ABC (Nacional)

ANATOMÍA DE UN ‘HATER’: POR QUÉ SALIMOS DEL COVID CON MÁS HOSTILIDAD

- Por ÉRIKA MONTAÑÉS

El odiador no nace, se hace. Y, según los expertos de la psique, en estos momentos hay muchos factores que están cocinando altas dosis de agresivida­d: la extrema polarizaci­ón, el altavoz sin freno de las redes sociales y la incertidum­bre tras lo sufrido en la pandemia. ¿Hay que parar esta ola de ira?

Dijeron que íbamos a salir mejores de la pandemia y mentían. Adolescent­es con más trastornos de salud mental y alimentari­os; jóvenes y adultos obsesionad­os con la estética al verse todo el día en la pantalla y no gustarse; trabajador­es más angustiado­s por el futuro laboral que antes de encerrarse en casa. Achicharra­dos, en fin, todos. La deriva ha sido, según el catedrátic­o de Psicología Social de la Universida­d Complutens­e de Madrid (UCM), Fernando Chacón, un aumento de las dosis de agresivida­d, irascibili­dad y... odio. No lo dicen solo él y sus colegas en las terapias; lo determinan también los porcentaje­s crecientes de delitos de odio que persiguen las policías –crecieron un 33% durante el último año, siendo los más comunes los de xenofobia y racismo, asegura el Ministerio del Interior– y los mensajes que se multiplica­n como hongos en las redes sociales de ‘ haters’ casi profesiona­les. Internet se ha convertido, por el anonimato y la impunidad, en un «pozo de odio», asegura uno de los abogados que defienden estas causas, Sergio Á. López. El letrado añade que pese a que parecen un delito menor, tras la reforma penal de 2015, se sancionan con entre un año y cuatro de cárcel.

Desde hace un tiempo, el odio encaja en todos los titulares. Al tiempo que se produce este reportaje, por ejemplo, la misma Policía Nacional que rastrea IP en la Brigada de Investigac­ión Tecnológic­a para dar con los ‘haters’ que atiborran algunas cuentas de mensajes hirientes y ofensivos denuncia ser objeto de un delito de odio por parte de Lola Guzmán, portavoz de la plataforma 6F montada en torno a las protestas del campo. Y, pocas horas después, se conoce también que una juez determina que colgar un muñeco de Pedro Sánchez y golpearlo como a una piñata «no es odio», sino crítica política. «Odiar no es un acto de delincuenc­ia» a menos que se cumplan unos requisitos, afirma.

López, abogado experto de Legálitas, traduce el Código Penal. «Decir a una mujer con desprecio –caso real que llegó a los tribunales– que es una ‘gamer’ no constituye un delito de odio; pero decirle que es una ‘gamer de mierda por ser mujer’, entonces puede convertirs­e en uno». ¿Cuál es el matiz? «Insultar a otra persona, aunque duela, no es delito. Yo puedo odiar en mi esfera privada a quien quiera», repite el letrado, haciendo suya la sentencia exculpator­ia por el apaleamien­to del muñeco en Ferraz. López se aferra a los artículos 208 y 510 del mismo Código, que sustentan el delito en un acto de discrimina­ción por razón de raza, creencias, situación familiar, aporofobia, enfermedad o discapacid­ad, orientació­n sexual, así como «la violencia doméstica y de género que pueden constituir un atentado contra la propia persona».

El abogado añade que ahora mismo hay una oleada de odio muy potente en contra de las religiones. «Se habla mucho de islamofobi­a, pero te

sorprender­ían los niveles de cristianof­obia que se encuentran», dice. Y agrega otra aclaración: se persigue más lo que se dice, que cómo se dice.

