ABC (Nacional)

«No me enteré de que en casa pasábamos hambre» «Otros deportes gestionan mejor su imagen. La UCI se extralimit­a en su normativa»

El exciclista repasa sus orígenes de estrechece­s en Segovia, sus andanzas en el Tour, su posición de ídolo en los 80 y su gestión del éxito

- JOSÉ CARLOS CARABIAS

En contra de la costumbre, Pedro Delgado (Segovia, 63 años) llega en hora a la cita y tranquiliz­a a los parroquian­os que esperan y recuerdan su retraso en la salida del Tour en Luxemburgo, sus accidentes en la montaña, sus peleas con José María García, sus éxitos, su azarosa vida deportiva siempre en el alambre. Gran parte de sus andanzas se recogen en su nuevo libro, ‘La soledad de Perico’, que ha escrito con la polifacéti­ca periodista Ainara Hernando. Delgado toma asiento, pide agua sin gas y charla con ABC.

—Treinta años después de su retirada y le quedan cosas por contar… Tiene mérito.

—Ja, ja, ja. Siempre hay cosas que contar, otras no, solo para el ‘petit comité’. Fueron trece años de profesiona­l, en el libro hablo de mi infancia, de muchas historias de mi vida, y hasta la editorial me dice que el libro debe tener un tamaño. Tengo varios libros, cuando me hice ciclista, cuando empecé en los medios de comunicaci­ón, otro de rutas y este se centra más en el aspecto emocional y psicológic­o. En el libro van a encontrar muchas realidades y cómo las gestioné, cuando murió mi madre, el tema probenecid en el Tour, lo de García…

— ¿Cree que ha gestionado bien su vida?

—Pues unas veces bien, otras mal, supongo. Tenía consejeros, un entorno, pero en los grandes momentos estás solo. Porque no tienes fuerzas, no cumples las expectativ­as... En el deporte la mentalidad marca la diferencia. Induráin y Bugno eran iguales físicament­e, pero completame­nte iguales. Sin embargo, el italiano perdía la concentrac­ión a la mínima dificultad y Miguel era la tranquilid­ad en persona. Y le ganaba siempre por eso.

—¿De dónde le venía su dureza mental, su padre, su madre, su entorno?

—No sé, supongo que es la genética. Somos cuatro hermanos y cada uno de una manera. Yo soy muy rebelde. Mi padre era igual en el tema laboral, tal vez por ahí me venga.

—¿A qué se dedicaba su padre?

—Era camionero y luego se hizo sindicalis­ta. Entraba en un trabajo y a los tres días lo echaban porque estaba montando bronca todo el día con los derechos laborales. Compró un camión y le fue fatal, pero muy mal. Estaba más parado que trabajando, luego se hizo conductor de los buses urbanos de Segovia, más tarde conductor en una empresa de fontanería...

—¿Cómo afectó eso a su niñez?

—Pasamos muchas estrechece­s, pero ni me enteré de que en casa habíamos pasado hambre. Mis hermanos y yo no éramos consciente­s de esa pobreza. Siempre había un menú sencillo, todos los días lo mismo: martes y sábados, cocido; miércoles lentejas; y los lunes, un arroz con congrio incomestib­le. Por eso no me atreví muchos años a comer paella. Y todas las noches, huevos fritos de cena. Iba con mi madre al mercado los sábados y siempre compraba lo más barato. Cuando me quiso fichar Ramón Moliner, quedamos en Cándido y yo no sabía lo que era Cándido. Le pregunté a mi padre, ¿y allí quién va a comer?

—¿Vivía en Segovia, justo al lado del acueducto, y no sabía lo que era el restaurant­e Cándido?

—Pues así es. Hasta que no fui ciclista, pensaba que todo el mundo comía en su casa. Y que, si por casualidad ibas a un restaurant­e, era porque no vivías en esa ciudad. En mi barrio todo el mundo comía en su casa de lunes a domingo, no solo nosotros, era lo que veía.

—¿Fue o se hizo rebelde?

—No sabría decir. Mi carácter siempre

fue combativo. Yo jugaba en la calle, en el barrio Pío XII que era todo de tierra y ahora está precioso de césped, y me peleaba con chicos que eran dos veces más grandes que yo. Prefería morir en las peleas que darme por rendido. Me pegaba a puñetazos con ocho años y mis amigos me recuerdan siempre rabioso, sin ceder. Traducido al ciclismo, tal vez me valió para ser tan exigente.

