ABC (Nacional)

El púgil que sólo cayó una vez

Triunfó como boxeador en Estados Unidos en los años 30 y luego se convirtió en un icono del franquismo

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

Fue una figura legendaria del boxeo. Peleó contra ocho campeones del mundo. Disputó su último combate contra Joe Louis en el Madison Square Garden. Y fue elevado a la categoría de icono por el franquismo tras su papel en la Guerra Civil. Se llamaba Paulino Uzcudun. Como tantos otros boxeadores, tuvo una vejez desdichada, marcada por la enfermedad y el olvido. Fue otro juguete roto, un hombre aclamado antaño en las calles de Nueva York que deambulaba con su bastón y sin recuerdos en los últimos años de su vida por Torrelagun­a, el pueblo madrileño donde murió en 1985 y está enterrado.

Uzcudun peleó en París, en Roma y en las grandes ciudades estadounid­enses durante los años 20 y 30. Se enfrentó a los mejores pesos pesados de la época como Max Baer, Primo Carnera, Max Schmeling y Jack Sharkey. Sólo perdió por K.O. en una sola ocasión en sus 70 combates: cayó en el cuarto asalto contra Louis en 1935, la última vez que subió a un ring como profesiona­l. Tenía 36 años y sus mejores días habían pasado.

Uzcudun volvió a España y se hallaba en Zarauz cuando estalló la Guerra Civil en 1936. Era conocida su ideología conservado­ra y sus simpatías por la Falange. Parece ser que un militante del PNV le escondió para evitar que lo fusilaran los anarquista­s. Logró huir y se alistó en Navarra en las filas del bando rebelde. Combatió en el frente y fue condecorad­o por su valor. Era uno de los voluntario­s de la unidad que iba a rescatar a José Antonio de la cárcel de Alicante, pero la misión se canceló en el último momento. Al concluir la contienda, se convirtió en un símbolo de los vencedores y Franco no dudó en presentarl­e como un exponente de las virtudes de la raza.

Uzcudun había nacido en 1899 en Regil (Guipúzcoa). Era el menor de nueve hermanos y comenzó a participar como aizcolari en competicio­nes locales. Para ayudar a su familia, empezó a boxear en el sur de Francia a los 20 años. Le pagaban 200 francos, una suma considerab­le. Tras demostrar su poderío físico y una gran pegada, se enfrentó en París a Touroff, un mítico púgil soviético. Tras vencer, pocos meses después, derrotó a los campeones de Francia e Inglaterra. Y, en 1924, ganó al número uno español, un catalán llamado José Teixidor, aunque la Federación no reconoció el título. El combate se celebró en París porque Teixidor era prófugo de la Justicia.

En los tres años siguientes, Uzcudun encadenó una racha de victorias que le llevaron a obtener el campeonato europeo de los pesos pesados al derrotar en Barcelona al italiano Erminio Spalla, que luego haría carrera como actor. En 1928, revalidó su entorchado ante el alemán Ludwig Haymann.

« Me entrenaba con boxeadores que me pegaban durante 18 rounds. Luego me ejercitaba en saco y cuerda. Antes de una pelea, hacía 24 asaltos. Por eso, me cansaba menos que mis adversario­s en los combates » , explicaba.

Tras su victoria frente a Spalla, Uzcudun decidió dar el salto a Estados Unidos. Disputó el título mundial de los semipesado­s frente a Jack Delaney, pero perdió a los puntos. Aplastó a Harry Mills, una figura del boxeo en los años 20, al que noqueó de forma implacable. Hay imágenes que muestran como le golpea contra las cuerdas hasta que cayó fulminado. Luego derrotó a Max Baer.

Más tarde, vinieron los tres combates contra el alemán Max Schmeling , al que no le pudo derrotar, y contra otros conocidos boxeadores estadounid­enses. Las bolsas eran de decenas de miles de dólares, una verdadera fortuna. Pero la pelea más importante de su carrera tuvo lugar en Roma en 1933 frente a Primo Carnera, el ídolo de Mussolini, que asistió al duelo entre estos dos gigantes del boxeo. Carnera ganó, pero no pudo derribar al púgil vasco, tal y como había prometido.

En 1950, con 51 años, contrajo matrimonio con Isabel Huerta en Los Jerónimos. Se instalaron en Torrelagun­a, donde tuvieron cuatro hijos. Ya en los años 70, tuvo un accidente al caer de una mula que le dejó mermado al romperse la cadera. Luego sufrió una arterioesc­lerosis. Apenas podía salir de casa, siempre con su bastón y su boina. Ya no le quedaban fuerzas para quejarse de que las autoridade­s habían condecorad­o a Gento y Lola Flores y que él seguía sin el reconocimi­ento de quien fue el único deportista español que triunfó en el mundo en los años 30.

Como tantos otros boxeadores, este vasco tuvo una vejez desdichada, marcada por la enfermedad y el olvido

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