en abril de 1984, la encontraron junto a sus hermanos, Ramón y Ricard, en la Estación de Francia. Los habían abandonado y no recordaban el nombre de sus progenitores.
Tenían 2 ( Elvira), 5 ( Ricard) y 6 años (Ramón). Nadie los reclamó y todavía hoy se pregunta cuáles fueron las «gestiones» de las autoridades para tratar de localizar a su familia. El informe policial –una carilla y media–, sólo detalla que un agente francés se desplazó hasta la capital catalana. Tal como vino, se marchó. El documento no lo identifica. Tampoco a quien lo elaboró. Según el testimonio de Ramón, que hablaba francés y un poco de castellano, un tal «Tenis o Denis» los había dejado en la estación de tren. Hasta allí los trasladó en un Mercedes blanco y ya no volvió. Según su relato, vivían en París, pero no sabía dónde. Tampoco llevaban encima ningún documento.
Sólo un cartel manuscrito, que aún conserva Elvira, junto a la citada foto, alertó sobre su situación. «¿Los conoces? Se necesita información de estos niños», rezaba el texto, junto a una tarjeta de contacto de la Dirección de Atención a la Infancia y la Adolescencia (Dgaia) de la Generalitat.
Fue precisamente ese cartel el que llevó a una pareja a adoptar a los hermanos. Cuando Marisa, psicopedagoga, lo vio, llamó a su marido. «Le propuso acogernos, él dijo que sí y así fue», recuerda Elvira. Se convirtieron de repente en padres de tres. «Nos sentaba en la cama, uno al lado de otro, para ponernos los calcetines. Cuando llegaba al último, el primero ya se los había quitado», ríe.
No hubo tabúes ni un «momento concreto» para contarles que eran adoptados. Fue algo que se trató con naturalidad y de lo que eran conscientes. Marisa les animabamaba para que buscasen sus orígenes,s, pero ningu-ninguno de ellos mostró un especialespecial inte-interés. «En mi casa hay unauna fecha sagrada, puedes saltar-te la comida de Navidad,d, pero no el ‘ día de la fa-amilia’. Una ocurrencia dede mi madre para estar to-todos juntos una vez al añoño», detalla Elvira. En unaa de esas reuniones, animó a sus niños a buscar respuestas,stas, pero no fue hasta que laa pe-pequeña se convirtió enn ma-madre, cuando empezó aa inte-interesarse por su pasado.
Un test de ADN
Una lluvia de ideas trasas unas cañas se tradujo en un autore-autoregalo: una prueba de ADN.DN. «De ahí surgieron un montónón de da-datos y un amigo me planteó:anteó: ¿Y si no son tus hermanos?os?». Fue así como Ricard y Ramónmón tam-también hicieron el test y confirma-confirmaron lo que ya sabían, peropero la in-información les sirvió parara ir un paso más allá. Obtuvieron algunaslgunas coin-coincidencias con otras personasersonas que estaban en la misma base de datos de la plataforma genealógica.ógica. ¿Y aho-ahora qué? Una amiga de Elvirali lel sugi-i rió contar su historia en un programa de radio. Poco después de que Rac1 emitiese su testimonio, hace ya dos años, no hubo marcha atrás. Comenzó a recibir llamadas de personas que querían ayudarla. Tam
bién con posibles pistas sobre el paradero de su familia. Muchas vaguedades pero también sorpresas inesperadas. Algunas con nombre propio como la criminóloga Montserrat del Río o Carmen Pastor, que ejerce las veces de investigadora voluntaria. Gracias a la tenacidad de ésta última, Elvira obtuvo las primeras respuestas. El rastreo de las coincidencias en la base de datos de ADN la llevó hasta parte de su familia biológica. Resultó que no eran franceses, como pensaba, sino andaluces.
Llegó así, aun con restricciones por la pandemia, una primera videollamada con su tía y sus primas. «Lo que sentí no se puede explicar», desliza sobre aquel momento. Descubrió, al fin, el nombre de sus progenitores: Ramón, como su hermano mayor, y Rosario. También fotos de su infancia, que nunca había visto.
