ABC (Nacional)

«Hay cierto hartazgo de intentar entender sólo a los afines»

▶ El autor barcelonés publica ‘Orquesta’, luminoso relato coral de una verbena en una aldea gallega

- Novelista DAVID MORÁN

Los representa­ntes del ‘glamping’ de ‘El mal no existe’, de Hamaguchi

do de secundario­s que refuerzan esa idea de contraste entre el mundo apacible de quien solo tiene lo que quiere con el de las ambiciones absurdas.

Y sí, mucho de eso está en los clásicos del cine japonés, como también está la admiración que los festivales europeos han mostrado por Hamaguchi, donde ya triunfó con la larguísima ‘Happy Hour’ (2014) y la nominada al Oscar –y también larguísima– ‘Drive my car’ (2021). En ‘El mal no existe’ apenas supera los 90 minutos, pero en Venecia la premiaron igual. «Creo que los viejos maestros consiguier­on transmitir al mundo el espíritu del cine japonés. Pero el mundo en el que me muevo yo hoy es muy, muy diferente. Aunque estoy agradecido de la recepción que tienen mis películas en Europa, no son casos comparable­s», remata, claro, humilde. jada por la relación maravillos­a y despreocup­ada entre padre e hija…

Hamaguchi aliña la tranquilid­ad y rutina natural de su historia con gran cantidad de detalles ‘sabrosos’, desde esos disparos de cazadores furtivos que se dejan oír, a la presencia metafórica de ciervos, de bosque aliado o enemigo, de aguas puras e impuras, de la precisión del hacha al cortar los maderos o de la conversaci­ón de los dos asalariado­s de la empresa cuando viajan en coche hacia el pueblo. Detalles, o detallitos, que pueblan de transparen­cia la intención del director y que dejan un poso que se espolvorea amargo hacia un desenlace confuso, borroso, enigmático, que puede explosiona­r de sentido en la cabeza del espectador, pero que también puede producirle desconcier­to, incluso malestar.

Amanece el prado «tapizado de decenas de cadáveres de estorninos» y se despereza Valdeplata, trasunto ficticio de esa otra aldea llamada Valle de Oro de la que emigraron sus padres hace justo 50 años. «Hay silencio, así que hubo música», escribe. Y vaya si la hubo. Porque atrás quedan horas de fiesta y verbena, de secretos, memorias compartida­s y amores reencontra­dos. El último latido y el primer lloro, hermanados en una noche de agosto que Miqui Otero (Barcelona, 1980) compone y recompone a través de la mirada de una decena de personajes que, a su vez, componen y recomponen su propia vida dentro y fuera de ese valle gallego, dentro y fuera de sí mismos, mientras la música les atraviesa el cuerpo y toma la voz cantante y ‘narrante’. Así que suenan canciones, suceden cosas y el autor de ‘Simón’ maneja la batuta de esta ‘Orquesta’ (Alfaguara) con renovada maestría.

—‘Simón’ se anunció como «una novela que es una vida». ¿Y ‘Orquesta’?

—¿Muchas vidas? O cómo ve una vida el resto de vidas. Hay una intención de huir del relato generacion­al, que es algo que me persigue y que siempre he intentado ensanchar. Uno de los puntos de partida tiene que ver con eso, con el hartazgo de la segregació­n casi por burbujas generacion­ales, estéticas o ideológica­s. Es una novela que en vez del yo busca un nosotros, pero no un nosotros ‘hippie’, sino uno conflictiv­o.

—Se multiplica­n los narradores, el solista es una orquesta… ¿Escapaba de algo más que del relato generacion­al? ¿De usted mismo?

—No lo sé, porque creo que en esta novela estoy yo multiplica­do. Tengo cuarenta y pocos años y si miro a la derecha veo que el de ochenta está a los mismos metros de distancia que el bebé de la izquierda. Vas acumulando edades y te sientes como un niño o como un adolescent­e en determinad­os momentos, pero también estás a la misma distancia de la vejez y se te empieza a morir gente. Así que creo que quiero huir de esa cosa ensimismad­a y ver cómo un anciano acumula todas las memorias de todas las edades y un niño o un adolescent­e las puede anticipar.

Hay cierto hartazgo de intentar predicar para los tuyos, de intentar entender sólo a los afines. Lo de la orquesta es evidente: no es la banda que toca, sino que la orquesta somos nosotros.

—Al final, ‘Orquesta’ es una celebració­n del colectivo.

—Es que la novela no puede acceder a las dinámicas de pensamient­o de las mesas de tertulia o de las redes sociales. Es otra cosa, algo que tiene ver con la celebració­n de la diversidad de la vida, de la comedia humana. Pero no sin atender al problema, sino como una manera de explorar el conflicto. También tiene que ver con el estado cultural actual, que te puede irritar en mayor o menor medida, o con la edad. Yo no quiero ser el escritor que escribe igual con veinte años que con cuarenta. Creo que incluso estéticame­nte hay una evolución que tiene que ver con cómo ves el mundo: si sólo te dedicas a intentar ver el mundo como cuando tenías veinte años, serás una banda tributo de ti mismo.

—«Como está harto de la Ciudad Grande, ahora escribe sobre esto», dice un personaje novelista de 42 años de sospechoso parecido a quien firma la novela. ¿Cansado de perseguir esa idea de Gran Novela de Barcelona?

—Sospecho que me apetecía irme a otro sitio. Es evidente que ‘Rayos’ y ‘Simón’ se leyeron en esa clave, pero esconde los temas que estaban ahí luchando por salir. Puede sonar pedante o desagradec­ido, pero no soy portavoz institucio­nal de mi ciudad.

—Asegura que le gusta es mirar a la gente que mira cosas. En este caso, el escenario y la orquesta.

—Y ver cómo la música suaviza o tensa los gestos, les hace recordar. Que la narradora de la novela sea la música no es una maniobra moderna y efectista; necesitaba una voz que se metiera en los personajes, que supiera cada giro de sus emociones pero que fuera como un gas que espiase en todos los grupos y explicase esa misma escena otras veces que sonó en el pasado.

—Las canciones de la orquesta, escribe, son «el esperanto musical que trenza generacion­es, escenas y vidas a través de las décadas».

—En la subcultura siempre se escribe o se piensa desde la diferencia, desde lo especial que soy, y me apetecía todo lo contrario. Crear un lenguaje común, algo muy familiar, para luego reventarlo. Si en ‘Hilo musical’ y ‘Rayos’ las canciones que salían eran de grupos que me chiflan a mí, ahora he aprendido que las novelas no son carpetas de instituto. Si te interesa algo más amplio tienes que jugar con otros materiales.

—¿Qué tal se lleva con la nostalgia?

—A veces escribes contra la nostalgia casi como enfermedad clínica, que es la que tengo. Es un sentimient­o que sé que puede ser paralizado­r o reaccionar­io, pero que también me permite escribir como escribo. La nostalgia puede ser una gentrifica­ción del pasado, y eso es peligroso a nivel ideológico, incluso capitalist­a, pero una mirada al pasado que describe lo que realmente era hermoso no solo es algo bello; también es necesario.

❝ Evoluciona­r y crecer «Si te dedicas a ver el mundo como cuando tenías veinte años, al final serás una banda tributo de ti mismo»

Miqui Otero, fotografia­do en una plaza de Barcelona

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