ABC - Pasión de Sevilla

Francisco Robles

- Francisco Robles

Será en noviembre, cuando las tardes reflejan ese color de la miel que fluye, en la leyenda popular, de los labios del Cristo de Susillo. Será en noviembre, cuando el Cristo de las Mieles recibe el silencioso, el imposible besapié que deja un rastro de tristeza en su quietud de bronce. Será en noviembre, cuando el bronce de la Giralda suena de forma diferente, más clara y más fúnebre al mismo tiempo, como si quisiera convocar con su música altísima a los que se fueron sin irse del todo. Será en noviembre, el mes de la memoria, cuando los primeros fríos se colaban en la humedad de los zaguanes y encendían en las casas de vecinos las copas de cisco picón. Será en noviembre, el mes del Cisquero.

Hay una imagen que liga la memoria de los muertos con los ojos de los que aún no han nacido. Una imagen que calienta por dentro como una brasa que no arde nunca del todo, como una copa de cisco que buscan los que anhelan el refugio del calor que sirve para entibiar los escalofrío­s del alma. Esa imagen es la del Cristo que no se cansa de esperarnos en San Lorenzo. El Mismo que saldrá a la calle cuando el mes de los difuntos se haga presente en la ciudad de espléndido pasado. Así la definió el poeta que sufrió el exilio mexicano de Coyoacán y que murió –¡ay, el seguro azar!– un 5 de noviembre.

Esa imagen es la que da sentido al afán más puro que late en el alma del pueblo. No estamos hablando de esa fe del carbonero que les sirve a los más inteligent­es para situarse por encima de los demás. Los que despotrica­n de la fe del carbonero deberían mirarse al espejo, a ver cómo tienen el único órgano del cuerpo que puede acercarse a Dios: el corazón. Es posible, y hasta más que probable, que ese carbonero que glosa Manuel Jesús Roldán en este mismo número de Pasión en Sevilla se parezca mucho más al Señor que aquéllos que presumen de conocerlo a fondo gracias a su capacidad de razonamien­to. Porque ese carbonero siempre estará más cerca del Cisquero. Un carbonero que se acerca cada viernes a San Lorenzo para sentarse un rato con Él. Para contarle sus cosas. Para ver su dolor reflejado en ese rostro que lleva en su mirada todos los horizontes del tiempo.

La fe en el Cisquero es uno de esos dones que Alguien le otorgó a esta ciudad. Una gracia. Un privilegio del que todos podemos disfrutar. Será en noviembre. El Cisquero saldrá en busca de los que flaquean, de los que no soportan los rigores de la vida, de los que andan sumidos en la oscuridad contradict­oria de Getsemaní que Él tan bien conoce. Y nosotros estaremos aquí para darle sentido a nuestra existencia. Ya lo dijo García Márquez. Vivir para contarlo..

La fe en el Cisquero es uno de esos dones que Alguien le otorgó a esta ciudad. Una gracia. Un privilegio del que todos podemos disfrutar.

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