«¿Influye más la genética o el entorno?», cuestiona antes de explicar –aún sorprendida– que, cuando se encontró con sus consanguíneos por primera vez, no pudo evitar reconocer gestos habituales de uno de sus hermanos. Fue un forense quien, a falta de datos sobre los niños, estimó su edad. Cuando por fin accedieron a sus partidas de nacimiento, comprobaron que fue bastante atinado. «El peor parado fue Ramón, ganó un año. En mi caso fueron unos días, pero pasé de diciembre a enero». Localizar esos documentos le permitió algo tan banal como saber que su signo del zodíaco es acuario, pero también obtener más información para tratar de localizar a sus padres. El pasado delincuencial del progenitor no les sorprendió. Los recuerdos del hermano mayor ya apuntaban a ello. Los coches de lujo, los viajes, las estancias en Suiza, en Bélgica. Incluso las chabolas en Madrid –donde se había trasladado la familia de Rosario–. «Mi madre era merchera, en esa cultura, muy de hacer piña, es impensable abandonar a los hijos», apunta, y así se lo han corroborado sus parientes.
No denunciaron su desaparición para evitar perjudicar a Ramón y Rosario, al pensar que podían haber huido tras haber-rse visto amena-azados. La abuelaa de los niños con-tactó con el pro-grama ‘Quiénn sabe dónde’ de Paco Lobatón, pero sus allegados le advirtieron de que si desvelaba información, probablemente los pondría en peligro y, finalmente,lmente se echó atrásatrás. Acabaron pensando que los habían matado a todos. El gran interrogante es cómo no los dejaron junto a otros parientes. «Mi madre llamaba a casa a diario, enviaban postales», explica mientas sostiene una de ellas. La teoría que sobrevuela su cabeza es que, probablemente, estén muertos. Ahora tratan de localizar al tal
Denis, el hombre que los dejó en la estación. También quieren averiguar la identidad de otro individuo que aparece junto a su padre en una foto. Creen que la imagen se pudo haber captado en Bélgica, donde se reveló el carrete en mayo de 1982.
A la tarea detectivesca –Elvira bromea con que su labor se asemeja a la del mítico Colombo– ha contribuido un periodista de ‘ The Guardian’. A través de varios contactos, consiguió ubicar la localidad donde se tomó una de las estampas familiares que ahora está en poder de la hija pequeña de Ramón y Rosario. «Es Middelkerke, en Bélgica», dice mientras señala una foto en la que aparecen sus hermanos frente a unas casitas blancas. El contacto que consiguió identificar la ubicación le envió una foto actual, que él mismo reprodujo, con la misma perspectiva. La tarea pendiente es que ella pueda desplazarse hasta allí para preguntar a los vecinos de la zona si conocían a sus padres. «Puede que se escondiesen aquí, no lo sé, nos faltan piezas del puzzle». La búsqueda requiere tiempo y dinero y, en muchas ocasiones, resulta desesperante. El reportero Giles Tremlett acompañó a Elvira a París para tratar de encontrar respuestas. Allí localcalizaron la fuente que decía recordar uno de sus hermanos, que cuando era ppequeño expplicó que desdde su casa vveía una pata dde la Torre EEiffel. Queda pependiente traslaladarse hasta lalas direcciones quque constan en susus partidas de nanacimiento. «Es imimposible que una familia con tres niños, y con esoesos coches en aquaquella época, un Mercedes blanco y un Jaguar, pasasen desapercibidos», sostiene Elvira. Tienen la matrícula de uno de ellos, otro hilo del que tirar. Legalmente, no puede demostrar que la niña que aparece en la partida de nacimiento sea ella. Tiene otros apellidos –y no se los quiere cambiar –y su ADN solo se ha podido cotejar con parientes cercanos. Fue ella misma, junto a una de sus primas de Sevilla, la que no hace tanto denunció la desaparición de sus padres biológicos, aunque la queja no tuvo recorrido. Un paso más. Seguirá buscando hasta encontrar respuestas.
LA ABUELA BIOLÓGICA CONTACTÓ CON EL PROGRAMA DE PACO LOBATÓN
PARA TRATAR DE LOCALIZAR A LOS TRES NIÑOS