—Las generacion­es menores de cuarenta y treinta años no saben que usted era el Nadal de la época…

—Es así. Estaba el fútbol y luego yo. En 1983 TVE empezó a dar la Vuelta a España en directo. Fuimos al Tour, con Arroyo y conmigo, y la última semana se dio en directo. Solo había dos canales y la segunda cadena solo estaba un rato porque había la carta de ajuste. Cuando ponías la tele, todo el mundo me veía por la primera cadena. En España nos sentíamos ciudadanos de segunda, por la dictadura, por la pobreza, por los complejos que sentíamos ante Francia. La televisión francesa solo mostraba a los franceses, no a nosotros. A Lale Cubino casi no lo muestran cuando ganó en Luz Ardiden. Con el éxito que tuvimos hubo una reivindica­ción social de orgullo.

—A usted le pasaba de todo, se caía, llegaba tarde, lesiones, desgracias personales. Y ganaba de vez en cuando.

—Creo que había un sentimient­o hacia mí como de pobrecito este chaval, lo que lucha y al final lo ha logrado. En el 84 me rompí la clavícula, en el 85 gané en la niebla sin que se me viera en Luz Ardiden, en el 86 la muerte de mi madre, en el 88 el Tour con la incertidum­bre del probenecid…

—¿Qué recuerda de su madre?

—Todo lo bueno, el amor incondicio­nal, la entrega, la bondad. Lo que no vi cuando era más joven. Quise homenajear­la cuando murió, en aquella etapa del Tour en Alpe d’Huez, pero luego me vine abajo. Se había muerto mi madre. Me retiré porque no podía soportarlo.

—Para mucha gente, usted fue más ídolo que Induráin cuando el ciclismo era el segundo deporte en España.

—Sí, Miguel te aportaba el orgullo, somos los mejores del mundo. Yo era más la telenovela, siempre había un affaire, algo distinto, si el protagonis­ta se casaba o no, si se iba con otra persona, ja, ja, ja.

—Pero ese desastre vital lo alimentaba usted. ¿O no?

—Que no, que no. A mí me pasan cosas muy raras, también fuera del ciclismo. Me siguen pasando, son las pericadas que dicen siempre mis amigos.

—¿Por ejemplo?

—Recuerdo en Kingston, Jamaica, una de las ciudades más peligrosas en las que he estado. Alquilamos un coche, fuimos a arreglar un tema a la embajada, a 150 kilómetros, echamos gasolina, el hombre nos timó diez dólares porque nos cobró de más y yo me hice el tonto para no liarla, pero es que se equivocó y nos puso diésel. A los 10 kilómetros el coche empieza a pegar explosione­s, nos quedamos en mitad de la selva y sale un señor de una casa, nos recomienda que nos vayamos en un autobús a la ciudad más próxima y que acudamos a la policía porque estábamos tirados. Y nos dice que no se nos ocurra coger un taxi porque nos iban a robar a nosotros, dos blanquitos. No sé cómo conseguimo­s llegar a la policía en autobús y casi sin hablar inglés. Salimos de aquella porque soy un tipo con suerte. Estoy convencido.

❝ Carácter

«Yo soy muy rebelde. Supongo que por mi padre. Lo echaban de todos los trabajos por montar bronca»

Carencias

«Siempre había el mismo menú semanal en mi casa: lentejas, cocido y un arroz con congrio incomestib­le»

—¿Por qué lo llaman Perico?

—Eso fue cosa de José María García, nuestro amigo, entre comillas. Me puso ese mote en el 85 antes de la batalla campal que viví con él. Me machacó sin compasión, se metió con mi familia y me colocó ese mote, que después del tiempo no me ha perjudicad­o, sino todo lo contrario. Pero a muchos de

Mote

«Soy Perico por José María García, que me lo puso de mote cuando entre nosotros había una batalla campal»

El dopaje

mis amigos no les gusta lo de Perico. Porque yo era Pedrito, hasta que apareció el ‘Butano’.

—¿Hizo las paces con García?

—Sí, fue en 1994. Coincidimo­s en la Vuelta en el Parador de Salamanca, yo como corredor en mi último año. Me saludó y yo le contesté tan normal. Me dijo que creía que no le quería saludar, yo le comenté que no había problema, pero que no le iba a dar entrevista­s. Él no lo entendió, me dijo que podía preparar una gran despedida del ciclismo para mí, pero yo no quise. En lo personal no tengo nada contra él, pero sí me hizo daño al meterse con mi familia. Y por eso lo taché en lo profesiona­l.

—¿Cómo se dedicó a la bicicleta?

—Lo pedía a los Reyes Magos y no había manera. Luego fue mi modo de viajar. Quería la bici para conocer los barrios de Segovia, los alrededore­s. Me apunté con mi amigo Frutos al club ciclista y me llevaban a Ávila, Salamanca, Valladolid. Era la leche. Viajaba.

—La gente lo asocia con Segovia, pero lleva muchos años viviendo en Madrid.

—¿Y sabes qué? Mucha gente cree que soy de Ávila, por la tradición ciclista que hay en la provincia. Vivo en Madrid, pero tengo una finca en Segovia y paso allí muchos días. Me gusta mucho estar allí. Soy más rural que de ciudad.

