Peatones sueltos
Tenemos, a diario, la libertad más amarrada, con lo que mal asunto
En Cataluña, han dado finalmente la razón a un particular al que le asestaron 90 euros de vellón de multa por mirar un cuadro entre los restos de basuras de la calle. Se dictó, en su día, que su conducta quebraba la ordenanza sobre el uso de las vías y los espacios públicos. O sea, que se dedujo que el mirón metió mano en la basura. Y esto está penalizado si acudimos con rigor a la norma, que dicta que toda basura es del Ayuntamiento, como toda farola. He aquí un dislate que avala que la naturalidad cabal puede estar reñida con la normativa civil, que llega a sacudir una multa a un particular, por mirón de pósters desechados, como si se hubiera puesto a talar un semáforo. Le penalizaron al hombre su lujuria por los cuadros, en lugar de aplaudirle el ojo crítico, que es lo menos que pudiera hacerse por un señor que busca una acuarela entre desperdicios. El peatón, últimamente, tiene una vida de creciente avería, porque le roba sendero el patinete, le atropellan los galgos, o le vienen dos municipales a sacarle la sanción, por ‘voyeur’ a destiempo. De modo que va a ser verdad que todo le sucede al hombre por salir de su casa. Tenemos, a diario, la libertad más amarrada, con lo que mal asunto. Lo último es que a Pam le parece que procede ponernos un cronómetro a todos, a ver si repartimos bajo justicia las labores domésticas. Son tontunas que igual acaban en ley, con lo que ya ni sin moverte de casa vas libre de que te amarguen el día. Al señor citado le han eximido del pago de los 90 euros, y muy bien me parece. Pero preocupa que cualquiera que se asome a un cubo cumpla el riesgo de que vengan de pronto y le empapelen. La basura, ni mirarla. Ser mendigo se está poniendo peligroso. Y es un peligro el peatón suelto, aunque busque entre mondaduras arcones mustios o sillas cojas para entretener de bricolaje los domingos de primavera. O precisamente por eso. Es triste admitir que vamos llegando a un momento en que importa más el sentido común de siempre que la ley dictada para transeúntes. Triste, sí. Casi mejor vivir de mascota.