Garamendi deja al Gobierno sin bronca sindical y Calviño se relame
Los sindicatos han dejado al sanchismo sin la esperada baza de una bronca salarial, pactando con los del puro y demostrando que igual no tienen rabo ni cuernos. Calviño sigue a lo suyo, con su Observatorio del margen empresarial, que no es otra cosa que otro intento fiscalizador de la libre empresa
Afalta de confirmación oficial, la CEOE y los sindicatos han sido capaces de sellar un gran acuerdo salarial sin la presencia del ministro de la Presidencia, Félix Bolaños. El presidente de la patronal, Antonio Garamendi, y los líderes sindicales, Pepe Álvarez y Unai Sordo, han cerrado un pacto que deja sin combustible la política de bombero-pirómano de La Moncloa, donde estaba ya todo previsto para demonizar al empresariado codicioso y cizañero, empeñado en hundir el trabajador y, se sobreentiende, que con él a sus propias empresas.
Al parecer ni CC.OO. ni UGT han sufrido la ferocidad de la escuadra de la chistera que había pintado Pedro Sánchez. Uno y otro sindicato se han sentado con la CEOE y, a juzgar por las imágenes difundidas, han vivido para contarlo y para trasladarlo a sus bases sindicales. A los voceros del « España va requetebién» se les ha caído otro mito y unas cuantas proclamas sobre la insensibilidad de los patrones españoles. Apenas unos días después de interpretar el obligado numerito del Primero de Mayo, y tan solo pasadas unas horas desde que el presidente de Colombia, Gustavo Petro, visitara España, por aquello de no herirle ni ponerle más yugos de los debidos al mandatario colombiano, los sindicatos estrecharon la mano de Garamendi y se acabó lo que se daba. Petro puede descansar tranquilo, atusarse el pelo ya si acaso, y quedar con su homólogo brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, al otro lado del charco para alabar al unísono las virtudes del sanchismo y de Putin. El pacto salarial le coge lejos y no podrá ofenderse por la docilidad de nuestra masa obrera, sin duda adormecida a falta de que se lance el canal Red de Pablo Iglesias. Ahora bien, el pacto, cierto es, llega tarde, después de que los trabajadores con convenio hayan perdido 5,6 puntos de poder adquisitivo en 2022, año en el que los precios se dispararon hasta el 8,4%.
Solventado el embrollo de los salarios y una parte de la capacidad adquisitiva de los trabajadores en tiempos de pertinaz inflación, queda un asunto de calado, un hueso duro al que nadie, ni empresas ni mucho menos sindicatos, quiere hincarle el diente: la productividad. La baja productividad, para ser más exactos. La pandemia y sus nuevas formas de trabajo, en remoto, flexible o de pino puente, han dejado los niveles de productividad en España al nivel de la reputación del ministro Bolaños tras montar su propio ‘mini 2 de Mayo’. Nadie quiere mentar a la bicha y así, entre la búsqueda de la felicidad perdida de los empleados y gansadas como la semana de cuatro días, nos seguimos merendando como si nada métricas que no dejan lugar a dudas de que la productividad está bajo mínimos.
El Banco de España ha alertado de que España se sigue quedando atrás con respecto a los países de su entorno, pero nadie escucha, porque es más plácido hablar del bienestar de la plantilla y otras cantinelas de aquellos consultores de recursos humanos que ahora se emboscan entre el genérico ‘Personas’ o ‘People’.
Un reciente estudio de Harvard va más allá e incluso asegura que alcanzamos nuestro pico de concentración máxima durante solo seis horas a la semana. Verán en cuanto alguno lo lea –o vea las fotos, que tampoco hay que estresarse– cómo corre a proponer la semana laboral de seis horas. O de cinco y media para ser aún más originales.
Ahora, mientras Bolaños se atempera –tras el achicharramiento inducido a la par por el batallón de asesores del Palacio de la Moncloa y de los fontaneros de la calle Ferraz que le ordenaron personarse ‘sin entrada’ en la ceremonia de la festividad de la
Comunidad de Madrid–, los pacificadores (asesores externos también, claro) siguen convenciendo a Pedro Sánchez de que todavía hay partido y con Yolanda Díaz perdida entre la nada como si fuera chatarra espacial, la
vicepresidenta Calviño, se relame convencida de que el río revuelto es el mejor seguro de su ganancia de pescadora.
Ahí sigue pues Nadia con su
Observatorio del margen empresarial, que no es otra cosa que otro intento fiscalizador de la libre empresa, para atar en corto a quienes quieran arrojar beneficios y presumir de ellos. Nada de eso. La ministra de Economía continúa cargando la mochila de resortes con lo que evitar que un
Sánchez desesperado por los resultados del 28M pueda lanzar todo y a todos por la borda. Ahí está ella detrás de casi todo y de casi todos: el avispero de Indra, que no se sabe si terminará como un canto armenio o una jota aragonesa –que tanto da–; el jaleo de Ferrovial, que sigue ‘sotto voce’-; las pulsiones de los fondos internacionales, cada vez más voraces y reivindicativos; y florituras varias como Unicaja y otras lindeces que Calviño capea con un desparpajo que ni la jefa de protocolo de la Comunidad de Madrid delante del ministro de Presidencia.
Y es que Sánchez está contrariado, se ha puesto en modo PP y se ha pegado un tiro en el pie. Cuando tenía a la oposición enfangada en Doñana, se han enzarzado contra la presidenta madrileña, Isabel Díaz Ayuso, y han salido escaldados y sin relato que marque el mapa de atención, que dirían los cursis. Mientras, el
presidente norteamericano, Joe Biden, espera en La Casa Blanca y surge un nuevo mundo de oportunidades para la agitación y la propaganda. Permanezcan en sintonía y denle otra oportunidad a MoncloaGPT, verán qué derroche de imaginación. Muy artificial, seguro. La inteligencia puede esperar.
Petro ya puede descansar tranquilo y quedar con Lula para alabar al unísono al sanchismo