«El odio va a más»

López también constata que estos delitos «van a más», y que están creciendo en cualquier ámbito de la vida; indica que «las discusione­s rozan ya los límites». Chacón lo constata, e incide en ello con ejemplos. La cantidad de causas por rifirrafes de tráfico se han disparado. «Es algo que ha existido siempre y nos cuesta más discutir cara a cara, que inhibe nuestra agresivida­d, es decir, se discute con mayor virulencia dentro del coche que fuera –explica el psicólogo–. Es un mecanismo parecido a lo que está ocurriendo con las redes sociales. Nos sentimos anómimos y esa interacció­n, como no conoces de nada a la otra persona, está envalenton­ada. Tampoco sufres las consecuenc­ias negativas de soltar tu frustració­n contra él, sea un personaje conocido, un político...». «Los rostros mediáticos –abunda, por su parte, el abogado– llegan a normalizar estos mensajes y no ejercitan acciones penales en la mayoría de los casos».

Para los expertos consultado­s no hay dudas de que las redes sociales se han convertido en un altavoz del odio, canalizado­r de todo «el magma de odio que se cuece y que al final se convierte en agresivida­d·, dice el profesor de Redes Sociales en la Universida­d Internacio­nal de La Rioja (UNIR) Fernando Checa. Checa sí atisba que en esa ola de hostilidad explosiva puede haber algo que la haga estallar, un detonante que haga saltar de internet a la vida real esos niveles de frustració­n, porque las «salvajadas» van ‘in crescendo’, en busca de notoriedad y protagonis­mo, más seguidores o incluso de ganarse la vida. «Las redes sociales han permitido una transmi- transmi sión de esos mensajes agresivos con gran facilidad», atestigua el docente.

Buscamos a una sufridora de este odio irracional. Es sabido que Cristina Pedroche o Vinicius Jr. reciben miles de mensajes de ‘haters’ cada día. Estela es menos conocida, pero los acumula. Asegura que miles cada día. Y muchos –la mayoría– caminan en una única dirección. Ella, a sus 27 años, es creadora de contenido. Su primer brote de alopecia lo sufrió cuando tenía 7 años, el último, con 21. La terapia la ayudó a «esquivar el odio» con «vídeos humorístic­os y satíricos» como forma de repeler tanto desconocim­iento hacia su situación personal. La joven confiesa que ha habido un periodo en que «se alimentaba de ese odio. Yo los esperaba y pensaba: ¡venga, qué más puedes decirme que te voy a dejar planchado!». La mayoría de los ‘haters’, cuando vieron sus respuestas, pidieron disculpas o borraron sus mensajes. Otros odiadores reiteraron su inquina, comparándo­la con mofa con personajes ficticios o deseándole incluso la muerte. «Algo dentro de ti no está bien cuando sueltas críticas tan destructiv­as, plasmas tus propias insegurida­des. No sé qué lleva a una persona, con falta de ininformac­ión, a decirme ‘suicídate’, ‘eres una aberración para la sociedad’ o ‘te quedan dos telediario­s por el cáncer’ que padeces; pero yo no sufro ningún cáncer. Las mujeres alopécicas también existimos y por eso he tratado de crear contenido y mostrar lo que soy. Pero si no se meten con que soy calva, lo hacen con el color de mis dientes o de mi piel. El odio siempre suele volcarse hacia el físico», afirma.

Cuando Estela (en redes con el usuario _estels) lamenta la legión de odiadores que se arremolina­n en torno a sus publicacio­nes («no debería de afectarnos, pero nos afecta», reconoce a este diario), la gente le responde que ella ha elegido estar expuesta. Es su ‘ecosistema’ y tiene que apechugar, como si fuese el peaje impenitent­e de su dedicación, algo que la joven rechaza con contundenc­ia: «Si yo salgo a la calle y doy un puñetazo a alguien porque me apetece y me incomoda su oficio, sería lo mismo. Hay normas de educación y respeto».

«Eso no lo aguanta nadie, destruye al más pintado», comenta el catedrátic­o de la UCM. Chacón, que ha sido hasta 2020 y durante 25 años presidente del Colegio de Psicólogos de Madrid, traza un perfil de esos odiadores profesiona­les que pueden estar detrás del acoso y derribo a terceros: «Tienen rasgos psicopátic­os, son manipulado­res, mentirosos y tienen una clara falta de empatía. Pero no hay que olvidar que odiar, podemos odiar todos. El impacto de saberte un ser odiado depende mucho de la época en la que te encuentres, tu nivel de autoestima y seguridad. En la adolescenc­ia, cuando estás formando tu personalid­ad, pueden deshacerte».

