ABC (Nacional)

Baqa’a, capital del éxodo palestino en Jordania

Con 130.000 personas hacinadas en solo 1,4 kilómetros cuadrados, este es el mayor campo de refugiados palestinos en un país que acoge a tres millones de exiliados

- PABLO M. DÍEZ

Las lonas de la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur) sirven como toldos en el zoco de Baqa’a

A20 kilómetros al norte de Amán, la señal en la carretera indica la llegada al Campo de Baqa’a. Pero lo que nos encontramo­s no es un campamento, sino una auténtica ciudad. Con más de 130.000 habitantes hacinados en solo 1,4 kilómetros cuadrados, Baqa’a es el mayor de los diez campos de refugiados palestinos gestionado­s por la ONU que hay en Jordania, a los que hay que sumar otros tres no oficiales. Es, por tanto, la capital del éxodo palestino en Jordania.

Con solo doce millones de habitantes, este es el país con mayor población palestina: 2,3 millones de personas que tienen el estatus de refugiados y un millón o más que obtuvieron la nacionalid­ad o son descendien­tes de quienes llegaron con la ‘Nakba’ (‘Catástrofe’) de la primera guerra contra Israel en 1948.

Levantado en 1968 para acoger a quienes huían de Cisjordani­a y Gaza en la Guerra de los Seis Días ( 1967), Baqa’a contaba entonces con 5.000 tiendas de campaña para 26.000 refugiados que, dos años después, fueron reemplazad­as por 8.000 casas prefabrica­das.

Con el tiempo, las guerras y la alta natalidad palestina, el campamento ha crecido hasta convertirs­e en una ciudad de infravivie­ndas de hormigón sin enlucir apiñadas en sucios callejones con charcos de aguas fecales por el suelo y marañas de cables de la luz en el cielo.

Como en cualquier otra ciudad musulmana, no faltan las mezquitas ni el concurrido zoco que ocupa su calle principal, donde algunos de sus puestos usan como toldos las lonas para las tiendas de campaña del Alto Comisionad­o de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). Entre sus comercios hay tiendas de frutas y verduras, carnicería­s donde los corderos desollados cuelgan enteros y los matarifes despiezan las terneras con una sierra, puestos de ropa, bolsos, zapatos, móviles y hasta joyerías.

Desde hace 33 años, Nayef Matar regenta uno de esos tenderetes de verduras. De 67 años, llegó con solo once a Jordania escapando de Idna, un pueblo cerca de Hebrón, durante la Guerra de los Seis Días.

Veinte personas en una casa

«Vine con mis padres, mis dos hermanos y mis dos hermanas y tardamos dos días en llegar usando varios medios de transporte: en burros, en coche y a pie. ¡No te imaginas lo que sufrimos!», cuenta con detalle. A pesar de lo pequeño que era y del tiempo transcurri­do, se acuerda de las casas de su familia en Idna y Jericó y las compara con «las tiendas de campaña entre piedras y barro que nos encontramo­s al llegar».

Aunque las viviendas han mejorado mucho desde entonces, se queja de las «condicione­s poco saludables» en el campo, donde «las casas están unas pegadas a las otras y llenas de gente». En la suya, que es un modelo estándar de 96 metros cuadrados, vive toda su familia: veinte personas.

Pero lo peor no es la masificaci­ón, sino la falta de trabajo, sobre todo para los jóvenes. A tenor de la Agencia de la ONU para los Refugiados Palestinos (Unrwa), el desempleo afecta al 17 por ciento de la población del campo y el 32 por ciento vive por debajo del nivel de la pobreza, fijado en 814 dinares (1.077 euros) al año. Todo ello a pesar de que los jóvenes pueden estudiar gratis en los centros de formación profesiona­l de la Unrwa. Para proporcion­ar educación y sanidad, esta agencia de la ONU gestiona 16 colegios donde estudian 15.000 niños y dos centros médicos.

«La guerra va para largo»

En medio de este ambiente, Nayef Matar contempla sin esperanzas la guerra en Gaza, que cree que «va para largo y lo más probable es que ni mi generación, ni mis hijos, ni mis nietos ni mis bisnietos vean el final del conflicto árabe-israelí».

Sin pelos en la lengua, afirma que «los ataques de Hamás del 7 de octubre fueron en defensa propia porque, si alguien viene y me quiere echar de mi tienda, me defiendo». Pero también recela de Irán y su ofensiva contra Israel y entiende que Jordania intercepta­ra sus drones y misiles porque «es el Estado número 51 de EE.UU. e interesa que se mantenga tranquilo y estable».

Coincide con él el imán Hassan Mohammed Sha’aban, quien tiene 62 años y llegó al campamento con solo cuatro, también después de la Guerra de los Seis Días y en una caravana con un centenar de parientes. «Gracias a Dios, Jordania ha intercepta­do los misiles iraníes para mantener la estabilida­d. Lo más importante es que el país esté seguro y bajo la custodia de Su Majestad el Rey», señala este funcionari­o del Ministerio de la Religión.

Desconfian­do también de Irán por su intención de extender el chiismo, «del que los suníes estamos muy distanciad­os por su interpreta­ción de las normas religiosas», asegura que «el islam no es una religión terrorista » y atribuye sus atentados a «fanáticos». Pero, sobre la guerra de Gaza, el imán pregunta «quiénes son los auténticos terrorista­s, los dueños de las tierras que nacieron allí o los que vinieron de fuera para ocupar Palestina y echar a su gente».

Por todo ello, concluye tajante: «No creo que haya paz entre judíos y musulmanes y, como dice el Corán, todo lo que se ha tomado por la fuerza se recuperará por la fuerza». Al igual que otros refugiados como Salamah Abu Sil, quien regenta un puesto de frutas y ha perdido a 17 familiares en Gaza, su respuesta también está clara cuando le preguntamo­s si volverá algún día a Palestina: « ¡ Inshalá! (¡ Si Dios quiere!)».

«Jordania ha intercepta­do los misiles iraníes para mantener la estabilida­d», explica un imán suní que desconfía de los chiíes

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