ABC (Nacional)

‘El diluvi’: una tarde con la CUP

Las intervenci­ones no estuvieron mal: mezcla de ruralismo y copas menstruale­s, revolución y ecologismo, pancatalan­ismo y antieurope­ísmo

- JOSÉ F. PELÁEZ

MANRESA (BARCELONA)

Un mitin de la CUP es lo que parece, pero sin batucadas. La verdad es que yo me esperaba algo un poco más folklórico, más rural, quizá unas butifarras para reivindica­r un Holodomor con ‘ seny’ o una ‘ calçotada’ popular, aunque ya no sea temporada, que lo he mirado. Temporada de ‘calçots’, digo. Para un nuevo Holodomor siempre hay tiempo. En cualquier caso, me esperaba algo un poco más animado, que no todos los días se hace una revolución campesina.

Pero nada de eso. Lo que me encontré en Manresa fue algo serio y aburrido, pero no ‘serio y aburrido’ como la junta general de accionista­s de Endesa, no. Serio y aburrido como una función de instituto, como si todos los involucrad­os fueran estudiante­s silencioso­s eligiendo delegado y todo fuera, en realidad, un trabajo de la ESO para comprender cómo funciona un proceso electoral, ya saben, unos hacen de candidatos, otros de prensa, otros de votantes. Los votantes – es decir, los asistentes al mitin– eran la familia, niños incluidos. Y en este caso creo que podría asegurarlo, no creo que hubiera allí más de cincuenta personas que decían que había que «hacer comarca», como Frodo.

En cuanto a los candidatos, se presenta quien quiere, sube al escenarioa­samblea y lee su discurso, pelín maoísta, pelín club de debate. Después otro discurso y después otro, hasta cuatro. Algo amateur hasta el paroxismo. Y ojo, que de vez en cuando se agradece un mitin como de los ochenta, con un escenario desnudo, pelado, sin más ornamento que dos cubos amarillos y una lona para que se proyectara algo que no llegó a funcionar y que quiero imaginar un paisaje a vista de dron.

La verdad es que el día no acompañaba. La sequía en Cataluña terminó ayer, dando paso, quizá, a la jornada con mayores precipitac­iones que se recuerdan (más de cien litros en algunas zonas). Y allí estaba yo, claro, con mi look primaveral y el rostro absorto de un bereber en medio del diluvio, calado hasta los huesos y abriendo las vocales y el paraguas como un verdadero manresano. Yo quería buscar la cueva de San Ignacio de Loyola, que uno ha estudiado en los jesuitas, pero llovía tanto que por allí había desapareci­do hasta Montserrat. No es broma, uno de los presentes lo dijo muy claro a mi lado: «Mi nivel de miedo a la lluvia es ese; cuando no se ve Montserrat, la cosa empieza a ser chunga».

Así que me fui directo al teatro Els Carlins, que es donde tenía lugar la función de instituto y que significa Los Carlistas. Nunca vi un nombre tan bien puesto. Hay algo de carlista en este rechazo frontal al progreso, en este rencor payés, en este resentimie­nto hacia lo urbano, en esta nueva guerra de los agraviados, esa en la que el pueblo catalán murió defendiend­o la vuelta de la Inquisició­n. Ese es el germen del nacionalis­mo catalán. Lo de los burgueses es posterior, una cosa romántica que intenta ser Delacroix, pero se queda en ‘ Pasión de Gavilanes’. Este es el kilómetro cero del nacionalis­mo catalán, una cosa rural que defiende tradicione­s y estructura­s medievales contra el progreso social y el Estado moderno.

En cualquier caso, he de decir que las intervenci­ones no estuvieron mal a pesar de lo naif: una mezcla de ruralismo y copas menstruale­s, revolución y ecologismo, pancatalan­ismo expansivo y antieurope­ísmo restrictiv­o. De algún modo es como si hubieran metido en una coctelera todas las reivindica­ciones posibles y lo sirvieran en copas de Martini, aun a sabiendas de que son incompatib­les entre sí y empieza a saber mal. Lo contaron cuatro mujeres, digo, por lo que seguimos con la ambivalenc­ia: a los payeses con dedos como morcones los representa­n cuatro mujeres jóvenes y, en algún caso, bastante pijas. Cuatro mujeres: Marina Marcet, Mar Ampurdanés, Pilar Castillejo y Laia Estrada, la candidata a presidir la Generalita­t y que en vez de decir ‘nosaltres’ dice ‘naltros’, porque es de Tarragona. Empiezo a captar detalles que enorgullec­erían al mismísimo Ramon Llull y asombraría­n a Rufián. Y en lo estratégic­o, si es que la estrategia no fuera otro tipo de elitismo ilustrado que viene de fuera, un intento descarado de buscar votos desencanta­dos de Esquerra, un voto radical de izquierdas, puro, ruralista, no plegado al PSC ni al autonomism­o y sin una importanci­a real por el ‘procés’. Da la sensación de que su independen­tismo no está basado en la exclusión nacionalis­ta, sino en una mera defensa melancólic­a del siglo XIX y la aldea. Una vuelta a la cueva, pero con wifi.

Mientras fuera caía agua como si el mundo fuera a terminar, allí sonaba en bucle –manda narices– El Diluvi, un grupo de música que es como Mocedades pero en valenciano, un The Mamas & The Papas un poquito ‘ perroflaut­a’ y cambiando California por el Baix Ebre. Y luego Zoo, y Ovidi4, y Obrint Pas, y La Gossa Sorda y todo el ‘pack’ catalanist­a bajo una ola de paraguas que nos protegía del agua y del progreso a partes iguales. Y me voy de allí pensando que, quizá, la verdadera España vacía sea esta. Se parecen mucho a mi pueblo. Pero con barretina.

Hay algo carlista en la nueva guerra de los agraviados, esa en la que el pueblo catalán murió defendiend­o la vuelta de la Inquisició­n

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// INÉS BAUCELLS Carteles para el mitin de la CUP en Manresa, en el que intervino su candidata a la Generalita­t, Laia Estrada
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