ABC (Nacional)

«El poema intuye lo que la prosa no sabe» Yolanda Pantin

▶ La autora, nombre propio de la lírica venezolana, ofrecerá un recital en la Residencia de Estudiante­s

- Escritora KARINA SAINZ BORGO

Si Rafael Cadenas es el padre de la poesía contemporá­nea venezolana, Yolanda Pantin es su catedral. Su primer poemario, ‘Casa o lobo’ (1981), marcó a generacion­es de lectores y escritores. Abrió la primera herida de esa arcadia que forman, juntos, sus versos. Pantin es una de las voces fundamenta­les de la literatura de su país. En estos días, disfruta de una beca de creación en la Residencia de Estudiante­s, donde construye los cimientos de un nuevo libro.

Reconocida con los premios García Lorca y el Casa de América de Poesía Americana, tiene una sólida y deslumbran­te trayectori­a. Desde ‘Correo del corazón’ (1985) hasta los más recientes ‘El hueso pélvico’ (2002), ‘La épica del padre’ (2002), ‘País’ (2007) o ‘Bellas ficciones’ (2016). En 2014 la editorial Pre-textos publicó en España ‘ País, poesía reunida 1981-2011’. En sus obras, Pantin excava la memoria de un país, y asoma la cabeza para narrar el desgarro venezolano. Ofrecerá un recital este 11 de mayo en Madrid, en la Residencia de Estudiante­s.

—¿Impone escribir en el edificio por el que pasaron Dalí, Buñuel y Lorca?

—Soy consciente de lo que significa la Residencia como memoria y patrimonio. Me conmueve la idea que escritores tan admirados como Lorca estuvieran aquí alojados, pero no me cohíbe. Estoy aquí para escribir.

—El silencio es su reino aquí, ¿no?

—Vengo de Caracas, acuérdate de eso. En Venezuela lo que me aturde es el ruido interior. No tanto lo que oigo en la calle, sino todas las voces que están dentro, que te perturban tanto, que nos han molestado tanto, que nos han cohibido tanto. Y que nos han dolido tanto.

—¿Qué une sus últimos libros ‘Bellas Ficciones’, ‘Lo que hace el tiempo’ y ‘El dragón protegido’?

— Forman una trilogía. Es la misma búsqueda: dibujar algo muy sutil. La captura de un instante, casi señales, en un sentido religioso, místico, donde se detiene la luz.

—Rafael Cadenas también ha abordado lo místico. ¿Conecta usted con su obra?

—Hay una conexión que se dio en el tiempo, sin esperarla jamás. Cuando empecé a escribir, era una muchacha y él un poeta adulto, de mucho prestigio en Venezuela. Quizás por mi timidez, lo veía de lejos, con mucho temor. Pero con el tiempo, me di cuenta de que existía una actitud común, un cierto estar en la poesía.

—Ambos usan las palabras justas.

—Quizá sea por el horror que tengo hacia el exceso de palabras. También en un sentido, digamos, político: la elección de Rafael para todos nosotros es una elección moral. Tenemos a Rafael como un padre. Él nos representa a todos en ese sentido.

—La reflexión sobre la tierra y la infancia está muy presente desde aquel primerísim­o ‘Casa o lobo’.

—Los últimos tres libros que hacen esta trilogía, y que puede que se transforme en una tetralogía, remiten a ‘Casa o lobo’. Van cerrando un círculo. Tiene que ver con la edad (cumplí 68 este año) y la decantació­n que esta produce.

«En Venezuela lo que me aturde es el ruido interior, todas las voces que están dentro, que nos han dolido tanto»

—Dice usted que el poema vislumbra lo que ignora la prosa… ¿Era así la frase?

—El poema intuye lo que la prosa no sabe. Los narradores o los novelistas trabajan de otra forma. Hacen esquemas, mapas y guías para avanzar. El poeta no. Yo voy dando bandazos como un murciélago dentro de un cuarto. Tropezando y tartamudea­ndo.

—Sus libros ‘La épica del padre’, ‘País’ o ‘ Veintiún caballos’ son más políticos. Hablan de lo que está fuera.

—Ocurrió a partir de ‘La épica del padre’. De hecho, la épica de por sí enuncia algo que sucede afuera. Lo que se lee en ‘País’, lo escribí como un testamento. Algo como: esta fui yo, estas fueron mis circunstan­cias, esto pensaba yo sobre esas circunstan­cias, sobre el hecho de ser venezolano. Era dejar claro lo que pensaba yo en aquel momento.

—¿Qué se está gestando estos días, aquí, en la Residencia de Estudiante­s?

—Debo impartir un taller durante mi estancia aquí. Decidí escribir un texto, una especie de poética sobre qué significa para mí la poesía. Mientras la estaba haciendo, sentí la necesidad de levantar el mapa de mi infancia. Es un territorio físico, geográfico, poético que entra y sale de Turmero, el pueblo de mis padres. La poesía, para mí, sigue teniendo una necesidad arqueológi­ca, de excavación. Logré levantar ese mapa. Lo traje, claro, porque cuando vaya a ver el taller yo lo voy a desplegar. Y terminará siendo un libro.

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// ERNESTO AGUDO Yolanda Pantin, fotografia­da en Madrid

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