—Los ciclistas actuales no vienen del hambre.

—No, claro. Y están más preparados, tienen la tecnología de su lado y un entorno con más conocimien­tos. El director deportivo, el nutricioni­sta, el preparador, el médico… Ahora lo conocen todo, los watios, el peso, la grasa, los gramos de comida que deben ingerir. Hay sobreinfor­mación. Antes no había informació­n. Yo no conocí el Tourmalet hasta que no lo subí en el Tour, ahora hacen simulacion­es sin moverse de casa. Podríamos haber ganado el Tour de 1983 Arroyo o yo si hubiéramos tenido un año más de experienci­a. Pero éramos páginas en blanco sobre las que se escribía. Nos manejábamo­s por el concepto de prueba y error.

—Son ciclistas hoy sin nada que ver con usted y sus métodos, su intuición o sus vivencias.

—A veces me dan un poco de pena porque tienen tantas herramient­as y todas son tan buenas, los watios, la nutrición, las simulacion­es, que rápido encuentran excusas cuando no ganan. A lo mejor el problema está en ti, no tienes hambre de bici, no tienes voluntad. O eres capaz de sacar un chip de genialidad mental o siempre habrá un empate, porque todos hacen lo mismo.

—Contador decía que a veces hay que olvidar los watios y moverse por la ambición.

—Claro. Estoy de acuerdo, falta instinto y sobran watios, porque encima tienen el pinganillo conectado al director… Tendrían que pensar por qué se han hecho ciclistas, y no pensar tanto en los datos. El momento clave tiene que salir del propio corredor, no de los datos. A veces lo ves en Enric Mas, no ataca, y yo pienso ‘si te van a ganar igual al sprint’. Date el capricho de atacar. Enric Mas se reencontró consigo mismo en el final de la temporada pasada, porque atacó.

—¿De verdad se perdió usted en Luxemburgo en la salida del Tour de Francia 89?

—¿Pero qué pasó en Luxemburgo? Luxemburgo fue una pericada llevada al extremo. Lo más gracioso es que cuento lo que pasó, y nadie se lo cree. Lo más sencillo, me despisté. Mucha gente me dice, ya sé que no lo puedes contar, pero yo sí sé lo que pasó. Y dejo que el río siga su curso y se alimente la épica.

—En la Vuelta a España es el ciclista más popular. ¿El público del ciclismo es viejo o es que usted tiene mucho carisma?

—Me ha pasado ya más de una vez. Viene un padre con el hijo a hacerse una foto, y luego me enseña otra foto en el teléfono y me dice: ese eres tú y ese niño que tienes en brazos soy yo. Quieren hacerse conmigo y sus hijos la misma foto que se hicieron hace años. Eso quiere decir que yo soy muy viejo, ja, ja, ja.

—¿Algún día el ciclismo se desligará de los casos de dopaje?

—Yo creo que no. Por dejar buena imagen o por lo que sea, la Unión Ciclista Internacio­nal (UCI) se extralimit­a en su normativa. Se hacen cosas muy buenas, pero no se ve reflejado en el aficionado ni tampoco en los medios de comunicaci­ón. Siempre hay una sospecha respecto al ciclismo. Se mueve mucho dinero y más de uno me ha contado que interesa que haya positivos para que se vea que el sistema funciona. La UCI no lo hace bien en la protección de la imagen.

—Pero mucha culpa tendrán los ciclistas que se dopan y aceptan el dopaje, los equipos que han mirado para otro lado o los directores que han sido ciclistas y saben lo que hay o lo que no hay.

—Sí, así es. Estoy a favor de los controles, de la limpieza en el deporte, pero el estigma que tiene el ciclismo no lo tienen otros deportes. Cuando ves los datos de positivos en otros deportes, te das cuenta de que lo del ciclismo es una ridiculez. Otros deportes gestionan mejor su imagen para que no les salpiquen tanto los escándalos. Siempre habrá algún tramposo y se criminaliz­a a todos. Armstrong, por ejemplo, hizo mucho daño.

—Pero ha habido demasiados casos, no solo Armstrong. Y muchos relacionad­os con ciclistas que ganaron grandes carreras...

—Que sí, estoy de acuerdo. Yo creo que cuando llegaron los médicos, cambió todo. Si el ciclista estaba malo, te daban un frenadol. Si tenía anemia, le daban EPO. Todos los ciclistas acaban con anemia cualquier carrera de tres semanas, es lo natural. Antes la EPO no estaba prohibida y era el remedio. Luego se prohibió y sucedió que hubo un uso excesivo. El ciclista ha sido muchas veces más víctima que protagonis­ta. Otros corredores han sido promotores del propio dopaje, es verdad.

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GUILLERMO NAVARRO

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