ABC (Nacional)

Pérez Azaústre, por San Isidro hacia la eternidad

El poeta, que ha novelado a Manolete, revela su visión de la Fiesta, que no podrá ya ser jamás la del mito porque todo, el «sentido de la responsabi­lidad» , ha cambiado

- JESÚS NIETO JURADO

Aquella tarde en Linares hacía calor. Un calor que dejaba a las moscas con una quietud pegajosa en el ardor, un bochorno del que se presiente algo que funde a negro. Gitanillo de Triana, Dominguín y Manolete. Un cartel grabado a fuego en el resguardo histórico de un tiempo y un país. «Manolete fue mucho más que Messi y Cristiano juntos». Eso dijo el entrevista­do hace poco en Pozoblanco.

En 1947, Paco Rabal, el Juncal que da sentido a esta serie, se casaba con Asunción Balaguer y España era, realmente, de «purísima y oro» como cantaba Joaquín Sabina. Faltaban años, casi cinco décadas, para que llegara la serie de televisión y nos enteráramo­s con Búfalo de aquella tarde en El Puerto de Santa María con un torero que no es y que parece que fue por la magia del cine. Y Juncal, muy pícaro, buscaba sobrevivir con el toro. Como el padre casi ciego de Manuel Rodríguez, una ceguera que siempre creyó que le podía caer por la maldición de la genética o de los dioses volubles. Uno un ‘ bon vivant’, el otro un grave inapelable, sin apenas sonrisa, en una España que cicatrizab­a su peor duelo a garrotazos.

La larga noche

Lo reconoce Joaquín Pérez Azaústre con su juventud torera y su libro más reciente, ‘La larga noche’ (premio Jaén), una novela donde la documentac­ión queda enmarcada en el ensueño, la digresión del matador que deja las glorias del mundo, donde está reflejado ese universo del toro que fue todo, que tenía «una trascenden­cia pública» que hoy, entre dimes y diretes, es imposible ya de imaginar.

A Pérez Azaústre quizá le falló la época, como a Valle. Pero para eso están los terrenos de la literatura, de los retratos de Manolete con su gomina, su perfil grabado en el subconscie­nte colectivo aun un siglo después. Y sus ojos. Los ojos del cordobés siempre, insiste el novelista, tienen algo detrás: «Una bruma». Algo pasa «siempre tras los ojos de Manolete, como en los cuadros de Romero de Torres». Manolete fue el «de la entrega absoluta, del sentido extraordin­ario de la responsabi­lidad».

Aquel que frente a la maledicenc­ia de cierta progresía presente y pasada, fue a México, se reunió con Indalecio Prieto y que con dos vértices no tan conocidos del 27, Pedro García y Juan Rejano, recordaron España, Córdoba, Madrid, desde la tasca El Nili, antiguo banderille­ro de Belmonte. Ambos, Prieto y Manolete, se prodigaron en elogios.

El socialista, insiste Azaústre con emoción y resabios cordobeses en la inflexión de la voz, exclamó que «Manolete es el español más grande que ha venido a México desde Hernán Cortés » . El otro, lacónico, le regaló una foto dedicada: «De un español a otro con mucho cariño». Las dos Españas que dicen.

De alguna manera, colgando y descolgand­o los cuadros de Manolete, cedidos por Casa Paco, y llevados desde Puerta Cerrada al Ateneo, donde se retrata al vate, hay un segundo entierro, imposible, del maestro cordobés. Entre madrileños desocupado­s y la mirada extrañada de los actores más en boga. El poeta es joven y sostiene atlético los marcos añosos de los carteles que dejan, en Casa Paco, una orfandad ‘manoletina’ que tiene algo de copla.

La muerte y el albero

Quizá podrá cambiar el tiempo, que se endiose la inteligenc­ia artificial, aunque será imposible que nazca otro torero que represente tanto, porque diez o doce años después de que expirara en Linares, Lupe Sino ya «llegará a otra España». Mas esta sección debe contar, también, con los recuerdos más claros de Las Ventas, de la Fiesta, porque en el título ‘Cuéntame, Búfalo’ se rinde pleitesía, hay que insistir, a una de las series televisiva­s que mejor trataron al Arte efímero del baile entre la muerte y el albero. Y el entrevista­do sobrevuela por un momento San Isidro y pisa lo desconocid­o por mera cuestión temporal. Desconocid­o pero contado, bien contado, por la crónica de la época.

«Me quedo con la faena de Manolete, un 6 de julio, en la Corrida de la Prensa al toro Ratón». Año 1944, «sobrero de la ganadería Pinto Barreiros». Sabe el dato. Pero por encima de la concreción hay que pedir la imaginació­n, pongamos que un cartel imposible: «Manolete, Domingo Ortega y Juan Belmonte con toros de Miura». «Y de los actuales a Morante, Roca Rey...» pero tampoco lo confiesa con pasión desaforada. Y una epifanía fue para el escritor el año que los festejos se llevaron a Vistalegre y un «19 de mayo de 2021», en una corrida donde hubo sangre, y que no era mala, el peruano estuvo imperial mientras la ‘jindama’ entró en la enfermería. Juguetón era el morlaco.

Ya el poeta ha pintado su cartel. Ya a ese Búfalo le revela cuál es su ritual para los ‘isidros’. «Yo, en la Feria, gozo, gozo. Quedo con un amigo, almorzamos aquí en Casa Paco y vamos en taxi». Y es que «San Isidro es un pasaporte a la eternidad, se nota algo telúrico que baja del cielo, puede salir mejor o peor, pero formas parte de algo eterno». Y lo de poner música en Las Ventas, que «dependerá de la faena».

«Yo en la Feria me dedico a gozar, empiezo en Casa Paco. En Las Ventas se nota algo telúrico que baja del cielo y de lo que participas»

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// TANIA SIEIRA El entrevista­do posa en el Ateneo con retratos del mito muerto en Linares

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