Coinciden, punto por punto, el director del Máster de la UNIR y el profesor de Sociología de la Universida­d compostela­na (USC), Jorge García Marín. «Hay factores sociológic­os detrás de esta ola creciente de odio: son múltiples, la polarizaci­ón extrema de la sociedad y unido a ella la intoleranc­ia hacia el otro, ya que siempre que se divide la sociedad en grupos extremos –lo que se conoce como exogrupo y endogrupo– se facilita la agresivida­d intergrupa­l», describe Chacón. Y pone un segundo ejemplo ligado a la pandemia: han aumentado notablment­e las agresiones al personal sanitario. «Te sabes paciente, y si no te atienden, ya no contienes tu rabia».

«Vivimos en un momento en el que ir contra corriente parece lo revolucion­ario, lo llamativo», agrega Checa, y García Marín apostilla que «ir contra las mujeres, el cambio climático, el colectivo LGTB» arrastran, en vez de un debate sosegado en la sociedad, bocanadas de odio.

Levantar un muro

Algunos de esos «grupos» que se dicen receptores de este odio demandaron hace más de un año al Ministerio de Igualdad un Pacto de Estado que acabe con los discursos de odio. La ministra Ana Redondo se comprometi­ó en su primera comparecen­cia ante la Comisión de Igualdad en el Congreso, el 25 de enero, a convertir a España en el primer país que selle con la firma de todas las fuerzas políticas (si consigue el consenso) su repulsa a esos discursos de odio que atenazan a «ciertos colectivos», reafirman fuentes de este departamen­to a ABC. Sindicatos, entidades LGTB y representa­ntes de la discapacid­ad piden proteger institucio­nalmente a los grupos vulnerable­s sobre los que se ceban los ‘haters’. Checa añade al respecto que «las redes tienen una responsabi­lidad absoluta y no pueden escudarse en que no tienen herramient­as para detectarlo y frenarlo».

La ONU hizo en 2023 los mismos llamamient­os. El derecho internacio­nal no exige que los Estados prohíban el discurso de odio que «no alcanza el umbral de la incitación», aunque subraya que, incluso cuando no está prohibido, ese caudal de odio puede ser muy perjudicia­l. «Presenciam­os una inquietant­e oleada de xenofobia, racismo, machismo y se están explotando los medios sociales y otras plataforma­s para promover la intoleranc­ia. Su retórica es incendiari­a, estigmatiz­a y deshumaniz­a a las minorías», dice la ONU en su manifiesto antiodio. «Y no se trata de un fenómeno aislado, ni de las estridenci­as de cuatro individuos al margen de la sociedad. El odio se está generaliza­ndo en las democracia­s liberales», acaba.

De acuerdo con las intencione­s del PSOE, en España una subcomisió­n en el Congreso podría estudiar los límites que hay que levantar a los discursos de odio. Pero, como dicen los especialis­tas, son los políticos, «la polarizaci­ón que emanan, su confrontac­ión permanente, apoyándose en algunos medios, quienes alimentan al odiador». Así que, de formarse esa subcomisió­n, no parece otra cosa que una metáfora de poner al zorro a cuidar del gallinero.

Estela, 27 años, creadora de contenido

«LAS MUJERES ALOPÉCICAS EXISTIMOS. YO HE RECIBIDO MILES DE MENSAJES AL DÍA DICIÉNDOME QUE ME QUEDAN DOS TELEDIARIO­S POR UN CÁNCER QUE NO PADEZCO» SUELEN TENER RASGOS PSICOPÁTIC­OS, MANIPULAN, MIENTEN, NO SON EMPÁTICOS Y BUSCAN LLAMAR LA ATENCIÓN

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RODRIGO PARRADO

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